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Cuando ella pida clemencia
Por Lic. Gustavo Adolfo Bunse - 27 de Octubre, 2012, 18:34, Categoría: Opinión
Como he visto impresionada... que el pueblo me vota en pleno... creyendo que todo es bueno... con que si lo bueno, es nada... me quedaré aquí sentada... hasta que reine el veneno.
Al que opine lo fusilo... ya verán cual es mi estilo... y al periodismo obsceno... ya mismo le pondré freno... con
los jueces que yo alquilo G. A. Bunse - Poemas de la Argentina trágica. Está empalagada de resentimiento y de
perversidad. Sus dos banderas, no cambian: La mentira y la corrupción, la
visten con un negro que parece luto pero que, en verdad, es su alma oscura. Ayudante de su difunto esposo en hacer
ejecuciones hipotecarias para el Banco de Santa Cruz hace 24 años, sabe bien lo
que es arrancar en llanto a una persona pobre de su vivienda, en el marco de la Ley 1050. Si a una empresa que reclama que se le
pague un título se da el lujo de llamarle "buitre", pues ella y su
prócer desaparecido eran algo así como pterodáctilos de la peor rapiña. Esos
que dejan a un pobre tipo sin techo. Sus veinte cadenas nacionales y sus 72
discursos han sido mensajes en los que siempre hubo al menos tres párrafos
cargados de ironía, odio, venganza, amenaza y un resentimiento calvinista. Y lo más grave de todo es que sus únicas
obligaciones, vinculadas a la responsabilidad de gestión, son un muestrario
interminable de palmaria incapacidad y de inoperancia... de su innegable
autoría. Acaso como si supiera que le llega la
noche dentro de poquito tiempo, insiste y se enoja con los que dicen que la Argentina no tiene
ninguna afectación por los problemas del exterior. Claramente prepara su excusa para el día
en que se trague la curva. Pero sólo quiere engañar a los pobres y a los
indigentes, a todos los cuales siempre ha considerado que puede tomarlos por
idiotas. Y se olvida -justamente ella-, que es la
responsable única de haber aislado al país hasta de sus vecinos. Es la artesana
de haber repujado la inocencia plena de cualquier incidencia extranjera. Sabe muy bien que, ella misma, aceptó
que la recua de imbéciles que la rodean le diseñaran su propia trampa. Y no
tiene la menor idea de cómo salir de ella. Necesita urgentemente un conjunto de
culpables. Ya tiene dos o tres adentro. Ahora debe convertirse en víctima del
mundo. Todo, absolutamente todo lo que ocurre y
lo gravísimo que ha de ocurrir, es exclusiva cuestión de su antojo y de su
desastrosa voluntad. Casi como una especie de operaria de una
mina subterránea a la que se le cortó la luz, avanza en la oscuridad a los
tumbos, pegando con un palo a diestra y siniestra. Ella ignora por completo lo que ocurrirá
en sus próximos pasos. Y mucho menos sabe lo que le puede pasar al día
siguiente. Lo más grave es que le importa un bledo
no saberlo. El horizonte visual de su gobierno... ni siquiera llega a las 24
horas. Una gran irresponsabilidad e imprevisión
con 9 años de papar moscas. A muchos les llegará ya demasiado tarde, la noticia
sobre que en verdad, era una simple aventurera. Pero no está muy lejos de
saberse. Una suerte cómplice e inaudita la ha acompañado ya demasiado tiempo. Supongamos por un instante que, un día
de estos, ocurre en el país una catástrofe de cierta magnitud. Digamos por
ejemplo un terremoto, una epidemia o una contaminación generalizada. Ni
hablemos de algún accidente nuclear muy grave, por el lamentable estado de
mantenimiento de nuestras precarias centrales atómicas. Lo primero que uno se imagina es que, si
se presenta en la Argentina
alguna tragedia de esta naturaleza, entonces sin ninguna duda, estamos fritos.
Ella muda, como en todas las catástrofes se iría a recluir a su palacio
patagónico y se lavaría las manos. En muy pocas horas, todo sería un caos. La
terrible precariedad de los medios sanitarios y la fulminación del
planeamiento, mostraría un gobierno que se mueve "a vela" y que sólo
navega si tiene viento a favor. Sin esas condiciones anda al garete. Sin duda, las zonas afectadas por la
calamidad se convertirían muy pronto en formidables focos sépticos. Todos los
territorios adyacentes empezarían a contaminarse por las pestes que ocurren
cuando queda, en el escenario, un cementerio a cielo abierto. ¿Creemos que esto
no puede pasar aquí? Tal como lo ha hecho con la masacre de
Once y con las miles de vidas que se pierden por año por su absoluta
responsabilidad, pondría a varios personajes sobre la "parrilla". No
pudiendo mandar a fusilar a ningún sismólogo, entonces buscaría culpables entre
los médicos e incluso entre los rescatistas. O quizás disponga que debe movilizarse a
todo el ejército y descubra entonces (ya muy tarde), que los vehículos no
tienen mantenimiento ni combustible, que los helicópteros no funcionan, que
todos los pontones de emergencia están arrumbados, que la logística ha
colapsado y que los medios operativos necesarios son todos del año '40. Que varios de los barcos flotan a la
deriva en los puertos africanos con su bandera hecha un andrajo, y que no hay
nada ni nadie a sus órdenes. Como una verdadera sátrapa, se
sorprenderá mucho cuando vea que los medicamentos para emergencias no existen
en ningún hospital gracias a su egregio inquisidor de las importaciones. Ni
siquiera para atender los casos de las urgencias cotidianas. Que los enfermeros y los médicos están
expulsados de los hospitales, no disponiéndose de personal con experiencia. Que
Chávez y Fidel ya no le envían ayuda inmediata porque están enfrascados en
salvar sus vidas. Que las empresas que pueden ayudar
fueron ahuyentadas del país, que no existe ya ninguna capacidad de alojamiento
sanitario en ningún lugar del territorio, que no hay ambulancias para usar o
que, las que tenemos, son a gas y que -
por lo tanto -, no sirven. Que no queda otra opción que improvisar
cualquier cosa, por cuanto nada, absolutamente nada, se puede poner en apoyo
del desastre. Sin ninguna duda, en un caso así
podremos descubrir que, en realidad, somos Liberia. Y que el Evo Morales es
Abraham Lincoln. Descubriremos seguramente ese día, a una
multitud de funcionarios asustados y a ella - improvisada hasta los tuétanos -,
mostrándose ignorante de los correctivos y como una vulgar tributaria de la
aventura. Que el país, en realidad, en estos años, no creció un bledo, y que no
se puede encontrar por ningún lado la recuperación. Que todo es absolutamente artificial,
mentido, truchado, falsificado. Que no sirven, en esos casos, ni los
decretos de necesidad y urgencia ni los pedidos plañideros, ni las
convocatorias a todos los partidos políticos a quienes, casualmente, ella jamás
llamó ni siquiera para el mísero protocolo de una democracia formal. Que a pesar de tener una enorme suerte
en todas las carambolas de la vida, a pesar de haber agarrado viento de cola de
chiripa, a pesar de un contexto internacional favorable y a pesar de que nadie
se queja por el salvajismo impositivo, a veces puede llegar un episodio
desastroso que se la lleve puesta y que nos ponga al desnudo de un solo golpe todas
sus trapacerías. Con el mismo odio que se destruyó
Cartago, violando hasta la esencia humana, ella tendrá pues su momento final casi
de epílogo de su vida sobre las ruinas de la República, y todos
podrán verla -al fin-, pidiendo clemencia. Lic. Gustavo Adolfo Bunse |