Calendario
ApúntateCategorías
Archivos
Sindicación |
Adiós Señora
Por Roberto Bugman - 13 de Septiembre, 2015, 12:28, Categoría: Opinión
Ya es todo cuesta abajo, señora. Lentamente, sus días se van llenado de últimas ocasiones y actos de clausura, y la expectativa se convierte en nostalgia. Es natural, a todos nos pasará en algún momento.
Cualquiera podría darse por satisfecho en su lugar, ha llegado a lo más alto de
su carrera política, y ha acumulado las dos cosas que más quiso en el mundo:
poder y dinero. Sería el tiempo indicado para retirarse, descansar y tal vez
escribir unas memorias que muchos comprarían y mentirían haber leído. Pero
usted no es así, ¿verdad? No, claro que no. Usted detestará cada minuto. Al principio los cambios serán groseramente evidentes. A partir del 11 de
diciembre, ya no dispondrá de los bienes del Estado para su uso personal,
deberá procurarse su propios juguetes, desplazarse a nivel del suelo y pagar
por lo que compre. No podrá contarle a millones de personas los falsos detalles
de su vida imaginaria, ni proyectar en un auditorio obligado sus frustraciones
patológicas y los resentimientos que han moldeado su carácter como el impiadoso
cincel de un escultor perverso. Pero
superará eso, señora. La mente humana es maravillosa para adaptarse a
variaciones traumáticas. Superamos divorcios, mudanzas, muertes y catástrofes
de todo tipo. Incluso superamos gobiernos desastrosos. Los que son realmente difíciles de prevenir por insidiosos y sutiles son los
pequeños detalles que marcan la decadencia. Es como la juventud, señora, que se
pierde en forma tan gradual e inevitable que no nos damos cuenta hasta que un
día la imagen que nos devuelve el espejo nos resulta ajena, extraña y ominosa.
Y
usted, acostumbrada a ser el centro, conocerá la periferia. Un día alguien se
dará cuenta de que ya no es necesario mantenerla informada de todo. Un día
alguien la hará esperar en el teléfono. Un día alguien la recibirá con
indisimulable fastidio. Un día, señora, notará que aquella forma de relacionarse con las personas
basada en el temor como remedo deforme del respeto, ya no es efectiva. Cosa
curiosa el respeto, se obtiene más cuando más se entrega, y usted no ha
entregado nada, nunca. Aquellos a quienes usted ha ofendido, humillado y
agraviado en el ascenso, se presentarán a cobrar sus cuentas en la caída. Porque
las lealtades alquiladas no son perennes, señora. Sus propietarios simplemente
cambian de inquilino. Cual multitudes de Pedro, la negarán tres veces, o
quinientas, si eso dictan las conveniencias del momento. Usted sabe mejor que
nadie cómo es eso. El
poder se escurre entre sus manos ahora mismo, señora, y no se detendrá. Soñará,
claro, con un futuro regreso, y tal vez esa esperanza la mantenga a flote por
un tiempo. Pero cuando el periodismo voluble comience a ignorarla, cuando ya no
alcance su primer nombre para identificarla en la nota de relleno de una página
perdida, sentirá la mordida del miedo.
Ya no será “la Jefa”.
Será “la vieja”. “¿Y ahora que quiere la vieja?” comenzará a escucharse en tono
irritado ante cada llamado, cada pregunta, cada exigencia. Su enfermizo deseo de trascendencia será aplastado en este país donde cada
gobernante llega a su puesto con delirios fundacionales. Cualquier cosa que haya hecho, cualquier legado que pretendiera dejar podrá ser
borrado con una firma, con las manos levantadas de los mismos que hasta ayer le
juraban fidelidad hasta la muerte. Usted
no será un mito, señora, porque los mitos se construyen a lo largo de los años
con la contribución deliberada y constante de muchas personas motivadas por el
respeto o la conveniencia. Descartado el respeto, sólo quedará la conveniencia,
y rápidamente usted se convertirá en alguien inconveniente. Quizás
entonces se aferre a otra fantasía, la de fundar una dinastía. Pero ¡ay!, los
herederos no parecen estar a la altura. Usted
ha cometido un terrible error en su vida, señora: no ha tenido amigos. Y le
pesará, porque el refugio de los afectos está reservado a las personas buenas. Le quedará, si acaso, la familia, suponiendo que sean capaces de soportar su
creciente amargura. Sé
que está obsesionada por cómo la recordará la posteridad. Lo mejor sería que la
olvidara del todo, señora. Porque de otra manera, la única huella que dejará su
paso por esta vida, será una nota marginal en la Historia Universal
del Fracaso. Por Roberto Bugman
|