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Paren de mentir
Por Nelson Castro - 27 de Enero, 2013, 18:32, Categoría: Opinión
El dislate devaluatorio de Moreno, la vieja receta de
Cristina F. de Kirchner y la ausencia de república. Fue
una demostración de una impericia increíble. Pero así son las cosas en muchas
áreas de la administración de Cristina Fernández de Kirchner. No crea el lector
que estamos hablando del ministro de Defensa, Arturo Puricelli –a quien nadie
respeta ya dentro del Gobierno– y el penoso episodio del Santísima Trinidad. Estamos
hablando del inefable secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. El
hecho: su vaticinio de un dólar a fin de año de seis pesos. Es decir, habló de
una devaluación. Alguien debería haberle dicho que una devaluación nunca se
anuncia; se instrumenta. ¿Quién se va a desprender de un dólar que ahora vale
cinco cuando sabe que a fin de año valdrá seis? ¿Piensa
alguien en el Gobierno que los dólares de las exportaciones agrícolas se
liquidarán así nomás sabiendo que quien lo haga ahora, o en los próximos meses,
estará perdiendo dinero? Además, la declaración de Moreno implica un
reconocimiento de que los números del Indek sobre la inflación son una mentira.
El
problema que tiene la administración de Fernández de Kirchner con sus mentiras
lo genera, como siempre, la realidad. He ahí, como botón de muestra, la
discusión salarial. Es una espina que perturba al Gobierno. Y cada vez más ya
que desde un punto de vista político, al Gobierno lo complica su relación no
con Moyano u otros opositores –con quienes no la tiene ni la tendrá–, sino con
los que son de su mismo palo. Un ejemplo es la CGT Balcarce; otro,
la actual conducción de la
Unión Industrial Argentina y un tercero, los gobernadores e
intendentes K. La CGT oficialista enfrenta una encrucijada, dado que
hay allí quienes no quieren saber nada con cualquier cosa que signifique tener
que compartir algo con Moyano. Sin embargo, la realidad los lleva a abordar una
agenda con temas que no le permiten despegarse de la del camionero; ahí está,
pues, el reclamo de aumento del mal llamado “mínimo no imponible”. Los
aumentos en las paritarias no tienen sentido si ese techo no se eleva.
Cualquier nuevo beneficio que reciban los trabajadores será devorado por la AFIP. “No sé cómo la Presidente no se da
cuenta de esto”, señala un hombre que comparte el mismo espacio gremial que
Caló, y agrega: “Para la tribuna estamos obligados a decir que el Gobierno
modificará esto, pero la verdad es que hasta ahora nadie nos dijo; estamos
dibujados”. El
"Aló Presidenta" del viernes, no ayudó a calmar mucho a las bases de
muchos sindicatos. El consejo presidencial –de hacerles vacío a las empresas y
a los comercios que aumentan los precios–, tuvo olor a receta vieja. Lo han
dicho mucho otros que pasaron por la Casa Rosada antes que Fernández de Kirchner. A
ninguno le funcionó. Tampoco funcionará ahora. Si la Presidente cree que ésa
es la solución al problema de la inflación, se equivoca. La razón es muy
simple: los aumentos no son exclusivos de un comercio o un rubro en particular,
sino generalizados. Las
complicaciones no afectan sólo a los consumidores. También comprometen las
cuentas fiscales y eso es lo que muestran las economías de las provincias, cuyo
deterioro es difícil de ocultar. Por eso el espinoso asunto de la
coparticipación, ítem clave para la supervivencia de las gestiones de los
gobiernos provinciales, hizo su aparición en la agenda. La
propuesta de rediscutir los porcentajes que han hecho esta semana Scioli y
Fellner, surge de una necesidad cada vez más apremiante. Para paliar eso a
algunas provincias –a cuyos mandatarios Fernández de Kirchner considera amigos–,
se les abre el chorro a través del cual distribuyen fondos extras con
generosidad, alternativa que no comparten los que no gozan del privilegio de la
simpatía presidencial. En
consecuencia, en estas últimas los problemas se notan y mucho, algo que desde la Casa Rosada se
encargan de resaltar. Un último ejemplo lo representa San Carlos de Bariloche.
Al intendente removido le negaron hasta el saludo; a su reemplazante la recibió
ni más ni menos que el jefe de Gabinete, quien le aseguró la ayuda que el
destituido no tuvo. Hasta
ahora, esta situación de ahogo la venían expresando públicamente cuatro
gobernadores: el cordobés De la
Sota, el santacruceño Peralta, el correntino Colombi y el
santafesino Bonfatti. Esta semana se les han agregado Scioli y Fellner. A
Scioli salieron a “matarlo” su vice, Gabriel Mariotto, y Amado Boudou. Es para
lo que están. Es
improbable que los gobernadores logren abrir la discusión por la
coparticipación. En cuanto la
Presidente aceptara hacerlo, sabe que se queda sin caja y,
por ende, sin poder para someter a los mandatarios. A
propósito, en la semana se adoptó una decisión destinada a reducir al mínimo el
poder de los ejecutivos provinciales. Fue la resolución por la que se habilitó
a los intendentes a recibir fondos desde la Nación sin la participación de los gobernadores.
Ha sido ésta la oficialización de una práctica que supo usar mucho Néstor
Kirchner. Más
allá de las consecuencias prácticas que vaya a producir, esta determinación del
Gobierno implica un avasallamiento no sólo de la autoridad de los gobernadores,
sino también del concepto republicano y federal sobre el que descansa la
estructura institucional de nuestro país. Con
actitudes como éstas, la Presidente
no hace más que reafirmar el perfil absolutista de su gestión, que se asemeja
más a un unicato que a una república. Por Nelson Castro |