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El veneno de la épica kirchnerista
Por Marcos Aguinis - 12 de Diciembre, 2012, 13:07, Categoría: Los Kirchner .Tiranías fascistas.
Un baúl lleno de palabras seductoras
encubre el veneno que contiene la publicitada épica kirchnerista. La
alienación, en gran parte, se consigue mediante bellos vocablos, como nacional,
popular, inclusión, equidad, derechos humanos, modelo, justicia social,
proyecto y otras por el estilo. Equivalen a las que usan y usaron los
autoritarismos de diverso tinte. Basta echar un vistazo a la historia y la
geografía. No hay dictador que no se auto condecore como el "elegido"
de su pueblo. Hasta la dinastía comunista familiar que hubiese puesto los pelos
de punta a Karl Marx -el "progresista gobierno de izquierda" que
hambrea a Corea del Norte- designa al abuelo, padre y nieto "Amado Líder". Acá ya tenemos el "Eternauta"
y la "Bella Dama". No hay mucho que esperar para que también se los
llame "Amados", pero antes tendrían que sacarse de encima a un
verdadero Amado, que es Boudou. Cuando Néstor Kirchner accedió a la
presidencia de la República
con el menor número de votos que registre la historia nacional (incluso menos
que Arturo Illia), no se esmeró en ocultar los frascos de veneno que traía bajo
el poncho. Las pócimas que había derramado en Santa Cruz no le impidieron
apropiarse de la presidencia con toda la fuerza de su cuerpo. Al contrario, esa
ponzoña lo llevó a la consagración. Estaba tan contento que empuñó el bastón de
mando al revés (¿El cielo mandó una alerta?) y pronto se arrojó sobre la
multitud que lo aclamaba hasta herirse la frente con una cámara de TV. De
inmediato se puso a replicar en el ámbito nacional la química que le permitió
apropiarse de toda una provincia. Desde La Plata había vuelto a Río
Gallegos al comenzar la última dictadura militar (¿o un poco antes, cuando el
gobierno de Isabelita?). Importaba poco en esa emergencia. Al llegar al Sur
olvidó su militancia y se puso a ejecutar a los pobres diablos que estrangulaba
la circular 1050. El comienzo de su fortuna equivale en su biografía a un
bíblico pecado original. Después conquistó la intendencia, se rodeó de
colaboradores a los que exigía lealtad antes que eficacia, aumentó su fortuna y
se dedicó a conquistar la provincia. Instalado en la Casa de Gobierno, puso en
marcha una política autoritaria desprovista de piedad. Reformó la Constitución para ser
reelegido hasta que él mismo dijese basta. Persiguió a los medios de comunicación
con dientes de lobo para conseguir la supresión de toda crítica. Amedrentó al
Poder Judicial. Pisoteó a la oposición e impuso la identidad entre Estado y
gobierno o -más claro aún- entre Estado, gobierno y él mismo. La fórmula del
omnipotente Luis XIV. Su última proeza fue mandar al exterior e inscribir a su
nombre la impresionante fortuna de varios cientos de millones de dólares que
pertenecían a la provincia. Hasta ahora no se ha efectuado una transparente
rendición de cuentas. No se sabe por dónde circularon los dólares, cuánto
perdieron o ganaron los depósitos. Es un trayecto tan misterioso como el
tenebroso viaje al que fue sometido el cadáver de Eva Duarte. Cuando Duhalde convocó a elecciones
presidenciales, Kirchner era el gobernador con más dinero para hacer la
campaña. Un sector democrático del país, representado entonces por López Murphy
y Elisa Carrió, no logró unirse en una sola fórmula y Kirchner accedió a un
angosto segundo lugar. Carlos Menem no se atrevió a otra vuelta y Kirchner
quedó elegido pero lleno de resentimiento, porque asumía con un anémico
porcentaje de sufragios. No demoró mucho en soltar su
temperamento destructor (de todo menos de su fortuna). Fue desagradecido con
Eduardo Duhalde, que le obsequió los votos e influencias que le permitieron
llegar al segundo sitio en la carrera presidencial. Además, Duhalde ya había
superado lo peor de la crisis desatada en 2001, acompañado por Lavagna, su
eficiente ministro de Economía. Le entregaba un país en marcha, que ascendía
hacia una buena cicatrización de sus heridas. También llegaba un fabuloso
viento de cola. Pero el veneno de la épica kirchnerista
no presta atención a esas minucias. Néstor Kirchner carecía de políticas de
Estado, no le interesaba el beneficio de su país, sino el propio. Desde Santa
Cruz evidenció que su meta, siempre, era saciar su adictiva hambre de poder y
de las fortunas que el poder brinda. En lugar de sentirse un servidor del
pueblo, el pueblo debía servir a sus ambiciones. "El Estado soy yo",
le recordaba un sincero Luis XIV. Sólo cabe mencionar algunos de los daños
que produce su veneno, ahora convertido en epopeya. Conviene empezar por la ingratitud. Es
un instrumento poderoso, porque aterroriza en especial a los cercanos. No sólo
apartó a Duhalde, sino que humilló enseguida a su vicepresidente Scioli porque
se reunía con empresarios. Scioli lo hacía para poner paños fríos y ayudar,
pero no había solicitado permiso. Entonces, sin anestesia lo despojó de toda
otra función que no fuera tocar la campanilla del Senado. Néstor odiaba que
algún ministro, secretario, gobernador o intendente se sintiera seguro, porque
le rebanaba un pedazo de su poder total. No le tembló la mano al echar a Béliz
o desprenderse de Lavagna o sacar de su puesto a cualquiera que se le ocurriese.
