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Las mil y una noches de Cristina F. de Kirchner
Por Enrique G. Avogadro - 20 de Enero, 2013, 21:05, Categoría: Opinión
“Uno se pregunta cómo podemos vivir en una sociedad en la que los cargos políticos son más rentables que las estructuras industriales productivas”. Julio Bárbaro Sherezade, según cuenta la leyenda,
sería ejecutada al amanecer por orden del sultán, como les había sucedido a
todas sus antecesoras que, diariamente, eran conducidas a la alcoba real. Para
evitar tal suerte, la heroína contó a su amo una historia apasionante que,
cuando el sol apareció, no había llegado a su final; el soberano, intrigado, le
perdonó la vida ese día y ordenó que la llevaran a sus aposentos a la noche
siguiente para saber cómo terminaba el cuento. La relatora repitió la maniobra
mucho tiempo, y logró así evitar la muerte por casi tres años; nadie sabe qué
sucedió después. La Constitución argentina
impide –y mal que le pese a la
Araña Conti, lo seguirá haciendo- que la “vida” de nuestra
primera magistrada continúe cuando amanezca el 10 de diciembre de 2015. Con la
siempre comprensible vocación de prolongarla, doña Cristina ha resuelto
transformarse en una Sherezade moderna, inventando noche a noche, una ficción
que, según su criterio, debiera fascinarnos tanto como le sucedió al sultán con
su antecesora. Lamentablemente, los de ésta eran otros tiempos, en los cuales
la relación del hombre con sus deidades era más cercana y todas las fantasías
resultaban creíbles. Hoy, de los mil y un cuentos que
contiene la obra sólo permanece como algo verdadero y actual el de Alí Babá y
los cuarenta ladrones; Guitarrita (¡está a cargo del Ejecutivo!), los chicos de
La Cámpora y
muchos otros funcionarios –incluida la propia CFK- se han ocupado con enorme
eficiencia, la misma de la que carecen a la hora de administrar empresas públicas,
salvo en su propio beneficio, de mantener la historia viva. Sin embargo, y ahora desde hoteles,
aviones y escenarios tan suntuosos que recuerdan los palacios y los desiertos
dorados de la narradora original, sea en Emiratos o en Indonesia, en Vietnam o
en Cuba, doña Cristina, envuelta en lujosos encajes y acompañada por una barbie
a su imagen y semejanza, insiste en intentar convencernos de la veracidad de
sus relatos diarios. La reiterativa enumeración de logros
inexistentes, las inauguraciones repetidas dos y tres veces, los anuncios
rimbombantes, la catarata de inversiones nunca concretadas, no consiguen
convencer al ciudadano de a pie que, en lugar de viajar en helicóptero y a una
distancia tal de la superficie como para que las lacras no se vean, debe luchar
todos los días contra hechos que, durante las veinticuatro horas, demuelen el
relato presidencial. La infraestructura de caminos y
ferrocarriles colapsada, los cortes de luz a viviendas e industrias, la falta
de agua y cloacas, la inseguridad, el sideral desarrollo del narcotráfico, la
genocida corrupción y la inflación, que se come a enormes mordiscones planes y
subsidios, se han constituido en verdaderas paredes contra las que choca la
fantasía con la que la viuda de Kirchner intenta conquistar la inmortalidad. En estos días, he dejado de ser el único
que menciona al “rodrigazo” como futuro de este modelo económico, comandado por
los más torpes funcionarios que el país recuerde, encabezados por la única
persona a la cual el relato convence: ella misma; voces de próceres tan
autorizadas como las de Roberto Lavagna, Jorge Brito o Ignacio de Mendiguren
han sumado sus preocupaciones al respecto. Desde el exterior, ha sido O Globo,
el diario más importante de América, quien ha denunciado la verdadera situación
que la fantasía de la señora Presidente pretende ocultar. Sucede que, en realidad y más allá de la
prepotencia de sus modos, doña Cristina ejerce un poder débil: usó a Mariotto
para intentar destruir a Scioli y fracasó; quiso echar de su “lugar en el
mundo” al Gobernador Peralta, y también fracasó, envió al multiuso Picheto y al
Gobernador Weretilnek a destituir al Intendente Goye de Bariloche y debió
soportar los desplantes de éste; y hasta el Intendente de Olavarría, absolutamente
harto de las presidenciales payasadas, se dio el lujo de negarse a participar
de una teleconferencia para reinaugurar una fábrica. Es que, después de diez años de una
bonanza y de una recaudación inédita -recomiendo una imperdible nota de
Fernando Iglesias, “Apocalipsis frío” (http://tinyurl.com/ayddsms),
el final del sistema ferroviario ya resulta innegable. Ferrobaires ha debido
cancelar su tradicional servicio a Mar del Plata, el soterramiento del Sarmiento
se ha detenido casi al nacer y sus formaciones descarrilan diariamente y el
Roca, el San Martín, el Urquiza y el Mitre, se han convertido en inmundicias
rodantes y, por supuesto, el “tren-bala” no pasó de ocupar una noche de
cuentos. Lo malo para el relato de nuestra heroína es que ya estamos encima del
22 de febrero, cuando la protesta nacional recordará en calles y plazas el
aniversario del crimen de Once y, finalmente, se verá que la reina está
desnuda. La señora Carrió ha pedido el juicio
político a la señora Presidente por su coautoría intelectual en ese horror, aún
a sabiendas de que resultará imposible que prospere, al menos hasta diciembre
de este año. Pero ese gesto es sumamente importante, ya que permitirá también
relevar los valores individuales de cada uno de sus colegas en la Cámara de Diputados; desde
esta columna y, espero, desde muchas otras, expondremos a la luz pública cómo
votará ese proyecto cada uno de los legisladores disque opositores, quiénes
exhibirán coraje cívico y quiénes continuarán especulando y chapoteando en este
chiquero en que se ha convertido nuestra política cotidiana. Mientras tanto, desde el Lejano Oriente,
doña Cristina insiste en contarnos historias por Twitter o Facebook, intentando
que los mandatarios extranjeros -¡piensa que no están informados de la
realidad!-, la acompañen en sus delirios mesiánicos a nivel global. Pero ya
nadie, salvo sus poquitos incondicionales, por la ideología o la rapiña, tiene
interés en sus cuentos, porque todos conocemos el final. Por Enrique G. Avogadro |