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Cada vez más grotesco y trágico
Por Joaquín Morales Solá - 24 de Enero, 2015, 2:47, Categoría: Opinión
Si
no fue un suicidio, entonces fue un crimen. Es lo que le sucedió al
fiscal Alberto Nisman en una hora imprecisa del
domingo. Ése fue el núcleo central de la exposición de ayer de Cristina Kirchner, otra vez en las redes sociales, otra vez
con un subtexto en el que lo que importa es ella y no el fiscal muerto. La
Presidente, convertida de pronto en una prolífica escritora de crónicas
policiales, llegó tal vez a una deducción relevante: la muerte política de
Nisman podría transformarse en un punto de inflexión político, en ese instante
del camino en el que la historia ya no puede volver a ser la misma. Ni
en un solo párrafo la Presidente señala directamente a los autores del presunto
crimen, pero está segura de que iban por ella ¿Cómo sabe que fue una
conspiración contra ella si no está en condiciones de denunciar ante la
Justicia a los criminales? ¿Cómo, si en pocos días dio tantas versiones
distintas? ¿Por qué deberíamos creer que esta vez no cambiará el discurso sobre
la conmoción que estremece al país, si ya lo cambió varias veces? El
kirchnerismo era, en su esencia última, la ex SIDE. Ahora se sabe. El
desmoronamiento del relato, el imperio mafioso de la política argentina, las
rendiciones de cuentas liberadas al antojo de cualquiera, comenzaron cuando la
Presidente tumbó a la vieja conducción de la ex SIDE. Esto no habla bien de esa
conducción. Al contrario, es la constatación de que sólo una dirección perversa
de los servicios de Inteligencia podía controlar la política por el miedo, la
compra o el alquiler de voluntades. Fue la conversión de los espías en dueños
de la política. Esa conducción, que también sirvió durante una década para
tratar de destruir moralmente a los enemigos del kirchnerismo, aparece ahora
como el principal enemigo público de la fracción gobernante. Es notable la
capacidad del Gobierno para escribir, borrar y reescribir la historia. Una
generación de políticos peronistas parece querer apresurar el final de su
carrera. Son los que aplaudieron sin condiciones a los que tienen el poder; los
legisladores que aprobaron leyes y acuerdos a libro y ojos cerrados; los que
suscribieron hasta hace pocos días las teorías presidenciales que luego la
propia Presidente desmontó. ¿Con
qué cara le seguirá hablando a la sociedad Julián Domínguez, luego de haber
insinuado que Nisman tenía la culpa de su propia muerte? ¿Puede Diana Conti
permanecer en el primer plano después de haber intentado amedrentar a Nisman,
cuando le anunció que iría con los "tapones de punta" a la exposición
ante el Congreso el día en que se conoció su muerte? ¿Pueden
los legisladores kirchneristas conservar un mínimo de autoridad moral luego de
preguntarse públicamente "qué pasó", en medio de nefastas alusiones
sobre los supuestos móviles del fiscal? Una estirpe de dirigentes está en
problemas cuando pregunta "qué pasó" en lugar de responder a esa
pregunta. El
peronismo no ha resuelto todavía (¿lo resolverá algún día?) su eterno debate
entre la libertad y la supuesta justicia social, entendidas ambas como grandes
conceptos. Esa concepción que concibe ambas conquistas como incompatibles quedó
en videncia ayer, una vez más, cuando la cúpula del Partido Justicialista culpó
a los medios periodísticos independientes, entre varios sectores más, de la
crisis política que convulsiona al país. ¿Quién
convirtió al viejo Jaime Stiusso en lo que era y es? ¿Quién decidió modificar
radicalmente la política con Irán? ¿A quién acusó Nisman poco antes de su
muerte? El Gobierno está en la respuesta a cada una de esas preguntas. El
peronismo nació en la historia de una conspiración y habita en las
conspiraciones. Han
pasado diez días desde la asombrosa denuncia de Nisman contra la Presidente y
su canciller, Héctor Timerman, por el acuerdo sobre el criminal atentado a la
AMIA. Cristina Kirchner escribió un libro por entregas en Facebook desde
entonces, pero nunca explicó a ciencia cierta, y con argumentos creíbles, por
qué suscribió aquel pacto con un gobierno al que la justicia argentina encontró
culpable del más grande atentado que sufrió el país. El argumento de que ésa
era la única posibilidad de que declararan los iraníes sospechados cayó
empujado por el propio decurso de los acontecimientos. Irán terminó
despreciando de mala manera el acuerdo. A
propósito de Facebook ¿No es hora ya de que la Presidente le hable al país por
cadena nacional sobre la denuncia y la muerte del fiscal Nisman? ¿O, acaso, la
cadena nacional sólo servía para inaugurar alcantarillas, para reinaugurar
hospitales, y para retar o elogiar a gobernadores e intendentes? ¿En qué quedó,
