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Peron - Vandor. Despues del asesinato. 3 de 3
Por Armando Maronese - 24 de Enero, 2013, 20:57, Categoría: Peronismo: régimen, caída e historia
Relato
recopilación Después del asesinato de Vandor
- Ocurrió hace 35 años,
cuando el liderazgo de la CGT
era un enorme factor de poder y sirvió para iniciar un baño de sangre, con los
impredecibles efectos que aún se padecen. Fue el asesinato de Augusto Timoteo
Vandor (el "Lobo"), jefe sindicalista de la Unión Obrera
Metalúrgica (UOM. El episodio sucedió poco después de que el general Onganía
hiciera encarcelar en Santa Rosa a los gremialistas rebeldes Agustín Tosco,
Raimundo Ongaro, Elpidio Torres, Ricardo de Luca y Antonio Scipione, y
designara interventor de Córdoba a Jorge Raúl Carcagno, el mismo militar que
cuatro años después fuera designado comandante en jefe del Ejército por el presidente
Cámpora. Onganía acababa de decretar un aumento de penas para
aquellos a los que se les probaran "actividades comunistas". No
obstante, con diferencia de horas estallaron bombas en quince supermercados
Minimax, uno de cuyos dueños, Nelson Rockefeller, estaba a punto de llegar como
enviado especial del presidente Richard Nixon. Y justamente el día de ese
arribo, Onganía autorizó la expulsión de extranjeros, con una moderna versión
de la detestable ley de residencia. El clima político se enrarecía. Tres días antes de caer asesinado Vandor, durante una
manifestación en Plaza Once, las balas policiales habían acribillado a Emilio
Jáuregui, del Sindicato de Prensa. Se avecinaba, además, un paro general
decretado por la "CGT de los Argentinos", la opositora al gobierno
militar. Un telefonazo estremeció: "Pusieron una bomba en la
sede de la UOM,
en Rioja al 1900, y parece que mataron al «Lobo» Vandor. Ya mandamos gente ahí
y a la casa. Rajen como sea del laburo y vayan al policlínico de los
metalúrgicos, en Hipólito Yrigoyen al 3300, a ver qué averiguán". Era la voz
imperante de Hugo Gambini, por entonces secretario coordinador de Primera
Plana. Me fui a un café a pensar qué haría. Me acordé de Roberto
Díaz, un metalúrgico santiagueño que trabajaba en una fábrica de Llavallol.
Apenas le hablé, me tiró los nombres de dos amigos suyos en el policlínico de la UOM. Encontré a uno
de ellos, quien más rápido que Fu Man-chú hizo desaparecer el billete que le
deslicé para que me llevara hasta Cirugía, no sin antes recomendarme fingir ser
pariente de alguien al que estaban operando. Eso hice. Me senté en un asiento de madera y paré la oreja.
Médicos, enfermeras, camilleros, sindicalistas, todos parecían saber de todo.
