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Cristina Kirchner aumenta la carga de su bomba de tiempo
Por Marcos Novaro - 31 de Agosto, 2014, 18:36, Categoría: Opinión
La Presidente está
complicando a propósito el legado que entregará a quien la reemplace en el
cargo, y complicando en un sentido más amplio todo el panorama político y
económico con que tendrán que lidiar la sociedad, las instituciones y la
dirigencia argentinas desde 2016. La Presidente explicó falsamente
su renuencia a “firmar cualquier cosa que le pongan delante” dijo, para evitar
se prolongue y agrave el nuevo default de deuda en que incurrió nuestro país
como un gesto de sacrificada responsabilidad frente a las futuras generaciones,
y los futuros gobiernos: "según ella", le convendría "firmar
cualquier cosa" porque así podría endeudarse y evitarse más problemas
con la justicia estadounidense y los financistas internacionales, pero los
costos los pagarían los que la sucedan en el poder y los contribuyentes durante
años. En cambio “no firmar”,
es decir no ceder, no le conviene porque la lleva a chocar con esos
intereses poderosos, que no tienen reparo en ahogar a la economía argentina
justo cuando su gobierno es más débil, porque está haciendo las valijas para
dejar el poder, ni dudarán, a coro con los irresponsables y oportunistas que
pueblan las filas opositoras, en culpabilizarla personalmente a ella por la
situación y sus consecuencias. La verdad, sin embargo,
es exactamente la opuesta: la Presidente está complicando adrede el legado
que entregará a quien la reemplace en el cargo, y complicando en un sentido
más amplio todo el panorama político y económico con que tendrán que lidiar la
sociedad, las instituciones y la dirigencia argentinas desde 2016.
No lo hace simplemente
por ceguera ideológica o por mezquindad, sino por un frío cálculo de costos y
beneficios; si todavía existe alguna posibilidad de
que su liderazgo sobreviva al final de su mandato es una que depende por un
lado de que la situación económica no se siga deteriorando, lo que exige
postergar costos y barrer problemas bajo la alfombra, lo que como se sabe viene
haciendo desde hace tiempo, pero como eso funciona cada vez menos, depende por
sobre todo y en medida creciente de que la situación se complique lo más
posible apenas ella deje su cargo, de manera que los malos recuerdos que
hayan dejado sus últimos años en él enseguida se diluyan por el peso de otros
peores. Dicho más simplemente:
una de las consecuencias de que la transición hacia un nuevo gobierno se haya
empiojado terriblemente debido al problema de la deuda externa, contradiciendo
la expectativa sintéticamente expresada en su momento por Daniel Scioli, y que
por añadidura era y sigue siendo la de la enorme mayoría del país, que
“Cristina K termine lo mejor posible su mandato”, es que a ella ya no le
alcanza con postergar costos, tiene que colaborar a aumentarlos, para
asegurarse de que por más mal que termine su gestión eso se olvide pronto bajo
el ominoso efecto de un nuevo estallido argentino. La destrucción de la
moneda, el agravamiento de los desequilibrios fiscal y externo y de la
distorsión en los precios relativos en la economía, la acumulación de deuda
oculta en el sistema previsional y entre distintas agencias del estado, la
multiplicación de las regulaciones discrecionales, cada vez más difíciles de
remover y racionalizar, igual que la de empleados adictos, de productividad nula
o negativa para la administración, la fragmentación de las fuerzas políticas,
incluida la oficial, para desactivar cualquier posibilidad de coordinación en
contra de las iniciativas presidenciales, son todos instrumentos ya largamente
conocidos en este ciclo que concluye y que sirven al objetivo de armar la
bomba de tiempo que el kirchnerismo dejará como legado. Pero nada de eso es ya
suficiente. Así que el gobierno está recurriendo a su inventiva y se dedica,
en particular en relación al manejo de la deuda, a sembrar el terreno con minas
antipersonales, dispositivos explosivos cuya única finalidad es causar el
mayor daño posible a quienes se topen con ellos en el futuro. El proyecto denominado
“de deuda soberana” para cambiar la sede de pago de los bonos tanto
reestructurados como holdouts que se rigen por la ley estadounidense es un buen
ejemplo de ello. Supuestamente está orientado a escapar al fallo de Thomas
Griesa y evitar que el default se prolongue y extienda. Pero eso sólo en
apariencia. Si asumimos que el
