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Refugio en el golpismo
Por Joaquín Morales Solá - 1 de Marzo, 2015, 14:49, Categoría: Opinión
El
golpismo de los otros es su último refugio y lo será hasta el día antes de que
entregue el poder. No es una cuestión real, sino simbólica, que prepara los
argumentos de un futuro incierto. A Cristina Kirchner no le importan la
candidatura de Daniel Scioli ni las condiciones, ciertamente arduas, que
aguardarán al próximo presidente, sea quien fuere. En su polémica resolución
del jueves pasado, el juez Daniel Rafecas le hizo un enorme favor al Gobierno. Pero
también tornó más inverosímil aún la denuncia de que existe un Partido
Judicial. En vano. No es la causa de Rafecas la que preocupa a la Presidente,
sino la investigación de otro juez, Claudio Bonadio, sobre el lavado de dinero
en empresas de la familia presidencial. El fantasma de que la absolución por
enriquecimiento ilícito se convierta en cosa juzgada fraudulenta está
creciendo, a su vez, en el imaginario cristinista. Tal vez ni siquiera se
equivoque. La
resolución de Rafecas podría ser revocada por la Cámara Federal. La
interpretación de la última y mortal denuncia de Nisman está abierta a debate
entre jueces y fiscales. Algunos la consideran sólida; otros creen que la
Justicia debe investigar para establecer si la teoría del fiscal muerto es cierta.
Ninguno o muy pocos, eso sí, suscriben la resolución de Rafecas tal como fue
escrita. El aspecto más cuestionable de esa resolución no es el rechazo de la
denuncia en sí mismo, sino las razones, casi idénticas a las que planteó el
Gobierno, que era el acusado. Es decir, tomó por ciertos todos los argumentos
del oficialismo y descalificó todas las pruebas de Nisman. Es difícil
comprender una resolución respaldada más en la opinión del juez que en el valor
de las pruebas. Es probable que Rafecas le haya cerrado para siempre las
puertas de su despacho a esa causa. Aun
cuando la Cámara Federal revocara la decisión de Rafecas, sería muy difícil,
aunque no imposible, que la denuncia de Nisman volviera a sus manos. Ese juez
ya tiene opinión formada y se trata, además, de una
investigación que debería ponerse en marcha ¿Para qué dejarla en manos,
entonces, de quien ya dijo que no hay nada que investigar? Si la Cámara
habilitara la investigación, la denuncia de Nisman llevará mucho tiempo y
terminará, en algún momento lejano, en la Corte Suprema de Justicia. Serán los
jueces supremos del país los que deberían decidir si el acuerdo con Irán fue
una decisión política no judiciable o un delito. Esa causa es una carga
política para Cristina, no una preocupación judicial. La
denuncia de Nisman tomó un giro inesperado, es cierto, justo cuando los peritos
de la familia están a punto de dictaminar que el fiscal no se suicidó, sino que
fue asesinado. A pesar de todo, la causa más preocupante es, en cambio, la del
juez Bonadio por el lavado de dinero que pertenece a la fortuna de los
Kirchner. Se trata de la propiedad de la Presidente y de sus hijos, y en el
entramado se mezclan empresarios tan cercanos a ella como Lázaro Báez y
Cristóbal López. Bonadío está en la etapa de recolección de pruebas; cuando
termine, comenzará a tomar decisiones que podrían ser muy importantes. Más vale
no anticipar lo que ni el propio juez sabe con certeza ¿Qué certezas
definitivas podría tener si todavía no recibió todas las pruebas? El
problema de la Presidente es que no aprovechó las ventajas que el Código Penal
les da a los herederos de una persona muerta. Las cosas serían muy distintas
si, después de muerto Néstor Kirchner, ella hubiera puesto toda la fortuna en
un fideicomiso administrado por una empresa ajena. Quizás, habrían aparecido
irregularidades y sospechas, pero su presunto autor ya hubiera estado muerto.
Los delitos penales no se heredan. Dejó las cosas al revés, en manos de
contadores de Santa Cruz y del propio Báez. Así le va. La
Corte Suprema avanzó en los últimos diez años, en sentar el precedente de que
es posible establecer la cosa juzgada fraudulenta. La Presidente es
beneficiaria de una vieja sentencia del juez Norberto Oyarbide, que sobreseyó
al entonces matrimonio presidencial en una causa por enriquecimiento ilícito.