Ya había trascendido el asesinato. Cerca de mí, alguien susurró a otro:
"¿Sabías que el «Lobo», en el 50, antes de entrar en la Philips como matricero,
era suboficial de la Marina
y que sumaba 27 pirulos (años) cuando pisó por primera vez una fábrica? ¡Pensar
que en el 56 ya era un capo y en el 58 mandaba a todos en la UOM! ¡Eso es tener
muñeca!" "No tanta -respondió el otro-, era tan ambicioso que se puso
al general en contra. ¡Y mirá..!". De pronto, aparecieron dos morochos pesados, tres camilleros
y un par de médicos, que llegaron hasta Cirugía con el mismísimo Vandor ya
convertido en historia, medio tapado con una sábana, con sus ojos celestes
abiertos. Apenas los pesados empezaron a sospechar de nuestra presencia llegó
Elida Curone, la esposa de Vandor y la atención se desvió hacia ella. Un médico
le dijo llorando: "¡Negrita, lo mataron al «Lobo», lo mataron!" Ella gritó: "¡No! ¡A él, no! ¡A él no lo mataron! ¡Eso
es una mentira! Ustedes todavía pueden salvarlo. Venga conmigo, doctor". Y
lo obligó a entrar en Cirugía. Más tarde me enteré de que acarició lentamente
el cuerpo de su esposo. Luego oí su voz y la del médico. Ella dijo: "Uno,
dos, tres, cuatro, cinco, seis. ¡Son seis agujeros! ¿Cuál me lo llevó?" El
médico le pidió: "Por favor, no hagas eso, «Negrita». No sufrió". Cuando llegué a la revista, el "Gordo" Soriano ya
había vuelto de la UOM
y escribía un informe para Roberto Aizcorbe, jefe de la sección Política. Había
tenido más suerte que Carlitos Russo, quien se había metido en el departamento
de Vandor de la calle Emilio Mitre para hablar con la esposa, y terminó echado
cuando ésta volvió del policlínico, con la hija, sus amigas y los
guardaespaldas, para cambiarse e ir al velatorio. El "Gordo" había logrado que el sindicalista
Miguel Gazzera le contara que en una cena reciente con Paulino Niembro, Lorenzo
Miguel y Avelino Fernández, le habían sugerido a Vandor que se fuera unos meses
del país porque las cosas estaban muy calientes y lo podían matar, pero no
quiso. "Unos días después -dijo Gazzera- me confesó que si había algo
jodido para él, como pensábamos, prefería que ocurriera aquí." No era lo único que había averiguado. En la UOM le detallaron a Soriano
que cuatro tipos habían tocado el timbre y se habían anunciado como oficiales
de justicia con una cédula judicial, y que entraron armados hasta los dientes,
redujeron a los guardias y dos corrieron hasta el segundo piso, donde
amenazaron a Victorio Calabró. "Antes de llegar al despacho de Vandor -contaron-, éste
salió a preguntar qué sucedía. Al reconocer a uno de ellos, intentó hablarle,
pero lo balearon varias veces con pistolas 45 y le dejaron una bomba en los
pies, la que destruyó una pared. Se escaparon en un auto. El «Lobo» murió en la
ambulancia que lo llevó al policlínico." Russo alcanzó a informar que la esposa de Vandor había
llegado con su nenita de dos años, Marcela y Roberto, de uno; luego describió
cómo estaban vestidos ellos y sus acompañantes y en qué clase de autos se
movilizaban. En la redacción esculpí en una Olivetti, de aquellas duras, tres carillas bien detalladas con todo lo que había visto y oído. Aizcorbe -con ese acento cajetilla que le había costado el apodo de "Petimetre"- leyó velozmente mis datos, salió de su pecera, y delante de Soriano, Gambini, Osiris Troiani y un tipo de Espectáculos, me preguntó: "¿Usted está seguro de todo lo que puso aquí?"
Todos me miraron. Sentí que me ponía rojo y que empezaba a transpirar. Con
dificultad, respondí: "Sí, ¿por qué?" Aizcorbe siguió mirando mis papeles e inquirió: "¿Cómo
sabe que cuando lo llevaron a Cirugía, Vandor tenía abiertos los ojos
celestes?" Expliqué: "Porque lo vi. Yo estaba sentado a un metro de
esa puerta". Aizcorbe insistió: "¿Y de dónde sacó que tenía seis
agujeros en el cuerpo?" Traté de convencerlo: "Porque se los contó la
esposa, que dijo que quería saber cuál era la bala que lo había
liquidado". Todas las miradas se centraron en mi flaca figura. Aizcorbe
seguía con su gesto de duda. Troiani, Gambini y Soriano me miraban divertidos e
interesados. Gambini expresó: "¿Ves, Robertito? Esto no se aprende en la Sorbona". Todos se
rieron. Aizcorbe también. Luego me señaló una parte del informe y preguntó:
"¿La esposa dijo que el «Che» lo había recibido en La Habana y que este verano se
abrazó con Perón en Méjico?" Asentí. En el Dorá, un restaurante del Bajo, cerca de Retiro, el
"Gordo" decidió contarme lo que se había guardado en el bolsillo.
