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Dársela de malo
Por Armando Maronese - 22 de Septiembre, 2014, 16:10, Categoría: Opinión
Hay una marcada
diferencia entre el final del gobierno de los Kirchner y los finales de los
gobiernos de Menem y De la Rúa. Cuando Menem estaba por entregar al gobierno ya
hacia rato que había ingresado en esa zona donde no parecía quedar ninguno de
los apoyos que habían existido en la cima del poder. Tanto en los círculos
políticos como en la sociedad, el riojano había perdido el respaldo explícito
del que había gozado. Había ganado las elecciones de 1995 con el 52% de los
votos y cuatro años después muchos hombres se tocaban el testículo izquierdo
para nombrarlo y las mujeres el seno del mismo lado. Quienes aun lo apoyaban lo
hacían en silencio; su nombre era vergonzante. La Convertibilidad no había
caído y cada peso seguía valiendo un dólar, pero había perdido para siempre
aquel magnetismo del que supo gozar. Ganó la Alianza de De
la Rúa y éste asumía con la imagen de un verdadero estadista. Aplomado, formado
en la política durante más de 40 años, venía a terminar con aquellas cosas que
daban vergüenza del menemismo: la corrupción, la frivolidad, la exuberancia del
poder. En dos años no se podía
encontrar a nadie que admitiera haber votado por el presidente radical. Su
inacción y el no haber podido terminar con los negociados políticos, sino al
contrario, haber sido sospechoso de mantenerlos, junto a una formidable debacle
económica que terminó con el uno a uno y con los ahorros de cientos de miles de
personas, lo tumbaron tristemente en medio de jornadas trágicas de cuyos
traumas el país aun no se recuperó. El elemento en común
con Menem fue la vergüenza pública de los que intentaban defenderlo: no se
animaban, les daba vergüenza intentar un argumento a su favor. Y es aquí en donde se
produce la abismal diferencia con el kirchnerismo. Aun frente a la pérdida del
soporte mayoritario en la sociedad -que es cada día más evidente-, el sector
que aun lo defiende no tiene un sentimiento vergonzante; al contrario, su
postura es combativa como si recién hubieran llegado el poder. ¿Cuál es la razón de la
diferencia? ¿Por qué la agresividad es la característica distintiva del
kirchenrismo saliente y de quienes aun lo apoyan? Porque el país -o una
parte decisiva de él- no se le anima a quien asume una postura de “malo”; el
“dársela de malo” paga en la Argentina y es una herramienta útil para sostener
el centro del ring. La observación es
curiosa porque revela una particular inclinación de la sociedad que parece
reivindicar esos valores del “gallito”; del que la va de guapo, del que copa la
parada. Más allá de que en la privacidad rechace esos modales, no pone en el
lugar de la vergüenza al que la “va de malo”, sino al contrario, siente cierta
vergüenza por defender posturas calmas, racionales, componedoras, armoniosas y
cordiales. Es el “trauma del
boludo”, de aquel que cree que presentándose como partidario del diálogo, de la
supremacía de la ley, de la armonía y la concordia, pasa justamente por un
estúpido, por un gil, por alguien a quien le falta la maldad de la calle. Por no caer en el
“trauma del boludo” el argentino no enfrenta al que “la va de malo” y éste
mantiene, a fuerza de un atropello intransigente su centro de poder. Esa es la gran
diferencia entre los finales de Menem, De La Rúa y Kirchner. Mientras los
partidarios de los dos primeros admitían el cambio de humor de la sociedad, el
kirchnerismo no lo admite y, al contrario, se presenta permanentemente en la
ofensiva como un malevo de barrio. Esta cultura de la
división que fue alimentada y cultivada por los Kirchner desde el minuto
inicial de su gestión ha prendido fuertemente en el núcleo duro que lo defiende
y que cuenta, por supuesto, con los enormes recursos de la maquinaria del
Estado. En ese sentido es
curioso cómo ciertos partidarios del gobierno -incluso desde la prensa- hacen
una constante referencia a los “bandos”, como si esos “bandos” estuvieran en un
pie de igualdad, olvidando que el gobierno utiliza recursos que ningún sector
privado tiene. Por lo demás, el “bando” opositor al kirchnerismo pone en juego
recursos propios para manifestarse, mientras que el gobierno se vale de un
fondeo al que contribuyen los dineros de los argentinos de TODAS las ideas. Ese
desequilibrio ha sido una característica saliente de toda la década, en la que