Es en principio, cosa juzgada y por lo tanto, la Justicia no puede investigar a
la Presidente por aquel delito. Pero ¿Qué sucedería si a esa cosa juzgada se la
considerara fraudulenta porque, por ejemplo, el juez no buscó la verdad? La
Presidente volvería a ser juzgada por enriquecimiento ilícito con todas las
pruebas y sospechas agregadas en los últimos años. Cristina
sabe que está en riesgo. Menea el golpe de Estado, imposible para un gobierno
al que le quedan meses de poder, porque en el fondo considera que las próximas
elecciones serán un golpe político para ella, su familia y su facción. Las
elecciones son el golpismo en ciernes que denuncia una y otra vez, aunque la
realidad la desmienta. No tiene heredero confiable y ningún Kirchner puede
suceder ahora a otro Kirchner ¿Cómo no suponer que los comicios son un golpe de
Estado cuando ella infiere que su persona es la democracia? ¿O no hubo, acaso,
carteles en la vía pública en los últimos días que proclamaban que "la
democracia no se imputa"? La imputada era Cristina Kirchner, no la
democracia. Un
gobernador cercano a la Presidente confesó que no le encontraba explicación a
la estrategia de Cristina Kirchner de enfrentarse con todos al mismo tiempo poco
antes de irse. Ese gobernador no tiene reelección en su provincia. "Yo
trato ahora de llevarme bien con amigos y enemigos. Quiero después caminar
tranquilo por mi provincia", explica. Es lo que haría cualquier político. Cristina
Kirchner no lo hace. Tampoco hará nada para resolver la deuda en default
parcial, ni el atraso del tipo de cambio, ni el insoportable déficit fiscal. El
próximo gobierno heredará un Banco Central con casi nada de reservas en
dólares, si se despoja a esas reservas de los créditos, las deudas por pagar y
el dinero que no es suyo. Aquel gobernador las llama "reservas
alquiladas". El Gobierno se las arregló, en fin, para que parecieran como
si fueran reservas propias, aunque no lo son. Por
eso también, a la Presidente le interesa más tensar la relación con Washington
y con Europa. Una líder progresista que se precie de tal, necesita mostrarse
lejos de los imperialismos supuestos y cerca de los símbolos de la izquierda
mundial, como Rusia y China, aunque sean países gobernados por dos
autoritarismos de derecha. Es un concepto viejo que está haciendo estragos en
la Argentina ¿Cuánta reacción opositora habría tenido un gobierno argentino que
hubiera firmado con los Estados Unidos un acuerdo como el que Cristina Kirchner
firmó con China, casi pre colonial? Los chinos no sólo podrán hacerse de obras
públicas locales sin pasar por licitaciones, sino también traer sus propios
trabajadores desde China, a los que les aplicarán las implacables leyes
laborales de China. A pan y agua. Pero
un país gobernado por un Partido Comunista, como es China, le sienta bien a la
Presidente. Algo parecido le sucede con Rusia, la patria de Lenín (y también,
cabe recordar, la del criminal Stalin), aunque el déspota de ahora se llame
Putin y gobierne uno de los regímenes más corruptos del planeta. Con todo, esos
símbolos le sirven para entusiasmar a algunos adolescentes que ignoran todo,
salvo el discurso cristinista y a los nostálgicos de un mundo que desapareció
hace 25 años. Está preparando el discurso para cuando haya vuelto a casa, el de
una líder progresista perseguida por la Justicia por progresista y no por otra
cosa. A
pesar de Rafecas, Cristina Kirchner necesita la bandera del golpismo judicial y
la levantará con argumentos o con pretextos, pero no la dejará ¿De qué le
servirá Scioli, si Scioli no estará en condiciones de salvarla de los jueces?
¿No sería mejor, en cambio, abroquelarse como estandarte de una izquierda
alegórica para exhibirse luego como víctima de sus ideas y no de sus hechos? Padecerá
necesariamente la soledad de los rupturistas. Fracturó la sociedad, la dividió
con trazos de fanatismo y de odio, sólo para defender una fortuna que ella no
puede explicar. El destino se encoge, al fin y al cabo, en el pobre empeño de
salvarse de algunos jueces, ni siquiera de todos. Por Joaquín Morales Solá
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