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La mordaza peronista
Por Tobruk - 12 de Mayo, 2013, 21:45, Categoría: Peronismo: régimen, caída e historia
Siempre digo que no puedo hablar del peronismo (o de Perón) con personas que no hayan vivido esos tiempos. ¿Por qué? Simplemente porque no saben nada. Porque no han vivido lo que en realidad pasó. Pero eso no significa que no pueda escribir lo que he visto, he vivido y experimentado.
Solamente quienes desconocen la historia
del peronismo desde su génesis totalitaria, o quienes conociéndola procuran
obviar sus aristas más escabrosas, pueden acoger con sorpresa la feroz campaña
que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha puesto en marcha contra el
grupo multimedia Clarín. Campaña que abarca desde la violación de los derechos
humanos de los hijos adoptivos de la propietaria del grupo, sometidos a
arbitrarias humillaciones que, como quedó patentemente demostrado, eran
producto de un perverso montaje, hasta una despiadada ofensiva contra la
independencia del Poder Judicial. Nada de esto es nuevo. El peronismo
lleva en su ADN el odio a la libertad de expresión. O a la libertad, a secas. El golpe militar del 4 de junio de 1943,
piloteado por la logia pronazi GOU
(Grupo de Oficiales Unidos), en cuyo núcleo duro se destacaba el entonces
coronel Juan Domingo Perón, se estrenó clausurando semanarios
que habían tomado partido por la democracia y los aliados en el apogeo de la Segunda Guerra
Mundial. Primero fue "Argentina Libre" y después su
sucesor, que se titulaba, sin rodeos, "Antinazi". El humor político también estaba
proscripto y la revista satírica "Cascabel" sufrió un acoso
permanente, aunque hubo que esperar a que Perón asumiera su primera Presidencia
para que la obligaran a bajar la cortina, en 1947. Amenaza muy
explícita - Para despabilar a los
desinformados y refrescar la memoria a los olvidadizos, es recomendable la
lectura de "Historia del peronismo", de Hugo
Gambini (Planeta Argentina, 1999). Gambini reproduce, por ejemplo, la amenaza muy explícita que lanzó Perón
el 7 de marzo de 1947, menos barriobajera sin embargo, que las que ahora
profiere la belicosa presidente Cristina Fernández de Kirchner:
La inteligencia que aconsejaba emplear
Perón no se limitaba al boicot, ni excluía la violencia cuidadosamente
planificada y ejecutada por los pistoleros de la Alianza Libertadora
Nacionalista. Así como ahora el gobierno cristinista dicta medidas arbitrarias
para monopolizar la producción de papel de diario y desabastecer así a la
prensa independiente, al mismo tiempo que finge una voluntad antimonopólica
para mutilar el grupo Clarín, así también durante la presidencia de Perón se
multiplicaron las trampas legales encaminadas a amordazar a las publicaciones
opositoras. Si hoy las víctimas preferidas, aunque
no las únicas, son el diario La
Nación y el grupo Clarín y su propietaria Ernestina Herrera
de Noble, en 1947 lo fueron el diario La Prensa y su propietario y director, Alberto
Gainza Paz. El diario La Prensa, fundado en 1869, de
tendencia conservadora y liberal, era la bestia negra del peronismo, tanto por
su franco apoyo a los aliados durante la segunda guerra mundial como por su
implacable oposición al nuevo régimen totalitario en Argentina. Precisamente el
24 de enero de 1947, después de que Perón pronunciara el discurso en el que
anunció su primer Plan Quinquenal, sus grupos de choque atacaron el señorial
edificio del diario con piedras, hierros y mesas de una cafetería vecina, e
intentaron incendiarlo sin éxito. Los vándalos sabían que la apelación de Perón
a la no violencia era un camelo, y no se equivocaban: la policía les permitió
actuar impunemente. El hostigamiento gubernamental empezó,
también entonces, por el control sobre el suministro de papel, que en aquella
época se importaba de Escandinavia y Canadá. La Prensa debió reducir sus 30
páginas a 16, porque el Banco Central le racionó los permisos de cambio para la
importación. Luego le enviaron inspectores de Hacienda para investigar
presuntos fraudes fiscales, que sólo existían en la imaginación de funcionarios
adictos. Cuando otro funcionario, imparcial, dictó una resolución que
desestimaba los cargos, fue fulminantemente destituido. Un personaje
estrafalario - El desenlace del hostigamiento
tuvo contornos que fueron al mismo tiempo kafkianos y esperpénticos. En agosto
de 1949 dos diputados radicales –uno de ellos el futuro presidente Arturo
Frondizi–, denunciaron en el recinto que se estaba torturando a opositores
presos, lo cual no era ninguna novedad. Intervino entonces el diputado
peronista José Emilio Visca, un personaje estrafalario que provenía del ala
fascista del Partido Conservador, encabezada por Manuel Fresco, quien, a su
vez, cuando había sido gobernador de la provincia de Buenos Aires, la había
convertido en el paraíso del fraude electoral y de las mafias. Visca asumió la
presidencia de la
Comisión Bicameral Investigadora de Actividades
Antiargentinas que, con el pretexto de indagar la veracidad de aquellas
denuncias, arremetió contra la prensa que las había reproducido. Clausuró en
total setenta diarios, entre los cuales se contaban algunos de los más
prestigiosos, no sólo en sus ámbitos locales sino en todo el país. Por ejemplo,
El Intransigente, de Salta, y La Nueva Provincia, de la ciudad
de Bahía Blanca. La presa más codiciada era el diario
"La
Prensa". Visca consiguió, mediante subterfugios
tortuosos, que se formara otra comisión para investigar en qué condiciones
había importado La
Prensa una nueva rotativa traída de Estados Unidos.