el gobierno fue exitoso en trasmitir la imagen de que él es uno más -y muchas
veces no el más poderoso- de los sectores en tensión, cuando en realidad es la
más poderosa maquinaria del país, con todos los instrumentos del Estado para
accionar y, repetimos, con recursos públicos que le aportan argentinos de TODAS
las ideas y sectores y no solo de los que comparten sus puntos de vista. Ese manejo ha sido
puesto al servicio de esa postura de “malo” con la que el gobierno, pese a todo
lo que ocurre, conserva el centro del poder y de la influencia política. Obviamente, está claro
que el gobierno puede hacer eso porque la sociedad se lo permite y porque de
alguna manera no se atreve a rebelarse contra el “malo” o contra el que maneja
todos los recursos y toda la maquinaria del poder. En ese sentido hay que
agregar el componente fuertemente militar y “bélico” que acompaña al gobierno,
que tiene mucho de parentesco con esa postura de poder agresiva que intimida y
atropella. Quizás pueda decirse que De la Rúa claramente no tenía esas
apetencias de poder. Pero Menem si las tenía. Peleó hasta el final por la
“re-re” y era un peronista de pura cepa que sabe lo que es la maquinaria del
gobierno. Pero Menem no era bélico y no la “fue de malo”. No intimidó y terminó
admitiendo que la sociedad, en una mayoría decisiva, había dejado de
acompañarlo. Ese es el punto que lo separa de los Kirchner en su etapa final en
el poder. Algo que habla no solo del kirchnerismo, sino también y
principalmente, de todos nosotros, de todos los que habitamos en el suelo
argentino. Para ello, el gobierno de la
presidente Cristina Fernández de Kirchner ha completado un círculo perfecto de
infalibilidad. Como un espejo de lo que Mariano Racalde dijo el sábado luego
del acto de La Campora y Máximo Kirchner en Argentinos Juniors, en donde el
presidente de Aerolíneas dijo que no se podía vencer al kirchnerismo sin
ganarle a Cristina K, con lo que se completaba un perfecto silogismo de
victoria. Premisa mayor: Cristina K es
la única referente del kirchnerismo; premisa menor: Cristina K no puede
presentarse a las elecciones; conclusión: el kirchnerismo es invencible. Ahora el gobierno sugiere la
existencia de un plan diabólico para destruir a la Argentina, diseñado en el
seno del Imperio Estadounidense, lo que torna de paso explicables los
insoslayables problemas por los que atraviesa la economía del país, que están
haciendo mella en el nivel de vida de todos los argentinos. De esta forma, el gobierno siempre sale bien parado: si las cosas van bien, porque por supuesto los resultados estarán a la vista de que todo es consecuencia de sus aciertos, y si van mal -como es el caso actual del país- sería la confirmación de que el programa del gobierno es tan exitoso y tan revolucionario que los problemas que hay no son otra cosa que la manifestación de la existencia de intereses a los que el programa está afectando y que, como consecuencia de lo que esos intereses implementan para defenderse, hay problemas. Es decir, nunca soy responsable de nada: cuando todo va bien soy un fenómeno y cuando todo va mal también, porque esa es la verdadera prueba de que mi plan les está causando problemas a los enemigos de la Argentina que reaccionan produciendo efectos “no deseados” por mí, pero que son los efectos, no de mis errores, sino de las reacciones de los demás contra mis aciertos. Es extraordinario…
Ahora, luego que el último buitre hiciera su jugada (American Airlines restringiendo la venta de boletos a más de 90 días), la presidente salió a revelar un plan maestro de cinco puntos que aparentemente habría conocido a través del ex secretario de Comercio del segundo gobierno de Bush, Carlos Gutiérrez, que forma parte del estudio de la ex funcionaria Madeleine Albright, y que plantea que la estrategia de los fondos buitre con Argentina se basaría en lo siguiente:
1. Esmerilar y desgastar la figura de la Presidente de la Nación, con ataques permanentes desde el punto de vista mediático y denuncias sistemáticas en diversos lugares de Estados Unidos y a nivel internacional.
2. Propiciar ola de rumores para generar inestabilidad económica, impulsando ataques especulativos para minar la credibilidad y confianza en el Gobierno, sobre todo con la variación del tipo de cambio marginal o “blue”, que constituye un mercado ilegal promovido por cuevas financieras auspiciadas en forma indirecta por los bancos.
