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El odio y rencor del kirchnerismo
Por Armando Maronese - 20 de Noviembre, 2013, 15:24, Categoría: Corrupción - Violencia
Hasta no hace mucho tiempo la guerra del kirchnerismo
parecía una guerra ajena. Así al menos se la vivía. La disputaban sus
militantes rentados, la enarbolaban sus ministros y funcionarios, y la padecía
la clase media. Un gran sector de la sociedad era apenas víctima de esas
contiendas, no participaba, es decir, no contestaba. A partir del último 27 de Octubre, la situación ha
variado: la gente ha entrado a la guerra con voluntad de cambio. Claro que el
cambio requiere mucho más que voluntad. Sin embargo, no es momento de
subestimar ese primer paso por insignificante que resulte frente a tanto camino
desandado. Los argentinos somos extraños, nos acordamos de ponernos
exquisitos cuando la oferta es pobre y vulgar por los cuatro costados.
Convengamos algo: no había un Winston Churchill, ni un Charles De Gaulle, ni un
Vaclav Havel ni un Juan Bautista Alberdi en las listas esperando ser votado. No
me agrada Massa porque es más de lo mismo, pero por cierto es que dentro de la
oferta, se ha elegido a aquellos que, en apariencia, pueden poner freno al
desenfreno oficialista. Bueno, eso creía. Y ese hecho determina de alguna
manera el escenario donde nos hallamos. Cuarenta y ocho horas después de ese acto, un misil
lanzado desde un poder constitucional vuelve a pegar al ciudadano. Está claro:
no hay tregua. El país se ha convertido en un campo minado. Inspecciones de la AFIP para unos, “casuales”
asaltos para otros, rumores de todo tipo, color y tamaño. Cristina K vuelve
recargada, Cristina K no vuelve, Cristina K gobierna, Cristina K no está al
tanto de lo que pasa… Toda especulación halla su nicho y cómodamente se
propaga. Pero el problema no pasa por el regreso o no de la Presidente, ni por si
está o no informada. Es tanto el daño causado y la debacle provocada en
Argentina, que el problema ya excede a la mera dirigencia kirchnerista. Ésta se
irá antes o después pero ha infectado todo lo que ha tocado. Nos sumió en la
banalidad y el cortoplacismo más dramático. Mientras tanto, la realidad sigue anclando al pasado y
postergando el mañana. Ofrecen ley de Medios, listas negras, mapamundis nuevos,
y proclaman a viva voz el derecho a la igualdad cuando lo que importa es el
derecho a las diferencias, máxime en un régimen que se supone democrático y que
algunos aún lo suponen. Es en este contexto donde, el ciudadano harto, advierte
que han dilapidado diez años y condenado a un futuro que se limita a cómo
llegar a fin de año. El problema ya no radica exclusivamente en una economía
que se hace trizas sino también en la reacción de aquellos que, de pronto, se
descubren en medio de una contienda donde la violencia se radicaliza. El clima
asfixia. El más mínimo detalle que se le critique o cuestione al
oficialismo, catapulta y etiqueta. Una coma que se atreva a modificarse a su
discurso, sitúa en el banquillo de los acusados y estigmatiza. Nunca mejor
empleado el ejemplo del embarazo: no se puede estar más o menos a favor. Es
decir, no se puede disentir en nada. Las opciones se reducen drásticamente:
“sos K o sos anti K”, y la opción equivale a los dados cuando ya se han echado.
