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El pasado es el opio de los argentinos
Por Armando Maronese - 9 de Julio, 2013, 3:25, Categoría: Corrupción - Violencia
Montoneros,
Triple A, militares... el pasado es el opio de los argentinos. El nefasto
personaje Perón, incluido entre ellos. "La religión es el opio de los pueblos". Esta frase es una traducción del alemán de
la cita "Die Religion ... Sie ist
das Opium des Volkes", escrita en 1844 por Karl Marx, en la publicación Contribución a la
Crítica de la
Filosofía del Derecho de Hegel, publicada en el
periódico Deutsch-Französischen
Jahrbücher, que el propio Marx editaba junto con Arnold Ruge. El fragmento, en el contexto de
lo que planteaba Marx y que la historia ha demostrado que erró más que acertó,
afirmaba: "(...) La miseria religiosa es, a la vez, la
expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión
es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón,
así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo.
(...)". La comparación de la religión con
el opio, tal como se la vivía por entonces, ya había aparecido en escritos de Emmanuel Kant, Ludwig Feuerbach, Bruno Bauer,
Moses Hess y Heinrich Heine, recuerdan varios autores. En cuanto al opio, estaba
disponible legalmente, aunque ya había intentos de regular o limitar su uso o
venta, arguyendo efectos negativos
sobre las personas y/o la sociedad. Pero nada de eso tiene relación
con lo que pasa en la
Argentina. La religión y el opio no afecta a la historia del
país. Al contrario, la religión ayuda a muchos habitantes a sobrellevar todo lo
que pasó y sigue pasando en sus vidas, como ciudadanos de este país en
decadencia moral y falto de conciencia individual y colectiva. El verdadero
opio en la Argentina
es otra cosa totalmente distinta. En la Argentina, el "pasado" es el opio nacional, en especial el
período transcurrido entre los años 1943 a 1955, 1970 y comienzos de los '80. Excesivo tiempo y energía le dedica
la sociedad a mirar hacia atrás en
forma tan subjetiva e hipócrita que no le sirve al conjunto, y obliga a
nuevas lecturas sucesivas interminables de ese pasado reciente, la mayoría con
vicios similares. Y el horizonte es de más revisiones porque cuando el Frente
para la Victoria
sea historia pasada y obsoleta-no falta demasiado tiempo para ello-, volverá a reescribirse lo que ya se ha
reescrito. Esa trampa que propone la
historia es interesante, porque procura alcanzar algún equilibrio en la
reconstrucción conceptual. Lo trata el flamante ensayo "Eran Humanos No Héroes - Crítica de la Violencia Política
de los '70", por Graciela
Fernández Meijide (nacida como Rosa Graciela Castagnola), un libro de
Sudamericana, 224 páginas. Sin embargo, antes de abordar ese
texto es indispensable leer un fragmento del reciente "El Simulacro - Por qué el kirchnerismo es
reaccionario", de Alejandro
Katz (Espejo Planeta - 224 páginas): "(...) Una sociedad es, también, producto de sus
capacidades para imaginar el futuro. En el presente de una sociedad, las imágenes que ésta tiene del futuro
son tan poderosas como las inercias del pasado, que tienden a hacer más
marcados los rasgos de lo que ya era, empujan, por así decirlo, en la dirección
en la que se venía.
Protagonistas del pasado que impide construir un futuro: Mario Eduardo Firmenich, Juan Domingo Perón y Jorge Rafael Videla. Las imágenes del futuro permiten modificar ese
trayecto, desviarlo de aquello que parecía inevitable e indeseable y
convertirlo en algo deseado y posible. La anomalía argentina consiste en que siempre
su presente es fundamentalmente consecuencia de su pasado o, más justamente, de
sus múltiples pasados. Pasados que desde hace mucho tiempo, demasiado tiempo, no han sido
corregidos por proyectos compartidos de futuro. Las fuerzas de la historia han moldeado en el rostro de un presente que
cada mañana, ante el espejo, devuelve una imagen más deteriorada: degradada.
(...)". En la Argentina hubo juicios,
condenas, indultos, obediencia debida, punto final, revocación, anulación de
leyes, nuevos juicios y nuevas y más condenas... y el ciclo no está cerrado ni
mucho menos. Pero ¿Qué hay sobre el
futuro? Absolutamente nada. El pasado fue el mecanismo perverso que encontró Néstor Kirchner para
buscar solidaridad entre argentinos no peronistas, a quienes necesitaba
incorporar para engordar su pequeño 23% de electores con los cuales llegó al
poder. Ese pasado, tergiversado pero
amplificado por intelectuales, artistas, periodistas y también medios de
comunicación (incluyendo a Grupo Clarín,
obviamente, en ese tiempo un aliado), permitió
no reparar en el presente de ese período que se vivió como un éxito cuando, en
verdad, las decisiones de Estado que ocurrieron entre 2003 y 2007 fueron la
base para construir todo lo que ocurrió después. No fueron ciclos estancos sino
una continuidad. ¿Qué ha dejado la obsesiva reconstrucción del pasado? - Una Argentina aislada económica y
culturalmente de las corrientes de capital multinacional necesarias para darle
trabajo y bienestar a sus hijos, porque la movilidad sociocultural no se
construye con la
Asignación Universal por Hijo y el restante menú de subsidios
estatales, sin un proyecto de país consistente con los desafíos del siglo 21,
aglutinada en un decadente bloque junto a Venezuela, Ecuador y Bolivia (por
momentos, también el Uruguay de José Mujica que, por suerte para los uruguayos,
no tiene reelección y tiene diferencias con el Uruguay de Tabaré Vázquez), y
con grandes interrogantes acerca del período octubre 2013/octubre 2015, a partir de la
próxima derrota electoral de Cristina Fernández de Kirchner. ¿Cuál es el proyecto de país que tiene la sociedad argentina? Ninguno.