3. Establecer una política agresiva en el mercado financiero internacional, para impedir el acceso de la República Argentina a financiamiento en el mercado de capitales, tanto del sector público como del sector privado, con el objeto de asfixiar al Gobierno e impedir a las empresas acceder a líneas de crédito.
4. Propiciar una estrategia para ganar tiempo y lograr un acuerdo favorable a los intereses de los fondos buitre en el año 2016 con un nuevo gobierno, admitiendo los deseos de que efectivamente un gobierno afín a sus intereses pueda gobernar el país a partir del 10 de diciembre de 2015.
5. Contratar periodistas, medios de comunicación en Argentina y otros países, para atacar al Gobierno y financiar, directa o indirectamente, a políticos y sindicalistas de la oposición para esmerilar al gobierno y provocar acciones de desgaste permanente.
Como se ve, el “Plan Buitre” está redactado en coloquialismos muy argentinos, como el uso del término “esmerilar”, “blue”, “cuevas”, “fondos buitre” (resultaría increíble que los fondos buitre se llamen a sí mismos “fondos buitre”), con lo que uno no sabe muy bien si tomarse esto como un enorme chiste de mal gusto y de baja calidad o si preocuparse y confirmar que el gobierno está dispuesto a hacer cualquier cosa para terminar con la libertad de expresión.
El hecho de que la propia presidente se haya hecho eco de este “plan” en su Twitter oficial, llamando a la gente a que preste atención a los “puntos 1 y 2” como si realmente hubiera tenido acceso a un documento secreto que hace las veces de Acta Constitutiva de la Conspiración, es también poco serio y coloca a la Argentina en el escenario internacional al borde de la risa y el papelón.
Resultaría francamente increíble que los enemigos que quieren destruir al país tomen una hoja de papel y escriban, en negro sobre blanco, los pasos a seguir para derrumbar a este Quijote de la Justicia Social Universal. Nadie puede creer semejante fábula.
Otra de las estrategias del gobierno, podría consistir en darle formato de “plan” a cuestiones que ya ocurren en la realidad (provocadas por las propias impericias profesionales del ¿equipo? económico) para, justamente, deslindar la responsabilidad y atribuir las consecuencias a un designio maléfico.
Así, por ejemplo, se sabe que en otros casos de países deudores con presidentes que tenían fortunas dudosas, los holdouts iniciaron investigaciones judiciales sobre esas riquezas para intentar demostrar que habían sido hechas mediante el aprovechamiento de recursos públicos. Si eso llegara a ocurrir con la Argentina, inmediatamente se diría que se trata de la puesta en marcha del punto 1 del plan.
Respecto de lo que está ocurriendo con la cotización del dólar libre, se dirá que es la ejecución del punto 2. El hecho de que la Argentina no pueda conseguir un peso de crédito, no sería el resultado del desdén con que históricamente el gobierno trató a los mercados internacionales y de los serios desequilibrios que la política económica ha provocado, sino la implementación del punto 3 del plan.
El eventual arreglo que un futuro gobierno logre en el tema de la deuda, no sería una negociación racional y conveniente para la Argentina sino el fruto del punto 4 del plan, con lo que el futuro gobierno sería un agente más de los buitres.
Y finalmente, los comentarios, noticias e ideas que se contrapongan con las posturas del gobierno no serían el ejercicio de la libertad de expresión, sino la manifestación pecuniaria de la ejecución del punto 5.
Más allá de los serios problemas que tenemos, estas aristas nos van acercando cada vez más a un escenario venezolano de la realidad; a un decorado que la platea mundial observa disimulando la risa. Mientras Maduro habla con los pájaritos y denuncia un plan para desatar una guerra biológica en Venezuela, la Sra. de Kirchner tuitea planes de “esmerilización”, protagonizados por “cuevas” y supuestamente plasmados en un documentado que huele más a estar redactado en un bar de San Telmo que en una logia secreta de Wall Street.
Es imperioso que la sociedad reclame seriedad. El gobierno podrá tener la ilusión de engañar con estos cuentos, pero si la sociedad es seria y a su vez reclama seriedad, finalmente obligará a los funcionarios a decir la verdad y a dejar de fabricar excusas permanentes para justificar el enorme fracaso de sus políticas.
La Argentina no puede transformarse en la excepción a aquella regla que muchos le atribuyen al presidente Lincoln: “Uno puede engañar a algunos todo el tiempo o a todos algún tiempo, pero no puede engañar a todos todo el tiempo”.
Por Armando Maronese Fte: C.M.
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