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Crece la idea de que CFK suceda a Scioli
Por Armando Maronese - 18 de Octubre, 2014, 16:06, Categoría: Política - Políticos
El
gobierno está dispuesto a mostrar que no está de “salida”. No es solamente la
adopción de medidas que tienden a irradiar la imagen de un poder intacto. El
objetivo es mostrar que en 2016 el kirchnerismo seguirá siendo un actor central
de la política argentina. Dentro de este marco, hay diversas alternativas
abiertas. Esa variedad convierte en lícitas ciertas especulaciones que hasta
ahora eran consideradas impensables. Dicho
sin anestesia: hasta puede imaginarse la posibilidad de una fórmula
presidencial en la que el gobernador Daniel Scioli sea acompañado por un
kirchnerista “puro”, al estilo de su colega entrerriano, Sergio Urribarri, o
hasta por el mismo Axel Kicillof. Pero esa alquimia, que eliminaría
virtualmente la incógnita sobre las elecciones internas en el Frente para la
Victoria, podría completarse con algo más importante: la nominación de Cristina
Kirchner como candidata a la gobernación de Buenos Aires, con el acompañamiento
en la fórmula del ministro del Interior, Florencio Randazzo. En
Buenos Aires, la elección del gobernador es por el sistema de una sola vuelta.
Cristina Kirchner, con el apoyo del poderoso aparato del peronismo bonaerense,
tendría objetivamente amplias posibilidad de derrotar a una oposición dividida,
que carece además de un candidato de fuste para confrontar con la primera
mandataria, quien se quedaría con el control político del primer distrito
electoral del país y se aseguraría también el dominio de la estructura oficial
del Partido Justicialista. Esta
posibilidad, para nada quimérica, tendría además la ventaja de que el
kirchnerismo podría asegurarse su continuidad política más allá del 2015, aún
con independencia del resultado de la elección presidencial. En efecto: si
Scioli ganara, Cristina Kirchner tendría un gigantesco poder de veto sobre el
nuevo gobierno. Si Scioli perdiera en la segunda vuelta, la Jefa de Estado se
convertiría en la jefa de la oposición de un gobierno débil, que en la imaginación
de sus incondicionales sería encabezado por el Jefe de Gobierno porteño,
Mauricio Macri, contra quien el kirchnerismo trata de polarizar la contienda,
por considerarlo un adversario menos peligroso que Sergio Massa, tanto como
candidato rival como en la condición de eventual presidente. En
cierto sentido, esta estrategia parecería reproducir la adjudicada a Carlos
Menem en 1999, cuando dejó librado a su suerte a Eduardo Duhalde y permitió el
triunfo de Fernando De la Rúa, pero con el peronismo ganando la provincia de
Buenos Aires de la mano de Carlos Ruckauf y, con la intención de retener el
control del Partido Justicialista, retornar triunfalmente al gobierno en las
elecciones de 2003, un plan que fracasó, aunque conviene recordar que el
caudillo riojano ganó con un no despreciable 24,5% de los votos la primera
vuelta en aquellos comicios, aunque después se vio obligado a “bajarse” del
balotaje ante el peligro, anticipado por las encuestas, de sufrir una
estrepitosa derrota ante Néstor Kirchner. Sin
embargo, hay una diferencia fundamental entre estas dos situaciones. En esa
oportunidad, Menem no conservó ningún resorte de poder significativo, salvo la
titularidad formal del Consejo Nacional justicialista, que se reveló
insuficiente para incidir decisivamente en el rumbo de los acontecimientos.
Ruckauf era aliado de Duhalde y, cuando se produjo el previsible colapso del
gobierno de la Alianza, la crisis política favoreció el encumbramiento del ex
gobernador, apoyado por los mandatarios provinciales peronistas. En
esta hipótesis original, en cambio, Cristina Kirchner conservaría un enorme
poder de fuego. Aunque hubiera constituido un imposible histórico, es como si
Menem hubiera asumido en 1999 la gobernación de Buenos Aires, un
posicionamiento que seguramente le habría posibilitado un papel protagónico en
la sucesión de De la Rúa. Por
supuesto que todo esto no pasa todavía de una conjetura barajada en
conciliábulos peronistas preocupados por el panorama electoral. De todos modos,
ya entró en el cuadro de alternativas que baraja el estado mayor de Scioli.