Se acumulan las frases vacías, los conceptos frívolos que carecen de definición,
ni herramientas para su ejecución. Pero del pasado se sigue hablando. Opio.
Puro opio. El pasado. Fernández Meijide - Para su tarea, la autora, además de sus propias
experiencias (luego del secuestro de su hijo Pablo Fernández Meijide, en la Asociación Permanente
por los Derechos Humanos o Apdh; y ya en la democracia en la Comisión Nacional
sobre la Desaparición
de Personas o Conadep) ella entrevistó, intentando obtener una visión regional,
a Fernando Henrique Cardoso, Marco
Aurelio García, Ricardo Lagos, Carlos Ominami, Lucía Topolansky, Rafael
Michelini, María Matilde Ollier, Beatriz Sarlo, Julio Bárbaro, Jorge Rulli,
Patricia Bullrich, Jesús Rodríguez, Carlos Porroni, Luis Rappoport y Eduardo
Sigal. Tanto Fernández Meijide como el
ejecutivo de la editorial Pablo
Avelluto, quien le insistió que escribiera el ensayo, plantean que es un
texto que apunta a las nuevas generaciones, probablemente a los adolescentes
intoxicados con el relato que proviene, aunque ellos no los mencionan con
precisión, del Centro de Estudios
Legales y Sociales, la
Asociación Madres de Plaza de Mayo, la Asociación Abuelas
de Plaza de Mayo, Hijos, Carta Abierta... En el prólogo, Beatriz Sarlo
desliza un desafío que plantea lo que vendrá, y que trasciende al libro de
Fernández Meijide: "(...) Ha
llegado el momento de hacer otro tipo de justicia: la que reconoce en los
desaparecidos una militancia. Y lo que es más difícil aún, una militancia llena
de equivocaciones. (...)". Sí, los detenidos-desaparecidos
no eran, en su mayoría, inocentes personas sorprendidas por militares,
paramilitares, policías y parapolicías. Sí, los detenidos-desaparecidos
eran, en su mayoría, militantes, unos de organizaciones armadas y otros de
partidos políticos, sindicatos, organizaciones estudiantiles, etc. Sí, sus líderes y muchos de esos
militantes se equivocaron, unos en el método, otros en el diagnóstico, muchos
en la percepción de su propia participación. No eran los mejores. No eran los
integrantes de una "generación
dorada". Eran personas comunes y corrientes. La gran pregunta, que no es
respondida en el texto mencionado, es qué
les cabe a quienes estuvieron del otro lado. Muchos de ellos,
entrenados, capacitados, preparados para ejecutar las órdenes que recibieron,
en un principio hasta de autoridades constitucionales (y no se trata solamente de Ítalo Luder, sino mucho antes de boca del
propio Juan Domingo Perón), de acabar con los violentos que se
levantaron en armas contra la
República. La violencia no comenzó con el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.
La violencia no comenzó el día en que, por dar un ejemplo, se llevaron a Pablo
Fernández Meijide. Los militares llegaron al poder a causa de la violencia y
porque amplios sectores de la población les exigían que acabaran con ella. Que
luego incumplieron, abusaron, tergiversaron y/o utilizaron la violencia en
beneficio propio, es otro capítulo. Pero no se puede prescindir del origen. Lo más interesante de estos
libros que insisten con el pasado reciente es que emerge, finalmente, el peronismo como parte de la violencia, ya
sea porque Perón fue un gran
titiritero (no en vano Liccio
Gelli tuvo su confianza), ya fuere porque los integrantes de FAR
Montoneros decidieron desafiar a Perón. Luego, los cubanos. En aquellos
días de la Guerra Fría, los Castro Ruz, en especial Fidel, y
luego el mito de Ernesto Guevara,
decidieron extender las zonas de
conflicto a todo el continente y hubo una generación que simpatizó con
esa locura ¿Qué fue la Compañía de Monte Ramón
Rosa Jiménez sino un intento de convertir a Tucumán en lo que hicieron en
Colombia las FARC y el ELN? ¿Cuándo llegará el momento de
apuntar al castrismo, tan influyente sobre ridículos intelectuales argentinos,
como una porción considerable del pasado que todavía debaten los argentinos? Un castrismo que proponía una organización
político-económica-cultural que no gozaba de simpatías en la Argentina. Y eso lleva a algo peor para la
causa de los detenidos-desaparecidos: su
causa no fue popular en la
Argentina. Era una élite; nunca una construcción de
masas. El gran fracaso del castrismo fue no conseguir que prosperase la alianza
multicultural presente en el Cordobazo ¿Cómo pretendían llegar al poder? No
por las urnas. Lo suyo era otra cosa. En fin, es inevitable ir bastante
más allá de lo que propone Fernández Meijide... hasta que uno comprende que no
tiene mucho sentido. Que es mejor
recuperar el gran debate sobre el futuro, que es un concepto al que
evidentemente le teme la dirigencia argentina. Y le teme tanto que
prefiere mantener su consumo del opio del pasado. Por Armando Maronese |