Calendario
ApúntateCategorías
Archivos
Sindicación |
Naftalina, látigo, populismo, pasado
Por Raúl Acosta - 23 de Febrero, 2013, 20:06, Categoría: Opinión
Naftalina: Látigo paternalista,
populismo afectivo y mucho pasado. "En rigor, en Argentina no hay
muchos paradigmas. La pretensión es gobernar con el látigo paternalista, el
populismo afectivo y leyes de mercado según el grado de parentesco y amistad.
Del paternalismo la decisión sin desconsuelo. Del Estado ausente el descontrol.
No es fácil elegir el mucho, poquito y nada del cariño. El pasado que
reivindican los paternalistas es eso: pasado". Naftalina: "El pasado que
reivindican los paternalistas es eso: pasado. La soltería que buscaban los
liberales no tiene un cuento de las buenas noches que lo reivindique. Hijos de
ambos proyectos, los argentinos deshojamos una margarita mustia que huele a
pasado, rifado en contar mentiras. No somos un Estado fallido, como sostienen
los politólogos, somos otra cosa. Los argentinos vivimos dentro de un Estado en
descomposición. Hoy todos olemos mal." ¿Es el Estado la Nación jurídicamente
organizada? Respuesta: sí. Qué más. El Estado es la pared que indica que algo
había cuando llegamos y algo quedará, como secretariado y albacea
testamentario, cuando nos vayamos. El Estado es la continuidad orgánica,
secuencial, de la memoria común. No somos nada, colectivamente, sin ese padrazo
que ora es inmenso y puede tornarse minusválido cuando más lo necesitamos.
Abandonados y sin su fortaleza pecamos y deseamos más y más de aquello que se
fue. El Estado soberano. En la mirada periodística (no olvidar,
periodística) sobre el Estado, puede indicarse una variedad mínima de Estados
posibles, con una infinita oferta de desviaciones particulares. Hay un Estado paternalista, otro ausente
y un Estado acomplejado por las luchas del hombre contra el Estado. Un Estado,
entonces, en descomposición. Un Estado Descompuesto. El Estado paternalista acepta muchísimas
variantes. Los hay despóticos y/o democráticos. Monárquicos. Populistas. La
democracia paternalista es una contradicción real. Cualquier Estado democrático
conserva los modos de sujeción que caracterizan a cualquier papá preconciliar.
El Estado paternalista cuida de los habitantes indicando salud, seguridad y la
instrucción según sus moldes. El ciudadano dependiente es su objetivo. Existe
la reprimenda, el castigo y las indicaciones para no tropezar con aquello que
el propio Estado considera nocivo, enfermo. Un Estado paternalista tiene hijos y
entenados, preferidos y réprobos. Buenos y malos. Injustamente buenos,
caprichosamente malos. El Estado paternalista es eso: un cernidor de buenos y
malos según sus humores. Es la visión del cordón umbilical la que guía a sus
integrantes. Es intrínsecamente represor. Injusto. El líder (único) de un
Estado paternalista se abroga el derecho de interpretar libremente a sus
representados. Las elecciones sirven para convalidar sus decisiones únicas, de
padre. Se define fácil: todos añoramos a papá. Aceptamos su poder. Los argentinos
vivimos enamorados de un Estado paternalista. En Argentina, por defunción, nos fuimos
del Estado paternalista y entramos, de a poco, en el Estado ausente. Por fin
mayoría de edad. Adultos. Seducción del abismo. Un peso un dólar, la moneda no
da soberanía, da igual fabricar caramelos que acero. Jubilémonos privadamente.
El teléfono, el gas, el colectivo, el tren, el avión no son nuestros, son
privados y esos es bueno. Pocas leyes laborales, la jubilación mínima, la
indemnización perdida. El shopping versus el mercadito. Las grandes cadenas de
cine, de televisores, de best seller, de música en progreso. Cárceles privadas
y el revólver para cualquiera. Pocos juicios, malos jueces. Niñez de
kindergarten y a los quince en Disneylandia. Basta de enciclopedismo, pocos
conocimientos y al mercado a rebuscarse con lo puesto. No hacen falta
políticos, hacen falta gerentes. Gerenciar el país es lo bueno. Tecnicaturas en
algo rápido. Cine. Movimiento de partículas. Horóscopo chino. Periodismo. El
petróleo es de quien se lo lleva, el oro es del moro y no hay fronteras
quietas. El ejército es una porquería, no tendrán recursos para nafta,
uniformes, lentejas y balas. Nada. Chau servicio militar. Chau plataforma
continental y dormitorio de ballenas que despiertan los japoneses. Ositos de
felpa a los kelpers. A los pruritos anales los curamos con la
tarjeta. El plástico es más fiel que la madera. El cobre, el bronce, vamos, los
minerales son todos fierros viejos. Michelín y Good Year tomaron por asalto los
fletes. Las elecciones son un trámite aduanero. Estábamos al borde del paraíso.
Era el precipicio. Queremos tanto y tanto lo imposible. Los argentinos vivimos
enamorados de un Estado ausente. Llegó el siglo XXI y los ejes mundiales
trocaron. Todas las libertades se consagraron. Todas. Muchas de imposible
cumplimiento. Mezcla de dos pasados enfermos llegamos a nuestra actualidad. El
chás chás en la cola se denuncia. Hay una revolución en títulos mediáticos con
el esqueleto de la ausencia y del papá pecador. Las materias primas son
necesidades urgentes. Somos un polirrubro sin fronteras, con mercaderías, leyes
y pactos perecederos. No hay dirigentes nuevos. Los dirigentes argentinos
provienen de una de las dos variantes. Paternalistas o Ausentes. Absurda
convivencia. Genética fatalista. Televisiones privadas, con avisos
estatales. Economía de mercado; oferta y demanda palanqueada en las decisiones
de los gobiernos fuertes, sin oposición. El populismo esta presente en
monarquías de baja frecuencia. Se proclama una revolución bastarda. En el mismo
almanaque y con igual paisaje viven los huérfanos del Estado Ausente. Los mismos.
Perdidos, reclaman más libertades y menos controles, menos cuidado por el
porvenir. Las formas de comunicarse han cambiado. Es otro el conocimiento. Una
frase pretende definir el devaneo: cambiaron los paradigmas. Mc Luhan ganó de
nuevo. Con las redes sociales el medio es, otra vez, el mensaje. En rigor, en Argentina no hay muchos
paradigmas. La pretensión es gobernar con el látigo paternalista, el populismo
afectivo y leyes de mercado según el grado de parentesco y amistad. Del
paternalismo, la decisión sin desconsuelo. Del Estado ausente el descontrol. No es fácil elegir el mucho, poquito y
nada del cariño. El pasado que reivindican los paternalistas es eso: pasado. La
soltería que buscaban los liberales no tiene un cuento de las buenas noches que
lo reivindique. Hijos de ambos proyectos, los argentinos deshojamos una
margarita mustia que huele a pasado, rifado en contar mentiras. No somos un
Estado fallido, como sostienen los politólogos, somos otra cosa. Los argentinos
vivimos dentro de un Estado en descomposición. Hoy todos olemos mal. Por Raúl Acosta
|