"¿Oíste algo de los tipos que reventaron a tiros a Vandor?" Negué con
la cabeza. El "Gordo" miró a los costados y soltó un susurro:
"Me parece que conozco a uno de los que subieron a matarlo". Haciéndome el canchero conmigo mismo, puse cara de póquer. El "Gordo" continuó: "A uno de los guardias le pareció oír que Vandor dijo algo como «¡Hola, Cóndor!» o «¿Qué hacés, Cóndor»". Atiné a murmurar: «¿Cóndor?» ¿Ese no fue el nombre de un operativo nacionalista peronista que hicieron en las Malvinas?". El "Gordo" recordó: "Sí, claro. Unos tipos bajaron allá con un avión y
pusieron la bandera argentina. Y el que sacó las fotos fue Héctor Ricardo
García, el dueño de Crónica". Después de contarme eso, el "Gordo" pensó un poco,
se levantó y fue al teléfono. Hizo una llamada y volvió contento. Dijo:
"Ya le voy viendo las patas a la sota. El «Negro» Juárez dice que muchos
creen que Vandor fue el ideólogo del Operativo Cóndor en Malvinas".
Interrumpí lo que estaba haciendo y pregunté: "Si fue el ideólogo de ese
operativo peronista, y en marzo se abrazó con el general en Méjico, ¿Por qué un
cóndor lo deja como un colador?" La respuesta de Soriano fue: "Nada
que tenga que ver con el peronismo es fácil de explicar. Yo me conformo con
saber quién es ese cóndor", concluyó. Al día siguiente, Aizcorbe empezó a escribir su nota, en la
que se leería que Vandor tenía de enemigos a Perón, por haber osado varias
veces desobedecer sus órdenes y disputarle la conducción de los trabajadores;
al gobierno militar, por no querer ser totalmente
"participacionista", y a los sindicalistas de izquierda, por haberles
disparado en la pizzería La Real,
de Avellaneda, donde cayó asesinado uno de ellos, de apellido Blajakis y donde
murió (¿por error?) Rosendo García, del grupo vandorista. Cuando Aizcorbe se fue a almorzar, con el "Gordo"
revisamos rápidamente los recortes de archivo referidos al Operativo Cóndor y
copiamos los nombres de sus participantes. Seguimos con los sobres de fotos de
Vandor y de otros personajes. Yo encontré el tesoro: una de las imágenes en
blanco y negro mostraba al "Lobo" hablando con un tipo joven, para mí
desconocido, llamado igual que el jefe del Operativo Cóndor. "Mirá,
«Gordo» -lo sorprendí-, en este epígrafe dice que Vandor está con Dardo Cabo,
hijo de un sindicalista famoso..." Nos miramos y supusimos que ése podía ser uno de los
asesinos de Vandor, pero no dijimos nada. Era apenas una sospecha. No todo lo
que vivimos se publicó, porque allí siempre había que confirmar los datos y las
sospechas. Y a los pocos meses, cuando Onganía clausuró Primera Plana y con el
"Gordo" habíamos pasado a trabajar en la revista Panorama, vimos
varias veces a Cabo reunido con las mismas cinco personas. Recién cuatro años después, la revista El Descamisado
revelaría que Cabo, junto con aquellos cinco hombres (que creían en una
revolución de izquierda liderada por un general de derecha: Perón), habían
integrado el Ejército Nacional Revolucionario, cuya actividad se redujo a un
par de asesinatos: el de Vandor en 1969 y el de José Alonso en 1970, para
después incorporarse a los Montoneros. Lo último que recuerdo del caso Vandor ocurrió en 1976,
cuando Osvaldo Soriano ya había partido para su exilio. Lo nuevo que averigüé
estaba referido a Roberto Vandor, el hijo del "Lobo", que ya tenía
ocho años y estaba en segundo grado. La maestra le pidió que dibujara a su
familia. Cuando le tocó hacer al padre trazó un rectángulo. El psicólogo vio el
dibujo, llamó a la madre y le dijo: "Señora, su hijo hizo un rectángulo
porque para él su padre es nada más que una fotografía". Por Armando Maronese Fuente: - Prensa Alternativa |