Simultáneamente, el Sindicato de Vendedores de Diarios declaró una huelga
contra el diario y rodeó los talleres con grupos armados para impedir que éste
saliera a la venta y que el personal entrara a trabajar. Táctica que, dicho sea
de paso, el cristinismo también empleó reiteradamente contra Clarín y La Nación, esta vez con
la ayuda del Sindicato de Camioneros, cuyo capo máximo, el impresentable Hugo
Moyano ha dejado de ser uno de los caciques favoritos de la presidente para
convertirse en uno de sus más aborrecidos detractores. El personal del diario no se dejó
intimidar por los piquetes y tras una asamblea, resolvió entrar en masa a los
talleres. Además, solicitó protección policial y comunicó por telegrama su
decisión al presidente, a dos ministros y al jefe de Policía. Resultado: los
matones peronistas desoyeron como de costumbre la exhortación a no ser
violentos, dispararon sus revólveres, y cayó muerto el obrero Roberto Núñez. Un
nombre más, sumado a los de las muchas víctimas que dejó aquel régimen. Esto sucedió el 26 de febrero de 1951. A partir de entonces,
la mordaza peronista se cerró vertiginosamente. El 16 de marzo se creó otra
comisión bicameral para estudiar la expropiación de la empresa y el 11 de abril,
la Cámara de
Diputados aprobó la ley que la entregaba a la Confederación General
del Trabajo, uno de los pilares del Movimiento Peronista. Enclave
tercermundista – El diario "La Prensa" cambió de
contenido pero no de fisonomía. Sus páginas se convirtieron en otro vehículo de
la propaganda peronista, con una peculiaridad: el suplemento literario empezó a
navegar por las contradictorias aguas de un izquierdismo hecho a medida para
encajar en el molde del totum revolutum populista. Perón ordenó que se
encomendara la dirección del suplemento al poeta, dramaturgo y guionista César
Tiempo, seudónimo de Israel Zeitlin, quien también se había hecho pasar por “la
mujer de vida airada” Clara Beter para firmar algunos de sus poemarios. César Tiempo,
muy apreciado en los círculos culturales de izquierda bautizados Boedo, por
oposición a los de derecha, bautizados Florida, cuya figura más representativa
era Jorge Luís Borges, logró reclutar para el suplemento a otros escritores de
Boedo como el anarquista Elías Castelnuovo y el comunista Álvaro Yunque (seudónimo
de Arístides Gandolfi Herrero). Consiguió asimismo que, para sorpresa de
muchos, Pablo Neruda accediera a colaborar con el diario secuestrado por los
peronistas. En 1955, derrocado Perón, la Revolución Libertadora
devolvió "La
Prensa" a su legítimo propietario y director,
Alberto Gainza Paz, que se había exiliado en Estados Unidos para eludir la
persecución. Por supuesto, si el peronismo se había
atrevido a amordazar a diarios independientes y prestigiosos como La Prensa, El
Intransigente y La Nueva Provincia, con grave deterioro de su imagen
internacional, nada lo frenó a la hora de encarnizarse con la prensa de los
partidos opositores. Fue inmisericorde con el semanario La Vanguardia, del Partido
Socialista, fundado en 1894, y con los que lo sucedieron tras su clausura.
Tampoco corrieron mejor suerte Provincias Unidas, órgano de la Unión Cívica Radical,
ni sus vástagos El Ciudadano y Adelante, condenados a la clandestinidad. Y el
diario La Hora y
el semanario Orientación, del Partido Comunista, se contaron entre las primeras
víctimas del inquisidor diputado Visca. Hoy son Clarín, La Nación y Perfil, los que están en la mira de la nueva generación de represores, tan
intolerantes y aficionados a la mordaza como sus próceres de pacotilla, y tan indiferentes
como éstos a la imagen deleznable que proyectan fuera de su enclave
tercermundista. Por Tobruk
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