Según comentarios de imposible confirmación, en el equipo del gobernador esta
hipótesis impulsó días pasados un interesante debate entre dos grupos con
sendas apreciaciones contrapuestas de la situación. Para
algunos asesores, entre ellos el presidente del Banco Provincia, Gustavo
Marangoni, y el titular del grupo BAPRO, Santiago Montoya, resultaba necesario
fijarse un cronograma para un discreto alejamiento de la Casa Rosada, en la
búsqueda un difícil equilibrio que permitiera retener el caudal electoral del
kirchnerismo pero, a la vez, atraer a un sector del electorado independiente,
indispensable para ganar en la segunda vuelta. La
otra postura, sostenida por el Jefe de Gabinete de Scioli, Alberto Pérez,
sostenía que no existe ningún margen de maniobra para la diferenciación y que,
para bien o para mal, la suerte del mandatario bonaerense está unida a la
estrategia de Cristina Kirchner. Todo indica que Scioli compartió la visión de
Pérez. De
allí que las expectativas de Scioli están puestas en que, en el primer
trimestre de 2015, el gobierno alcance una solución del diferendo con los
“fondos buitres”, con lo que podría revertirse el declive económico y
afrontarse la campaña electoral en un escenario de menor conflictividad social. Miguel
Bein, el “economista de alcoba” de Scioli, manifestó que si el gobierno
arreglaba con los holdouts, la economía argentina podría superar la
recesión y crecer un 3% en el 2015. Massa, Lavagna y la UCR - Si la estrategia del oficialismo es apoyar a un Scioli
condicionado por la Casa Rosada y recostarse sobre el Partido Justicialista, el
margen de maniobra de Sergio Massa en el peronismo tiende a recortarse. Salvo
el espectro del peronismo opositor, desde José Manuel De la Sota en Córdoba,
Carlos Reutemann en Santa Fe, Juan Carlos Romero en Salta, Jorge Busti en Entre
Ríos, Adolfo Rodríguez Saa en San Luís, Mario Das Neves en Chubut, y un
eventual vuelco de Martín Insaurralde y algunos intendentes en la provincia de
Buenos Aires, el “massismo” tiene muy poco para crecer en ese terreno. De
allí la redoblada importancia que Massa asigna a los acuerdos con el
radicalismo. Lo que sucedió en Jujuy con Gerardo Morales, a punto de repetirse
en Tucumán con José Cano, es para el tigrense la única forma de contrarrestar
la maniobra de pinzas que busca colocarlo en la incómoda situación de “jamón
del sándwich”, entre el Frente para la Victoria y una eventual convergencia
entre el PRO y la UCR. En ese juego, adquiere mayor relevancia política Roberto
Lavagna, erigido en el peronista mejor visto por los radicales. Massa
está ahora más focalizado en sustraerle socios radicales a Mauricio Macri que
aliados peronistas a Scioli. El Jefe de Gobierno porteño trata de convertir la
necesidad en virtud. Ante la probable defección de algunos dirigentes radicales
(Córdoba representa una excepción a esa tendencia), enfatiza su mensaje crítico
a la política tradicional, sintetizado en el slogan de la “tercera vía”. El
radicalismo, en tanto, sufre la ausencia de una candidatura presidencial
competitiva y se ve cada vez más tentado a priorizar la conquista de
gobernaciones, sea aliados a Massa o a Macri. El propio Julio Cobos sabe que
tiene abierta la alternativa de pelear por la gobernación de Mendoza. En el
FAU-UNEN, lo único que crece es la confusión, hasta el punto que en corrillos
del socialismo tampoco se descarta definitivamente la posibilidad de que Hermes
Binner también abandone la carrera presidencial para disputar la gobernación
santafecina. Por
Armando Maronese Fuente: EFE
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