Después, Cristina Fernández siguió sus enseñanzas (las peores, se debe
consignar) repartiendo guadañazos a diestra y siniestra según sus
cortoplacistas amores y perspectivas. Kirchner convirtió el
"escrache" en un nuevo recurso político de doma. Desde el atril
señaló a empresarios, empresas, periodistas, sacerdotes, militares, políticos y
otros ciudadanos a los que buscaba someter. La gilada -como el mismo Perón
solía llamar con humorismo a sus seguidores más fanáticos-, se ocupaba después
de convertir la amenaza en un acto concreto. Otro componente notable del veneno
kirchnerista es la prédica del odio. El maduro consejo de Perón en el sentido
de que "para un argentino nada es mejor que otro argentino" fue
convertido en lo opuesto. Gracias a la épica kirchnerista ya no se pueden
reunir familias enteras ni grandes grupos de amigos, porque estalla la
confrontación. Ahora hay elegidos y réprobos, progresistas y reaccionarios,
izquierda y derecha que ni pueden dialogar. El oficialismo decide quiénes son
unos y otros. Quienes disienten -cualquiera que fuesen sus méritos- deben
cargar el sambenito inquisitorial de calificativos degradantes. La corrupción se ha vuelto septicémica.
El modelo consiste en profundizarla. Nada importante se hace para disminuirla.
Desde lo alto se dibuja el camino. Si la yunta presidencial ha conseguido
amasar una fortuna que no se podría fundir en varias generaciones, quienes se
acercan a ella esperan lograr lo mismo. o un poco, aunque sea. Las fuerzas
(¿paramilitares?) de Milagro Sala provocaron analogías con las Juventudes
Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan
sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y
otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y La Cámpora, y El Evita, y
Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado
una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la
mano en los bienes de la
Nación. Muchos de los blogueros o lectores que se ocuparán de
insultar este artículo, lo harán por la rabia que les produce un
desenmascaramiento y el temor de perder sus mal habidos ingresos. Asombra que tan poca gente (primero Él y
Ella, ahora sólo Ella), haya conseguido armar una tan poderosa legión de
autómatas. Es patético ver cómo gente grande aplaude y sonríe ante el mínimo
gesto que se manda la
Presidente mientras actúa por cadena nacional. Sometió a
millones de argentinos, de los cuales una pequeña porción obtiene beneficios
caudalosos y la mayoría debe conformarse con los subsidios de la mendicidad. En
realidad, la épica kirchnerista no quiere terminar con la pobreza porque
necesita de los votos que se retribuyen por subsidios y otros favores. La reforma de la Constitución es otro
frasquito del veneno -no el último- traído desde Santa Cruz, y que los
traidores de la democracia pretenden hacer beber a la ciudadanía. Pero ¡ojo!:
hay algo peor que la reelección indefinida. Es terminar con el actual y débil
Estado de Derecho. "Ir por todo" requiere una Constitución que
permita a los actuales dueños del poder hacerse del cuerpo y el alma del país.
Hacerse dueños de "todo". Ese es el veneno. Ese es el proyecto. Por Marcos Aguinis
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