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El alto precio del aislamiento
Por Joaquín Morales Solá - 21 de Noviembre, 2012, 20:13, Categoría: Opinión
Ciudades abandonadas, rutas y caminos
despoblados, peatones ocasionales. De la huelga general de ayer se podrán decir
muchas cosas, pero no que pasó inadvertida. Es la segunda protesta social contra
el gobierno de Cristina Kirchner en apenas 12 días. El reclamo de una mayoritaria clase
media el 8-N, se convirtió ayer en el reproche de importantes franjas de
trabajadores. La Presidente
está pagando el precio de su aislamiento. Ninguna crónica podría explicar mejor
esa reclusión entre muy pocos que lo que pasó ayer. Cristina se rodeó sólo por
dirigentes y militantes de La
Cámpora, en medio de un país que acató con simpatía o con
silencio el paro general de los gremios opositores. Delante de ellos, les
contestó a los sindicalistas en un largo y ofuscado discurso. La masiva huelga
fue para ella sólo un "apriete". No merece su atención ni su interés. La primera huelga general contra los
Kirchner sucedió un año después de las mejores elecciones presidenciales que
tuvo un Kirchner. En los últimos meses, la Presidente eligió un
camino distinto del que la llevó al poder: se aferró al cristinismo puro y duro
y se alejó del peronismo y de aliados históricos, como Hugo Moyano. Depositó la
economía en manos de jóvenes cristinistas y la economía está cada vez peor. Se
niega a mirar las culpas de sus funcionarios, y acusa al mundo y a los
estropicios de su crisis. El mundo no es lo que era, pero aún es generoso con la Argentina. No sirve
de nada: es mejor estar fuera del mundo, suele decir la Presidente.
Sin inversiones y sin un crecimiento
importante de la economía, la jefa del Estado se volvió tacaña. El ajuste lo
están pagando los asalariados (con enormes cargas impositivas) y las
provincias, a las que los recursos federales les llegan tarde y mal. Los
gobernadores hacen actos cristinistas, pero comenzaron a preocuparse por la
opinión pública. Es mejor poco que nada, señalan en alusión al dinero que
Cristina autoriza o niega personalmente. Ésa es una parte de sus prioridades;
la otra es el humor social. Los caceroleros abrieron las puertas de masivas
protestas; ayer fueron los sindicatos. El peronismo no respeta a los que son
impotentes para frenar el descontrol de la calle. En un año de renovado poder, la Presidente ha perdido
la iniciativa en el espacio público o, lo que es peor, son otros, organizados o
espontáneos, los que demostraron tenerla. Ella no pudo hacer nada para frenar
semejantes hemorragias. Han vuelto los piquetes después de casi
siete años. Los cortes de rutas de productores rurales, en 2008, fueron otra
cosa: se dieron en el interior profundo y respondían a un sector importante,
pero determinado de la sociedad. La mayor aptitud del cristinismo es unir en su
contra lo que estaba dividido; es el reverso de la política de divisiones de
adversarios que promovía el marido muerto. Moyano hacía contrapiquetes en 2008
contra los ruralistas. Ayer, Moyano y Eduardo Buzzi, líder de la Federación Agraria,
estuvieron juntos en los piquetes contra la Presidente. Era
impensable un acto político convocado al mismo tiempo por Luís Barrionuevo y
por Néstor Pitrola. Ayer también estuvieron juntos. Ellos sólo saben, como los
caceroleros, lo que no quieren. Será siempre difícil establecer cuántos
trabajadores no fueron a sus trabajos porque no quisieron, y cuántos no
pudieron hacerlo por problemas en el transporte o por los piquetes. Pero nadie
se quejó por los inconvenientes. Eso es lo importante para la política. Ya
desde la tarde del lunes, las atestadas salidas de la Capital parecían propias
de las vísperas de un feriado. Muchas empresas dieron libertad de conciencia a
sus empleados sobre todo, dijeron, porque no los querían tener estresados por
el trámite de ir y venir de sus casas. Conclusión: no hay muchos empresarios
dispuestos a morir por el cristinismo, aunque luego figuren en el elenco
estable de aplaudidores de Cristina. Los piquetes son una mala práctica
porque niegan la libertad que todo ciudadano debe tener para desplazarse. No
empezaron a ser malos ayer; siempre fueron malos. El conflicto estuvo, por eso,
en la autoridad moral de los que los critican. Abal Medina se escandalizó por
lo que llamó un "piquetazo" nacional. Desde Néstor Kirchner, que
mandó a Luís D'Elía y a Osvaldo Cornides a bloquear a Shell y Esso, el
kirchnerismo usó los piqueteros amigos para vengarse de los enemigos. ¿Es
necesario recordar los muchos bloqueos a los talleres de los diarios, entre
ellos al de LA NACION,
por gremios amigos? El Gobierno se trastornó ayer por un acto vandálico, es
cierto, contra el café Tortoni, pero justificó y protegió a D'Elía cuando éste
tomó con violencia una comisaría. Un pecador, en fin, enfurecido ante el
pecado. La ineptitud de la gestión económica
tiene su correlato en la ineficacia de la administración política del
oficialismo. Moyano era, tal vez, un aliado fastidioso, pero ¿Por qué lo
empujaron de aliado a enemigo? Moyano fue un socio clave del kirchnerismo para
controlar el conflicto social durante los primeros ocho años de los Kirchner. A
Cristina nunca le gustaron su independencia y sus aires de hombre poderoso. La
desconcertante gestión política del cristinismo concluyó con un Moyano que es
hoy un referente decisivo de la oposición y un dirigente crucial del peronismo.
Lo hicieron más grande de lo que era. La jornada de ayer sirvió también para
darles la victoria y la derrota a los sindicatos. Moyano, la CTA opositora, Barrionuevo y
Buzzi corrieron el riesgo de entronizar como interlocutor gremial a la CGT oficialista de Antonio
Caló. Eso habría sucedido si la huelga hubiera resultado un fracaso. Ocurrió
todo lo contrario. El triunfo evidente de la medida de fuerza fue un golpe
importante a la fortaleza política de la central oficialista. Un país parado no
es un buen pergamino para la CGT
que no convocó a la huelga, sobre todo cuando pararon muchos trabajadores de
sindicatos que pertenecen a la central de Caló. El Gobierno no le dio casi nada
a la CGT
oficialista y eso también contribuyó al triunfo político de Moyano. Pero el corazón del éxito de la huelga
debe buscarse en las políticas que la Presidente no quiere revisar. El desorbitado
impuesto a las ganancias tuvo un devastador efecto convocante. Ya es injusto
que se pague un impuesto por trabajar, salvo en salarios muy altos, pero lo es
más cuando su parámetro, el mínimo no imponible, no se ha modificado en más de
una década. Hasta los gremios oficialistas debieron aclarar que no tenían
disidencias sobre eso. Tampoco hay muchos sindicalistas dispuestos a morir por
el cristinismo. Por estas razones y por muchas otras,
Cristina Kirchner dejó en un año de ser una presidente reverenciada. Ahora
tiene indignada a una mayoritaria parte de la sociedad. Su reacción inmediata
de ayer consistió en anunciar que no cambiará nada. Una réplica de la respuesta
a los cacerolazos. Los sindicalistas son unos extorsionadores. La gente no fue
a trabajar porque no pudo. Punto. No discutirá más. Fue la Cristina previsible. Una
negociación es para ella una insoportable señal de debilidad. Sólo parece
interesarle el aplauso fácil de funcionarios obedientes y de jóvenes tan
sumisos como fanáticos. No es mucho, pero es lo que tiene. Por Joaquín Morales Solá |