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El gobierno en su laberinto
Por Eugenio Paillet - 20 de Enero, 2013, 21:42, Categoría: Opinión
Es menester volver a los orígenes para
entender las razones de un gobierno que evidentemente ha perdido la brújula, un
escenario que se agiganta si todo ocurre a las puertas de un año electoral
crucial como el que acaba de empezar. Hay hombres del propio oficialismo que
insisten en señalar que con Néstor Kirchner nada de esto hubiese pasado. Que el
ex presidente nunca se hubiera atado peligrosamente a un cepo cambiario del que
ya nadie sabe cómo ni cuándo salir. Que jamás hubiese permitido que el
sindicalismo se dividiera, y que para peor se le venga encima con pedidos de
aumentos salariales y otros extras que compiten directamente con la escalada
inflacionaria. Y que llevaron por estas horas al titular de la Unión Industrial
Argentina, Ignacio de Mendiguren, de quien nadie puede suponer que se trate de
un "loquito", a advertir que, de seguir por este camino, podríamos ir
derecho a un nuevo "rodrigazo". Dicen también que Néstor Kirchner era
tan bravo como lo es ahora su esposa a la hora de sacudir enemigos. Pero nunca
dejaba que la pasión o el rencor le nublasen el pensamiento. Con Kirchner, por
caso, los empresarios no hubiesen dejado de invertir, como ocurre ahora, por
temor al imprevisible futuro de la economía. Para Kirchner los superávits
gemelos eran casi tan sagrados como la Biblia, y de ningún modo hubiese permitido, por
un manejo nefasto de la economía en manos de inexpertos ideólogos que destiñen,
que se perdiera esa herramienta vital de la economía que se puso en marcha en
2003. En suma, Kichner no hubiese usado las
redes sociales para entretenerse horas enteras en contestar nimiedades, en
desafiar al que se le cruce enfrente. Y mucho menos, dato crucial si los hay,
el ex presidente hubiese cometido el gravísimo error que comete su viuda, que
es creerse que aun con ministros y secretarios ineptos o inoperantes, ella por
sí sola, encerrada en su despacho de la Casa Rosada o en el chalet de la residencia de
Olivos, apenas rodeada de tres secretarios que tiemblan ante la sola
posibilidad de contradecirla en algo, por mínimo que sea, es capaz de sacar la
nave adelante. Lo pinta uno de esos quejosos: "El Flaco tenía la famosa
libretita negra: ahí anotaba todo lo que consultaba a sus funcionarios, los
llamaba hasta diez veces por día si le quedaba alguna duda". Hasta aquí lo que dicen --no sin
amargura, en un gesto que se repite desde hace un año largo--, unos cuantos
funcionarios y allegados que estuvieron desde la primera hora junto al ex presidente,
algunos incluso desde la etapa política santacruceña, y que hoy siguen
resignados en el gobierno de su esposa, espantados de comprobar que la única
obsesión que la anima a ella y al resto al levantarse y cuando se acuestan, es
ganarle la guerra a Clarín. Hecho ese necesario ramalazo al pasado
reciente, se puede sostener ahora el argumento que impera fuera del gobierno,
pero también en algunos de sus despachos. La administración de Cristina
Fernández ha cometido un yerro tras otro, para peor en medio de un clima de
autismo y soberbia que admite cero rectificaciones. Ese panorama se potenció en
el último año. Y con la llegada de 2013, donde el modelo se juega nada menos
que la posibilidad de supervivencia más allá de 2015 mediante una cada vez más
utópica reforma constitucional con re-reelección, campea la impresión de que el
gobierno ha quedado atrapado en su laberinto. El problema --no menor, según admiten
algunos observadores independientes-- es que, del modo en que el gobierno
intente salir de esa encerrona y antes que eso, si primero está dispuesto a
reconocer que va por el camino equivocado, suposición también ilusoria,
dependerán en más o en menos probables etapas de turbulencia social y política
que podrían estar esperándole al país. Apenas se mira la escena, se puede
apreciar a un gobierno enceguecido en lo político y profundamente trabado en lo
económico. Hay en este caso varios testimonios de los últimos meses, por lo
general basados en fuentes del oficialismo, que reflejan malos manejos de variables
vitales para sostener la inversión y alentar la producción, o la incierta
prolongación del cepo cambiario. Y que se conozca, nunca la presidente
intervino para corregir. O llegado el caso, como hubiese sido de esperar, para
echar al funcionario inoperante. ¿Cómo corregir, si las directivas las
imparte ella, y nadie se anima a decirle en ningún caso que está equivocada? Es
la pregunta que responde, por ejemplo, a los enormes desaguisados que se han
cometido en la petrolera YPF desde que le fue confiscada a la española Repsol.
