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Sin compromiso
Por Armando Maronese - 6 de Noviembre, 2015, 0:22, Categoría: Sociedad - Estilo de vida
Nuevas
reglas y formas de vincularse - ¿Relaciones volátiles o nuevas formas del amor?
A las viejas categorías conocidas –con las parejas consolidadas en un extremo y
la amistad en el otro-, se suman ahora las relaciones que no aspiran a la
convivencia ni a la permanencia indefinida. Los más jóvenes encabezan una
tendencia que se resiste a cumplir viejos mandatos, y propone el disfrute en
tiempo presente. Hasta
hace pocos años, los vínculos entre personas del sexo opuesto -al margen de los
amoríos clandestinos que se mantenían puertas adentro-, se circunscribían a dos
figuras claramente delimitadas en el imaginario social: el matrimonio –que era
la máxima aspiración que podía tener una pareja sólida, ya que la legalización
del vínculo aparecía como prueba de compromiso-, y la amistad, en el extremo
opuesto, cuando alguna de las dos personas, o ninguna de ellas, se sentía lo
suficientemente atraída como para iniciar un vínculo amoroso. Ese
paisaje se ha transformado completamente: en la actualidad, buena parte de los
jóvenes de entre 18 y 40 años prefiere las relaciones casuales (“free”), la
amistad “con derechos” o la posibilidad del encuentro por fuera de las
categorizaciones excesivamente rígidas. La creciente cantidad de divorcios,
incluso entre las personas de mediana edad o edad avanzada, también parece
obedecer al hecho de que los vínculos ya no se sostienen sólo por una cuestión
de formalidad, como sí ocurría en décadas pasadas. Perspectivas - La flexibilidad de los vínculos y el hecho de que
los más jóvenes apuesten en menor medida a los noviazgos tradicionales, puede
no implicar necesariamente una falta de compromiso, aunque muchas veces sí se
relaciona con el temor a asumir responsabilidades a largo plazo. Más
allá de lo que cada uno juzgue, Bauman advierte y analiza las razones por las
que el amor se vuelve “flotante”, transitorio. Ya a fines del siglo XX y
comienzos de este siglo XXI, el compromiso “de por vida” (encarnado en el
“hasta que la muerte nos separe”), fue reemplazado por nuevas formas de
relación que se definen por ser transitorias y no ofrecer garantías: en una era
que no ofrece certezas, la previsión del futuro parece ser casi un imposible.
Con el Estado de bienestar en decadencia y el fin de los grandes relatos
colectivos que otorguen sentido a la Historia, prevalecen las historias particulares,
cierta desconfianza en los otros y el desarraigo afectivo, resultado de la
incertidumbre generalizada y la tendencia a medir también las cuestiones
vinculares en términos financieros, en virtud del “beneficio” y el “perjuicio”
que conllevan. En
el otro extremo, están quienes lejos de creer que se trata de una involución,
plantean que la flexibilidad de las formas no implica necesariamente falta de
compromiso, y adhieren a la creencia de que por fuera de los mandatos sociales
o familiares, los vínculos deben basarse en la generosidad y la honestidad, en
la felicidad compartida, más allá de que dure o no “para siempre”, como solía
pensarse en tiempos en que el matrimonio y las formalizaciones eran la norma. El
hecho es que el escenario se pone complejo: a las dificultades inherentes a
cualquier vínculo entre dos, y más allá de que el amor “para toda la vida”
pueda seguir siendo una aspiración romántica de toda pareja, se suman el hecho
de que millones de personas elijan relacionarse de manera “temporaria”: en
estos casos, la posibilidad de compartir y disfrutar perdurará “mientras dure
el amor o la atracción” (“El amor es eterno mientras dura”, decía Vinicius de
Moraes), y luego cada uno seguirá su camino por su lado. Los
vínculos más flexibles también establecen una nueva relación con la sexualidad,
que ya no queda “pegada” necesariamente a una continuidad en el vínculo amoroso
sino que queda disociado, en los casos en que no hay intenciones de formalizar.
Un caso típico sería el de los adolescentes o jóvenes que pueden conocerse en
un boliche, tener relaciones sexuales y no volver a verse tras ese encuentro.
Otro, el de los conocidos que tienen encuentros esporádicos, que incluyen sexo
pero no se plantean una relación de noviazgo –que incluye o presupone la
exclusividad y la fidelidad-, o prefieren no tenerla, incluso teniendo la
posibilidad de hacerlo. A
tal punto estas nuevas formas de relación se han extendido y naturalizado, que
hasta Hollywood se hizo eco de esta realidad: Con derecho a roce (Friends with
benefitd) y Amigos con derechos (No sting attached) – la primera protagonizada
por Justin Timberlake y Mila Kunis, y Natalie Portman y Ashton Kutcher
protagonistas de la segunda- son dos de las películas que, en este sentido,
reflejan los cambios. Amigos
con derechos narra la historia de una chica que no quiere involucrarse con
nadie y sin embargo accede a mantener una relación informal con un amigo, con
el que pactan no enamorarse. Sin compromiso por su parte, relata el caso de dos
amantes que se han conocido en un bar, después de poner fin a sus respectivas
relaciones formales, y que fundan un vínculo. “¿Por qué no puede practicarse el
sexo como el tenis?”, pregunta el personaje de Timberlake. “Uno debería al
terminar darse un apretón de manos y seguir cada uno con su vida”. En ambos
casos, queda expuesta la posibilidad de establecer relaciones informales con
personas del sexo opuesto. Una de las condiciones básicas que define a los nuevos vínculos, es su potencial de proveer placer y compañía pero sin que esto implique fidelidad obligada ni compromisos a largo plazo. El hecho de que ese deseo pueda “blanquearse” y que dos personas acuerden mantener una relación de este tipo, evita que uno de los dos pueda sentirse ofendido o lastimado.