gobierno está bien informado y sabe perfectamente que la eficacia que tendrá
para seducir a los bonistas será muy limitada, habrá que reconocer que sus
funciones esenciales son otras muy distintas. En primer lugar, extender
el “impedimento legal” a acordar más allá de la fecha de caducidad de la
cláusula RUFO, de manera de poder seguir burlando a Griesa después de enero
de 2015. Y en segundo lugar y lo
más importante, introducir una suplementaria fuente de confusión y trabas
legales a la disputa judicial, de modo de asegurarse que los costos y
plazos para arreglar el entuerto se amplíen y se vuelva políticamente muy
difícil para los que se decidan a cerrar el tema imponer una solución,
cualquiera sea. El próximo gobierno, en
concreto, deberá elegir entre seguir desconociendo fallos de la justicia de
los EE.UU o derogar esta ley, para lo cual necesitará reunir una mayoría
legislativa con la sola meta de “pagarle a los buitres”, que a esa altura serán
seguramente muchos más que ahora. Algunos análisis de la
táctica oficial señalan que éste y otros instrumentos, como la misma cláusula
RUFO o la continuidad de la ley cerrojo, consisten en recursos de auto atamiento:
el gobierno no quiere pagar y entonces se limita a sí mismo, tanto frente a
su base de apoyo, los peronistas, como a los demandantes, el juez y la sociedad
local y la comunidad internacional más en general, como para impedirse pagar. De ese modo fortalecería
su capacidad de imponer sus preferencias, porque los demás deberían
acomodarse en algún momento al hecho de que no va a ceder, y buscar alguna vía
alterna para lograr algo de sus objetivos, por ejemplo los bonistas aceptar
cobrar menos o hacerlo en Buenos Aires, la sociedad y los peronistas apoyar la
salida que el gobierno propone, y la Justicia estadounidende mirar para otro
lado y dejarle pasar su desprecio por el derecho y los procedimientos. Podría
incluso compararse en este sentido la ley de “deuda soberana” con la de
convertibilidad: el gobierno argentino, recordemos, se prohibió a sí mismo en
1991 volver a devaluar, para convencer a los actores económicos de que no
siguieran fugándose al dólar y alimentando la inflación. Pero si es cierto que
el gobierno no ignora la eficacia limitadísima de la ley ahora propuesta, tendrá para que los bonistas,
Griesa y demás actores externos se acomoden a sus deseos, entonces habrá que
reconocer que lo que él quiere atar con esta norma no es su propia y eventual
voluntad de ceder a las presiones, y que la ley en cuestión no plantea
precisamente una promesa que aspira a vincular al estado argentino, los
consensos y compromisos que asume nuestra sociedad y los actores externos, sino
todo lo contrario: lo que se propone es atar de pies y manos a todos ellos para
que no puedan llegar a un acuerdo y cooperar, ni ahora ni en el futuro próximo.
Más que auto atamiento lo que tenemos entonces es, como diría Cristina
Kirchner, un fenomenal instrumento de extorsión, que ella se reserva para
usar en su beneficio con total irresponsabilidad. El antecedente más
parecido a esto no sería entonces la convertibilidad, si no la tablita de
Martínez de Hoz: igual que ahora, los gobernantes de
entonces sabían que era imposible en 1981 que esa regla funcionara, pero les
aseguraba que quienes los sucedieran serían incinerados cuando intentaran
desmontarla. Y creyeron que cuando eso sucediera sus ideas promercado serían
reivindicadas, y ellos mismos entronizados por la sociedad. Como se sabe eso no
fue lo que sucedió. Y en verdad no había ninguna chance de que sucediera. Pero
para cuando ello se hizo evidente ya era tarde para evitar el daño que el
gobierno, en su desesperado esfuerzo por lograr que sus ideas los
sobrevivieran, le había hecho al país, a sí mismo y a esas mismas ideas. Por Marcos Novaro (*) (*) Marcos Novaro - Es licenciado en Sociología y doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Actualmente es director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA, del Archivo de Historia Oral de la misma universidad y del Centro de Investigaciones Políticas. Es profesor titular de la materia “Liderazgos, representación y opinión pública” y adjunto regular de la materia “Teoría Política Contemporánea”. Ha publicado numerosos artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras. Entre sus libros más recientes se encuentran “Historia de la Argentina 1955/2010” (Editorial Siglo XXI, 2010) e “Historia de la Argentina Contemporánea” (Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2006) |