Hoy, las peleas entre el directorio que conduce Miguel Gallucio y funcionarios
de Economía y Planificación, Axel Kicillof, Roberto Baratta, Daniel Cameron,
por citar algunos, son de un nivel furioso. YPF no logra captar inversiones
pese a los road shows realizados por el ingeniero; y desde que fue estatizada,
si en algo ha trascendido, es por haberle aumentado un dieciséis por ciento en
promedio los combustibles a los usuarios. Otro tanto ocurre con las restricciones
a la compra de dólares y otras monedas, que según algunos funcionarios del
Palacio de Hacienda "llegaron para quedarse por mucho tiempo", y en
boca del todopoderoso Guillermo Moreno al menos habría que perder las
esperanzas de alguna modificación hasta bien pasadas las elecciones de octubre.
"La verdad, aquí nadie sabe cómo se sale del cepo, o cómo se sale sin
dólar a 4,50 para responder a todos, y en ese caso sin provocar un descalabro,
(pero) nadie quiere arriesgar nada si ella no lo ordena", se escucha otra
vez a uno de aquellos cultores de la memoria del santacruceño. La presidente, por otra parte, no quiere
ver el enorme frente de conflicto que se abre por estas horas con los
sindicatos por las discusiones salariales en paritarias. Y el potencial peligro
que encierra el inicio de una escalada entre precios y salarios, como parece
verlo por ahora en soledad el titular de la UIA. Hay gremios como bancarios y alimentación,
que ya arrancaron sus discusiones con un piso del 25 por ciento. Y las
discusiones con el gobierno y los empresarios se van a extender hasta junio, a
cuatro meses de las elecciones de octubre. El problema, advierten en la Casa Rosada, es que la
puja por los sueldos ha puesto a la tropa oficialista de gremios cada vez más
cerca, otra vez, del camionero Hugo Moyano o del gastronómico Luís Barrionuevo.
Con la CTA
opositora de Pablo Michelli que puede convertir en un problema aún mayor a las
discusiones de los ingresos de los estatales. Sin olvidar que el gremio docente
amaga con llevar sus reclamos a un incremento del 50 por ciento a partir de
febrero. Es decir que el arranque de las clases a fines de ese mes otra vez
pende de un hilo. Cristina Fernández confía en Antonio
Caló y los ex "gordos" menemistas que lo acompañan en la CGT oficial. O en todo caso
jamás dará un paso atrás para no reconocer que se equivocó con esa alianza y
con esa división que los nostálgicos del nestorismo dicen que jamás debió haber
sucedido. La presidente podría llevarse una sorpresa no más allá del fin del
verano, si no escucha a quienes aseguran que la reunificación sindical está al
caer, con todo lo que ello implica, si antes de marzo no se modifica
sustancialmente el piso del impuesto a las ganancias. Desde las políticas las cosas no están
mejores. Y podría afirmarse que los problemas se agigantan, por todo lo que
está en juego. Ya se había advertido a comienzos de año, un dato que fue
reflejado en general por analistas y observadores, que la presidente había
arrancado 2013 envuelta en un ataque de furia. Reconcentrada como pocas veces
antes en atacar a sus enemigos predilectos desde el atril o desde las redes
sociales, directamente a Mauricio Macri, por caso, pero también a Daniel
Scioli, aunque al gobernador lo regó de ironías y sutilezas, nunca de manera
directa. Embistió de manera peligrosa contra la Corte Suprema y los
jueces, y permitió que a su lado se dijesen barbaridades de los magistrados.
Más que nunca asumida y desafiante en la postura de gobernante infalible. Y con
el tuit de todos los día en contra del odiado multimedios, claro. Hay una interpretación para entender esa
pérdida del rumbo y esa ira sin freno que sobrevuela algunos despachos del
oficialismo y no pocos cuarteles de la oposición. También en al menos dos
importantes consultoras y medidoras de opinión. Sostiene que apenas arrancado
el año, la presidente recibió un informe lapidario sobre sus nulas
posibilidades de alcanzar en las elecciones parlamentarias de octubre los tan
ansiados dos tercios de las bancas del Congreso que le permitirían reformar la Constitución y le
abran paso a una nueva reelección. A eso se sumó que varios sondeos que le
acercaron, la muestran ahora mismo con más imagen negativa que positiva, una
tendencia que se consolidó desde mediados del año pasado, y una intención de
voto apenas por encima del 30 por ciento, debajo de Scioli y Macri, en ese
orden. También la habría atosigado el hecho de
comprobar en los papeles, que se le complica el panorama en la provincia de
Buenos Aires, donde necesitaría hacer una elección impecable, aun por encima
del mítico 54 por ciento, para compensar seguros traspiés en otros distritos
claves como Córdoba, Santa Fe y la Ciudad Autónoma. Cristina Fernández de Kirchner insistiría
en postular a la cabeza de las listas bonaerenses a su cuñada, Alicia Kirchner,
que decididamente no mide bien. Por eso ensaya de apuro con Florencio Randazzo
o Julián Domínguez. Aunque tampoco da para festejar. Y observa con furia los
amagos independentistas de Scioli o del intendente de Tigre, Sergio Massa, otro
de los bendecidos en las encuestas, de jugar "por afuera", lo que en
un plan de mínima significa obligarla a compartir con ellos el armado de las
listas. El clamor por un vuelco, por el regreso
a formas más racionales de gobernar, no es por estas horas sólo patrimonio de
la oposición o del ciudadano de a pie. Por Eugenio Paillet |