Hay quienes argumentan que las relaciones fugaces son resultado de la fobia de
los jóvenes al compromiso, la adolescencia extendida y las dificultades para
asumir responsabilidades a largo plazo. Otros, interpretan la tendencia como
una posibilidad que suma una alternativa más a las categorías ya conocidas, y
habilita mayores espacios de disfrute y libertad. Las
redes sociales y las múltiples aplicaciones y páginas para solteros facilitan
la apertura. De todos modos, están quienes creen que esto sólo se sostiene
hasta que una de las partes encuentra a otro que le resulta verdaderamente
importante, y se decide a iniciar una relación más seria. El
compromiso de algún modo a veces asusta, porque implica mayores
responsabilidades; los valores parecen haberse relajado en todo sentido”. “Sin
juzgar de antemano si esto es positivo o negativo, hay que entender que buena
parte de los menores de cuarenta años en la actualidad, prefieren compartir
situaciones temporarias y se acompañan de esa forma. Si esto se da en el marco
de un acuerdo claro y transparente entre las partes, también puede ser un
indicador de madurez, siempre y cuando se preserve la emocionalidad del otro. Al
parecer, en los casos en que esto puede darse, es posible disfrutar de la
intensidad del vínculo mientras dure, sin cargar con la exigencia de prolongar
una relación más allá del deseo -el sexo es una responsabilidad momentánea,
mientras que el amor requiere un compromiso mayor que va desde llegar a conocer
al otro y tolerar las diferencias, hasta sostener un vínculo en el tiempo-. Eso
cuando, ninguno de los involucrados se sienta afectado o traicionado en sus
expectativas. Cuando esto no ocurre, el mayor riesgo es el que
alguno salga emocionalmente afectado, y en ese sentido ambas partes deberían
extremar las precauciones. Otros
de los riesgos que se potencian en las relaciones free (libres), son las
enfermedades de transmisión sexual como resultado de tener sexo sin protección. Generalmente,
las que aspiran al compromiso son las mujeres, y esto podría explicarse en
parte por la química cerebral. Según la estadounidense Helen Fisher, autora del
libro Why we love, la actividad sexual estimula la producción de, entre otras
sustancias, la dopamina, que en las mujeres produce la sensación de
“enamoramiento” y queda más asociada a la necesidad de apego. El riesgo se da
en los casos en que uno de los dos se enamora y aparece el sufrimiento, ante la
imposibilidad de ver crecer el vínculo. “No
hay antídoto contra este tipo de dolor”, explica Kohen. “Lo único que puede
hacerse es ser precavido, sobre todo si una de las partes se está enganchando y
advierte que la otra no corresponderá con el mismo grado de interés”. “Después
de divorciarme estuve cuatro años sin pareja estable en ese tiempo, y tuve
numerosas relaciones casuales con amigos y conocidos a los que encontraba en
una aplicación de esas para conocer gente”, cuenta Tamara R., que aportó su
testimonio. “Lo que más disfruté fue la posibilidad de salir y
divertirme, de conocer hombres con los que conversé largamente y llegué a
divertirme mucho, pero también me pasó de enamorarme unas cuantas veces y no
entender por qué algunos de ellos no accedían a tener una relación tradicional.
Finalmente, me enamoré de un chico que también se enamoró de mí, nos pusimos en
pareja y me di cuenta de que ese es el estado ideal para mí, por supuesto que
cuando la cosa funciona realmente, y no cuando se trata de una imposición del
otro ni de algo que yo podría haber hecho más por miedo a estar sola que por
una decisión feliz para mi vida”. Quienes
ven en estos vínculos “la mitad vacía del vaso”, suelen argumentar que las
relaciones casuales acarrean más sufrimientos que los noviazgos que fracasan.
Quienes en cambio priorizan sus ventajas, argumentan que hay más posibilidades
de ser feliz de a dos, construir vínculos basados en la honestidad y la
satisfacción real y menos temor a la soledad. Lo más saludable parece ser que
cada uno haga su elección en función de lo que le da mayor satisfacción y
seguridad emocional. Las posibilidades se amplían, pero siempre existe la
posibilidad de defender una posición personal, más allá de las modas. Por Armando Maronese
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