Calendario
ApúntateCategorías
Archivos
Sindicación |
La muerte que no le importó a nadie
Por Carlos Mira - 21 de Abril, 2015, 19:36, Categoría: Opinión
La
muerte anunciada de la denuncia de Nisman produce muchos efectos, cuando uno
detiene la marcha y observa el horizonte. En
primer lugar, se siente el impacto de corroborar cómo todo lo que se preveía se
fue dando en los hechos, como si la obviedad no sólo se hubiera naturalizado en
la Argentina sino que también seamos inmunes a ella: aun cuando se termine
verificando en la realidad aquello de lo que hasta un chico de cinco años se
daba cuenta, es como que no nos importa, no nos afecta. Dale que va. Todo
sigue, todo se olvida. En
este caso, la burdez grosera de esperar a que venza el turno del fiscal Ricardo
Weschler para que la apelación del fiscal de Cámara Germán Moldes recayera en el
Fiscal de Casación Javier De Luca, integrante de Justicia Legítima y partidario
del gobierno, fue de tal magnitud que no se explica cómo el país la acepta así
como así, como si todo estuviera bien. De
Luca empezó a cobrar notoriedad pública el año pasado en la Feria del Libro,
cuando en una ronda de debates por el Código Penal que impulsaba el gobierno
bajo el sello de Zaffaroni, dijo que el Código actual era “sexista, clasista y
oligárquico” y que una norma de ese tipo debe ser “no para castigar a quien
infringe la ley, sino para proteger al ciudadano del poder punitivo del Estado…
El anteproyecto da seguridad ante la posibilidad infinita de que alguien me
castigue por cualquier cosa”, dijo en aquel momento De Luca. Luego,
ya en su intervención en la causa Ciccone con Boudou como imputado, dijo que
los hechos no constituían delito y ahora dice lo mismo respecto de una denuncia
que ni siquiera se abrió a prueba en ninguna instancia. ¿Cómo sabe que no hay
delito si no propone investigar los hechos y producir la prueba propuesta por
tres fiscales antes que él? Una
denuncia no constituye una sentencia. Nisman decía que la presidente era una
encubridora porque él era fiscal y su misión era acusar si creía que tenía
pruebas para hacerlo. Pero eso no quiere decir que tuviera razón. La gracia de
la investigación radicaba, justamente, en traer certeza judicial al caso.
Ahora, dado lo que ocurrió, no sabemos. Quizás nunca sabremos si aquella
denuncia era verosímil o no. Recordemos
que la presidente y los demás denunciados no fueron sobreseídos. Eso significa
que su situación procesal respecto del caso sigue abierta hasta que alguien
impulse el proceso con hechos y pruebas nuevas. ¿No era preferible terminar
definitivamente con esto, con una sentencia de sobreseimiento emitida por los
jueces en lugar de terminar en una nube de dudas por las puertas que el fiscal
De Luca cerró? La
otra cuestión impactante es, quizás, más preocupante y bordea lugares hasta
difíciles de explicar. En efecto, el archivo de la causa cuyo denunciante
apareció muerto con un balazo en la cabeza en el baño de su casa, mete miedo.
Resulta, efectivamente tenebroso, pensar que ese hombre murió en vano, gratis.
Que dejó dos hijas sin padre al divino botón, simplemente por trabajar de lo
que trabajaba. Tampoco
sabemos si lo mataron, aun cuando todo hace sospechar ese final. Pero aun
frente a un suicidio, no caben dudas que Nisman murió por el trabajo que
cumplía. Y frente a ese hecho, cuatro jueces y un fiscal consideraron que no
había mérito suficiente para investigar lo que él decía. Su muerte ni siquiera
les pareció sospechosa en relación con su denuncia. La pérdida de su vida no le
agregó un solo gramo de sospecha a nadie. Y eso, verdaderamente, da miedo. Da
miedo pensar lo inútil que pueden resultar ciertas empresas y lo peligroso que
al mismo tiempo puede ser el hecho de intentarlas. Nisman pagó su épica con su
vida. No es chiste: el tipo denunció al poder y murió de un balazo. Es
escalofriante. Pero
es más escalofriante -si es que puede haber algo más escalofriante que eso-,
que el país siga como si nada. Enfrascados en sus propias miserias los
argentinos no pedimos explicaciones, no enviamos mensajes electorales, no nos
manifestamos de modo indubitable en el sentido de que esto no nos gusta. ¿Por
qué hemos caído tan bajo? ¿Por qué tenemos entre nosotros un nivel de empatía
muy cercano a cero? ¿Por qué estas barbaridades nos resbalan y se precisa muy
poco tiempo para que nos olvidemos? Es
raro lo que le pasa a la sociedad. Pero no caben dudas de que el gobierno ha
sido muy sabio en decodificar ese estado mental, cualquiera sea. En
efecto, la apuesta al olvido, a que todo se arregla con el lanzamiento de un
plan para pagar en cuotas o con un verano a pleno en Mar del Plata, es algo que
el gobierno ha desentrañado con maestría. Por lo tanto no son su culpa las
consecuencias, sino nuestra. Somos nosotros. La
administración de los Kirchner claramente no aprovechó su lugar de privilegio
para usarlo en el sentido docente de la vida, para mejorar la condición humana
de la sociedad. No. Utilizó ese poder para profundizar ese costado desechable
de nosotros. Se apoyó en esas flaquezas para aumentar y consolidar su poder. Y
nosotros lo hemos permitido. Con
una estrechez de miras francamente llamativa, con una claudicación barata a los
efluvios del consumo y del clientelismo, la sociedad se dejó comprar. Y hoy
hemos llegado a un estadío de tal profundidad en esos disvalores, que la gente
que habla aparece muerta en el baño de su casa y nadie se inmuta; todos se
olvidan, los jueces se callan, los fiscales piden no investigar. Nos
hemos convertido, en gran medida, en una sociedad anestesiada. Nada nos mueve
el amperímetro. Asistimos impávidos a cuestiones que en otros países serían
escandalosas y ni siquiera tenemos una expresión de condena. Por
mucho menos, la presidente Rousseff y su colega Bachelet han visto desplomarse
su imagen pública, envueltas en la necesidad de dar mil explicaciones. Nadie
murió ni en Brasil ni en Chile. Pero las oscuridades de Petrobras y un préstamo
pedido en condiciones no claras por el hijo de Bachelet, fueron suficientes
para una reacción social de repudio. Aquí,
sin embargo, rige el “dale que va”. Un hombre murió gratuitamente y sus papeles
van camino de un archivo tan grande como aquel en el que terminará su propia
causa. Por Carlos Mira
|