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Entrar en la historia por la puerta equivocada
Por Joaquín Morales Solá - 15 de Febrero, 2013, 1:08, Categoría: Opinión
Sucedió en el peor momento y desde el
peor lugar. Cuando el Congreso argentino empezaba a tratar el acuerdo con Irán,
desde la capital de ese país se informó que para el gobierno iraní no hay
funcionarios bajo investigación por el brutal atentado contra la AMIA y, por lo tanto, no
serán interrogados por ningún comisionado extranjero. El anuncio metió a la Presidente en un
escándalo político y parlamentario, aunque es probable que sus legisladores,
que son mayoría, aprueben el acuerdo. Cristina tiene los votos para la
aceptación del Congreso, pero no está en condiciones de callar a sus
opositores, a la extremadamente crítica comunidad judía ni a importantes
sectores sociales que se oponen a su acercamiento con el régimen de los
ayatollahs. El actual ministro iraní, Vahidi, es uno
de los seis dirigentes o ex dirigentes de ese país buscados por Interpol por
orden de la justicia argentina. Interpol rechazó en su momento incluir en esa
lista a otros tres jerarcas iraníes (un ex presidente de Irán, un ex canciller
y un ex embajador en Buenos Aires), pero consideró que la justicia argentina
había probado de manera convincente las acusaciones que hizo contra los otros
seis, entre ellos el propio Vahidi, que fue jefe de una poderosa unidad militar
entre 1993 y 1994. El atentado en Buenos sucedió en 1994. El anuncio iraní tiene el mérito de la
sinceridad. Después del anuncio de ayer, el Congreso argentino sabrá con
claridad qué es lo que aprobará. No necesitará sólo las aclaraciones del
canciller Héctor Timerman, que se pasa asegurando cosas que nunca sucederán.
Timerman le garantizó a la dirigencia de la comunidad judía, que Vahidi sería
interrogado por la justicia argentina de acuerdo con las leyes argentinas. Un
ministro de Defensa en un país gobernado por una dictadura teocrática es, en
todos los casos, uno de los funcionarios más influyentes que puedan existir.
Esa clase de gobiernos se sostiene sobre el poder de las armas. Era seguro,
desde el principio, que Vahidi, jefe de las armas que sujetan en el poder a los
ayatollahs, no se sentaría jamás ante una comisión de interrogadores
extranjeros. Es probable que ocurra lo mismo con el
resto de los iraníes acusados de haber participado del peor atentado que sufrió
el pueblo judío desde el Holocausto. Irán explicó siempre ese atentado de una
sola manera: fue una operación de Israel para culpar a Irán. Es una perversión
de la lógica, a todas luces, pero, ¿Qué se puede esperar de un gobierno que
hasta hace pocos días promovió la destrucción de Israel y cuyo presidente negó
que el Holocausto haya existido? El propio Luis D'Elía, con inmejorables
relaciones con el gobierno iraní, dijo ayer que la criminal Al-Qaeda es una
invención de la CIA
y el Mossad, el servicio secreto israelí. Son las mismas excentricidades que
suelen salir de boca de los jerarcas iraníes. A esos extremos de sinrazón política se
está acercando Cristina Kirchner. En estos días se está distanciando no sólo de
Washington, sino sobre todo de Europa, comprometida en una guerra en Mali para
combatir a ejércitos de Al-Qaeda. En rigor, es Francia el país que lleva
adelante esa guerra en África, con el apoyo logístico de varias naciones
europeas. El presidente del bloque de senadores
radicales, José Cano, dijo que "D'Elía es el nuevo canciller
argentino". Tal vez se haya tratado de una chicana política, pero esa
ironía expresa de algún modo el dramático giro de la política exterior de
Cristina Kirchner. La
Presidente está sola. Han sido hasta ahora muy pocos los
legisladores nacionales peronistas que avalaron públicamente su pacto con Irán.
Votarán seguramente como ella les pidió, pero la mayoría de ellos no está
dispuesta a enfrentarse con la comunidad judía ni a abandonar el espacio de
Occidente que siempre ocupó la
Argentina. La aprobación parlamentaria de ese
acuerdo convertiría un adefesio jurídico en una ley de la Nación. No se trataría
ya de un simple memorándum firmado entre dos gobiernos y pasible, por lo tanto,
de ser modificado o denunciado por un próximo gobierno no kirchnerista. Sería
una ley cuyo cumplimiento comprometería a próximas administraciones argentinas.
Esa advertencia fue dramáticamente lanzada por primera vez, hace pocos días,
por el ex canciller Dante Caputo. En verdad, la única manera de anularlo
en el futuro que quedaría, si el Congreso sancionara el acuerdo, sería una
declaración de inconstitucionalidad por parte de la Corte Suprema de
Justicia. Pero, ¿Por qué debería ser siempre la Justicia la que tuviera
que resolver los problemas políticos que la política no puede solucionar? La Presidente le encargó a su
diplomacia aclarar una causa judicial. Tarea imposible. Su certeza la empujó,
por primera vez, a enfrentarse abiertamente con la comunidad judía. A través de
Twitter, lo conminó al presidente de la
AMIA, Guillermo Borger, a probar que podría ocurrir un tercer
atentado, como dijo el dirigente comunitario. Nadie tiene pruebas de eso.
Borger hizo la misma deducción que en su momento había hecho la entonces
senadora Cristina Kirchner. Puede haber un tercer atentado en un país donde
resultaron impunes los dos gigantescos atentados previos. Es una implacable
lección de la historia. ¿Qué la llevó a Cristina Fernández de
Kirchner a hacer tanto, a cambiar quizás definitivamente la percepción que de
ella tiene el mundo? Funcionarios kirchneristas aseguran que la Presidente entrevé el
final de un liderazgo occidental y que aspira a estar entre los protagonistas
del nuevo mundo. El mundo habría hecho una enorme regresión si los nuevos
liderazgos surgieran de regímenes autoritarios como los de Irán, Venezuela o,
incluso, Rusia. Sea como sea, lo cierto es que ella mutó su vieja admiración
por Ángela Merkel y ahora se maravilla con el extravagante presidente iraní,
Mahmoud Ahmadinejad. El péndulo de su política baila de un extremo al otro. Otros cristinistas aseguran que se trata
sólo de su permanente vocación por inaugurar algo en la historia. Destrabar el
caso AMIA podría ser una forma, según ella, de ingresar en la historia.
Enterrar la investigación de ese atentado y colocarse al lado de un régimen
autoritario, antisemita y misógino podría ser también otra manera de entrar en
la historia, pero por la puerta equivocada. Por Joaquín Morales Solá |