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Falacias e ignorancia
Por Carlos Mira - 5 de Marzo, 2015, 18:31, Categoría: Opinión
La
presidente siempre consagró en sus monólogos, un reinado de falacias. Desde su
tono catedrático y ante una audiencia que sólo asiste para aplaudir cuando ella
habla, desplegó un conjunto de sofismas, uno peor que el otro, en el intento
por disimular bajo palabras democráticas lo que es un copamiento absoluto de la
Justicia para que termine por responder definitivamente a su sola voluntad. Veamos
una por una esas falacias… La
primera es querer atornillar en la
mente de las personas, la idea de que la “democracia” y las “mayorías
electorales” son unos sinónimos intercambiables. Pues bien, Sra. presidente, no
son unos sinónimos intercambiables. “Democracia” es el sistema por el cual
pueden convivir civilizadamente ideas diferentes y opiniones distintas.
“Voluntad mayoritaria” es precisamente eso: el sentido en el que se ha
expresado una mayoría circunstancial para elegir un gobierno, no para discernir
la razón. La
segunda falacia, (directa
consecuencia de la primera) es que para ser “democrática” la Justicia debe
fallar en el mismo sentido que se expresan los poderes políticos votados en las
elecciones. Todo fallo de la Justicia que vaya en contra de lo que quieren o de
lo que son los pareceres de las autoridades electas, se reputa como
“no-democrático”. La Justicia debe fallar por la verdad probada en los
expedientes, no según quiénes sean las partes, si de la “mayoría” o de las
“minorías”. La
tercera, claramente, es que lo que
son las opiniones y -fundamentalmente- los intereses personales de los
funcionarios electos son las opiniones y los intereses del pueblo. Ésta
probablemente sea la falacia más fantástica y más “conveniente” de todas.
Consiste en generar una especie de “carácter transitivo de la igualdad” por el
cual, la voluntad del “todo” es la voluntad de la mayoría y la voluntad de la
mayoría la represento yo (por lo que mi voluntad es la voluntad de la
mayoría), ergo, mi voluntad es la voluntad del todo. La
cuarta falacia (directa consecuencia
de la conjunción de la segunda y la tercera) es que, fallando de acuerdo a las
opiniones e intereses de los funcionarios, la Justicia respeta la voluntad
popular. Como la voluntad de los funcionarios (léase de la presidente), es la
voluntad de la mayoría y ésta es la voluntad “popular” (en el sentido del
“todo”); la Justicia solo puede respetar la voluntad popular si falla en el
mismo sentido de la voluntad del todo, es decir de la voluntad de la
presidente. La
quinta falacia (derivada también de
la primera) es que la Justicia, aun siguiendo este criterio, puede seguir
siendo “imparcial” (como se supone que debe serlo) aunque se sepa de antemano
que cuando los intereses particulares se opongan a los del Estado (en realidad
a los de la presidente), la Justicia deberá fallar a favor del Estado, porque sólo
de esa manera su fallo se alineará con las opiniones e intereses de la
presidente que, de acuerdo a este criterio y por carácter transitivo, son las
opiniones y los intereses del pueblo. Esta
falacia es probablemente la más elaborada de todas y la que esconde la falla
más grosera de todo este razonamiento, si es que se le puede dar ese nombre a
esta farsa. La
Justicia jamás podría alinearse con la voluntad mayoritaria, porque la voluntad
mayoritaria es parcial por definición. Como existe una voluntad mayoritaria que
expresa un criterio, también existe una voluntad minoritaria que expresa otro.
La vida en democracia sólo es posible donde los dos criterios pueden convivir.
Obviamente que la Justicia pueda darle la razón a la voluntad minoritaria forma
parte de esa convivencia. Este
principio, se deriva naturalmente de que en las elecciones no se vota por quien
tiene razón sino quien gobierna. El que gobierna puede no tener siempre razón y
para decírselo, es que existe precisamente la Justicia. Si se eliminara esa
posibilidad bajo el argumento de “democratizarla” se eliminaría la razón de su
existencia y, para el caso, convendría directamente hacerla desaparecer. Desde
que comenzó la discusión de la ley de medios y los particulares desesperados
por defenderse de la arbitrariedad, comenzaron a interponer medidas cautelares,
y la presidente se enfureció contra ellas. En uno de sus tuits iniciales dijo
textualmente “La Justicia le ata las manos al Estado”, cuando los jueces
concedieron esas protecciones a los particulares atacados. Fuera
de sí, la Sra. de Kirchner no llegó a entender el alcance de aquellas, sus
propias palabras. Se trataba de una confesión tácita de varias de sus
convicciones más íntimas. Una, claramente, es que la presidente cree que el
Estado es ella y que le molesta soberanamente no ver materializada su voluntad. Otra,
es que ignora olímpicamente que, efectivamente, la Justicia fue creada para
entre otras cosas, atarle las manos no al Estado, sino a ella, cuando ella
intente avasallar los derechos constitucionales de los ciudadanos. Y
por último, con esa frase, la presidente nos dice que no sabe que la Justicia
es tan “Estado” como ella, y que en tanto poder independiente del Estado, está
no sólo facultado sino obligado a balancear el ejercicio del poder. Resulta
muy difícil que un país funcione institucionalmente como marca su Ley
Fundamental cuando la figura que preside el sistema ignora los palotes más
rudimentarios de sus mecanismos. Aunque permítasenos dudar si la presidente no
los conoce o le conviene no conocerlos. Por Carlos Mira
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