No hay marcha atrás. Como nunca antes, la posición de neutralidad argentina se
ha esfumado. Pretender “salvarse” del encasillamiento es utopía, sumirse en la
tibieza y, ya se sabe, los tibios no tienen cabida. El fanatismo se “viraliza”, la guerra en redes sociales se
reduce al nivel de aguante. Se multiplican los perfiles aclarando el bando. Ya
no se trata de ser “bostero o gallina” sino de pertenecer o no al modelo. A los
argumentos se los ha reemplazado por los adjetivos calificativos más soeces. Y
al asombro, por el espanto… En medio de esta ignominia disfrazada de participación
ciudadana, el kirchnerismo dirime su estrategia para su único fin: la
permanencia. Consciente de no poder ofrecer un mañana, saca de la galera un
conejo (ya muerto, claro) y pretende vendernos ahora el descubrimiento de las
listas negras mientras configura las propias. Una táctica vieja. La princesa Bibesco solía repetir: “la caída de
Constantinopla es una desgracia que me sucedió la semana pasada“. De ese modo,
todo se justificaba. No hace tanto, Juan Cabandié se valió de esta treta para
eludir una multa con su auto. Ahora bien, ese ir y venir constante hacia el
ayer, ese atrasar las agujas del reloj no es un ejercicio de la memoria
conveniente, pues no busca conocer lo que pasó para superarlo sino todo lo
contrario. Persigue como objetivo, volver a los viejos métodos, recordarlos
para luego, nuevamente implementarlos. Es ese uso del recuerdo que consagra un
traumatismo. El sociólogo Pascal Bruckner sostiene que la memoria puede
pervertirse de dos formas: por el resentimiento y por la intransigencia.
“Cuando lejos de ser la reviviscencia del martirio, se somete a las
imposiciones de un régimen agresivo y llega a constituir una categoría de
venganza”, y cuando se limita de forma obsesiva a reavivar los sufrimientos, a
echar ácido a las heridas para legitimar mejor una voluntad de castigo. Si todos tuviéramos que rumiar nuestras dolencias no
habría paz ni consuelo en el mundo, lo mismo sucedería en las familias al no
poder superar las desavenencias recíprocas. Cuando más conmemoramos a los
sacrificados del pasado menos vemos a los de la actualidad. Las víctimas de
ayer lo son todo, las de hoy son nada. El muerto bajo una bala en los setenta,
vale más que el que murió esta mañana bajo la bala de un criminal. Es más,
“nuestro muerto” José Ignacio Rucci que Santiago Urbani por ejemplo (y
nombrando a ambos con absoluto respeto) Esto no puede suceder. Pero esto está sucediendo y a esto
nos ha llevado el kirchnerismo. Y lo que acontece en ese sentido es muchísimo
más grave y conflictivo que un tipo de cambio desdoblado o fijo… Esa actitud en lugar de aumentar nuestra sensibilidad
frente a las injusticias, nos sumerge en la compasión: “lo que debería ser el
vector de nuestra lucidez se convierte en el faro del desapego”. El verdadero
valor no consiste en ser un héroe a posteriori, y en aniquilar el terrorismo de
Estado de los setenta en el 2013 sino en combatir el totalitarismo de nuestros
días. Hay dos errores que no deberían cometerse: el nivelarlo
todo, o sea el elevar cualquier hecho a la categoría de genocidio, y el de
creer que todo lo que pasa es insignificante frente a lo que pasó en otros
tiempos, porque esto acarrea únicamente indiferencia. Esa indiferencia que
durante diez años caló hondo en los argentinos y le ha permitido al
kirchnerismo hacer lo que quiera a diestra y siniestra porque es un gobierno
votado por el pueblo. Hay que comprender que la alternativa no está entre la
memoria que resucita antagonismos, y el olvido que borra las tragedias y
absuelve a los verdugos. La única memoria imprescindible es la que mantiene
vivo el origen del derecho: una pedagogía de la verdadera democracia, de una
inteligencia de la indignación. El único deber que tenemos para con aquellos años setenta
es no repetirlos. Para ello la memoria por sí sola no alcanza. Hace falta un
imponderable, un arrebato, algo que nos salve del deshonor y nos lleve a decir
basta. Para Bruckner, “ese arrebato inaugural de la libertad es lo que nos dará
la medida de nuestra generación”. Y es, en definitiva, aquello que nos absolverá o condenará
frente a nuestros hijos e incluso también frente a nosotros mismos. Por Armando Maronese
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