después del escándalo y la muerte, aquel anuncio de que habría cadena nacional
todos los días para que los argentinos se enteraran de la obra y las ideas
presidenciales, sin intermediarios? La
Presidente ha entrado, paralelamente, en una deriva peligrosa. Nunca, como
ahora, su visión de las cosas ha sido tan conspirativa ni llamaron tanto la
atención sus increíbles deducciones. Nunca encontró tan inverosímiles
culpables, a pesar de que tiene una vieja historia de culpar a otros de sus
propios errores. Mezclar a Clarín con las manifestaciones de Francia y con los
asesinatos en la revista Charlie Hebdo fue una inferencia rocambolesca que ni
siquiera es fácil de entender. ¿Estamos,
tal vez, ante una Presidente sorprendida por los trazos claros de la realidad,
a la que ya nadie le puede mentir? ¿Qué mentira se podría construir sobre la
inmodificable muerte de una persona? ¿Es, quizás, la reacción de una jefa
política acostumbrada a recibir informes parciales, tergiversados o falsos de
las cosas que pasan y que, de pronto, descubre que la realidad es distinta,
trágica e inmutable? ¿Hasta qué punto el largo ejercicio de un poder
personalista y endogámico no trastornó seriamente la capacidad de análisis y de
decisión de la Presidente? Ésas
son las preguntas que el sistema político debería responder junto con las que
se desprenden de las acusaciones y la muerte de Nisman. La Presidente parece ya
en la defensa de la última línea antes de una desastrosa derrota, en el inútil
juego de "todo o nada" antes del final. ¿De
dónde saca Cristina Kirchner que Nisman nunca se enteró de la supuesta
debilidad de su denuncia? ¿De dónde extrae que la denuncia era débil? Es
impredecible la suerte judicial de la denuncia de Nisman, pero es
irresponsable, por lo menos, suponer que la denuncia era débil. Nisman tuvo
tiempo, antes de tropezar con el final prematuro de su vida, de contar que
trabajó dos años en esa acusación, que escribió 300 páginas y que juntó
centenares de CD con grabaciones. Hay,
según el Gobierno, espías que no son espías, pero que decían que eran espías.
Hay un propagador serial de violencia, Fernando Esteche, el jefe de un ejército
irregular y destructivo, que terminó contando su relación promiscua con el
Gobierno. Hay grabaciones de conversaciones entre los acusados que comienzan a
salir a luz. El problema de la Presidente es que sus inferencias o las
presuntas conspiraciones no pueden borrar las grabaciones de conversaciones muy
reveladoras entre personajes marginales de la política que su Gobierno llevó al
centro del escenario. Son los mismos personajes acusados por Nisman de integrar
la diplomacia paralela. Hasta
después de su muerte, el Gobierno describe indirectamente a Nisman como una
persona miedosa y apocada. ¿No es eso lo que se deduce del propio relato de
Cristina Kirchner sobre la muerte del fiscal, cuando asegura que ni él sabía de
la falsedad que otros le habían "plantado" en su denuncia? Nisman no
era así. Era, más bien, todo lo contrario. Un obsesivo de su trabajo en la
causa de la AMIA, en el acierto o en el error. Sabía nombres, direcciones y
situaciones actuales de decenas de dirigentes iraníes. El
ex vicecanciller Roberto García Moritán (que desempeñó ese cargo durante la
gestión de Jorge Taiana como canciller) contó una significativa anécdota de
Nisman para desmentir esa versión que el Gobierno difunde del fiscal. Dice
García Moritán que Nisman debió enfrentarse personalmente con una delegación
del gobierno iraní en la sede de Interpol, en 2008. Sólo le había pedido a la
cancillería la asistencia de un diplomático, que fue designado. García Moritán
subraya el coraje de Nisman para discutir frente a frente con los iraníes, que
terminaron deslizándole sutiles amenazas. Ese hombre no puede ser el mismo
Nisman que ni siquiera sabía lo que había firmado, según la última versión en
Facebook de Cristina Kirchner. La
Argentina es un país atravesado por la muerte. La muerte definió muchas veces
la política. Muchas muertes o una muerte simbólica. El final de Nisman parece
constituir ese momento en el que una vida, o la culminación de ella, cambia los
planos preexistentes en todos los sentidos. Entre
tanto, la sociedad es espectadora forzosa de la anomia, ya no en la estructura
social, sino dentro del propio Gobierno. La sociedad es un conjunto de personas
sin conducción ni contención, conmovidas e indefensas. ¿Qué puede esperar el
argentino común de sus fuerzas de seguridad si la propia Presidente le echa la
culpa de la muerte de Nisman a la custodia policial de Nisman? No puede esperar
nada cuando sólo ve que lo grotesco y lo trágico se confunden cada vez más. Por Joaquín Morales Solá
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