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El veneno de la épica kirchnerista
Por Marcos Aguinis - 28 de Septiembre, 2012, 1:48, Categoría: Opinión
Las prácticas que se ocultan tras el
relato. Un baúl lleno de palabras seductoras encubre el veneno que contiene la
publicitada épica kirchnerista. La alienación, en gran parte, se consigue
mediante bellos vocablos, como nacional, popular, inclusión, equidad, derechos
humanos, modelo, justicia social, proyecto y otras por el estilo. Equivalen a las que usan y usaron los
autoritarismos de diverso tinte. Basta echar un vistazo a la historia y la
geografía. No hay dictador que no se auto condecore como el "elegido"
de su pueblo. Hasta la dinastía comunista familiar que hubiese puesto los pelos
de punta a Karl Marx -el "progresista gobierno de izquierda" que
hambrea a Corea del Norte- designa al abuelo, padre y nieto "Amado
Líder". Acá, en Argentina, ya tenemos el
"Eternauta" y la "Bella Dama". No hay mucho que esperar
para que también se los llame "Amados", pero antes tendrían que
sacarse de encima a un verdadero Amado, que es Boudou. Cuando Néstor Kirchner accedió a la
presidencia de la República
con el menor número de votos que registre la historia nacional (incluso menos
que Arturo Illia), no se esmeró en ocultar los frascos de veneno que traía bajo
el poncho. Las pócimas que había derramado en Santa Cruz, no le impidieron
apropiarse de la presidencia con toda la fuerza de su cuerpo. Al contrario, esa
ponzoña lo llevó a la consagración. Estaba tan contento que empuñó el bastón de
mando al revés (¿el cielo mandó una alerta?) y pronto se arrojó sobre la multitud
que lo aclamaba hasta herirse la frente con una cámara de TV. De inmediato se
puso a replicar en el ámbito nacional la química que le permitió apropiarse de
toda una provincia. Desde La Plata había vuelto a Río
Gallegos al comenzar la última dictadura militar (¿o un poco antes, cuando el
gobierno de Isabel?). Importaba poco en esa emergencia. Al llegar al Sur olvidó
su militancia y se puso a ejecutar a los pobres diablos que estrangulaba la
circular 1050. El comienzo de su fortuna equivale en su biografía a un bíblico
pecado original. Después conquistó la intendencia, se rodeó de colaboradores a
los que exigía lealtad antes que eficacia, aumentó su fortuna y se dedicó a
conquistar la provincia. Instalado en la Casa de Gobierno, puso en
marcha una política autoritaria desprovista de piedad. Reformó la Constitución para ser
reelegido hasta que él mismo dijese basta. Persiguió a los medios de
comunicación con dientes de lobo para conseguir la supresión de toda crítica.
Amedrentó al Poder Judicial. Pisoteó a la oposición e impuso la identidad entre
Estado y gobierno o -más claro aún- entre Estado, gobierno y él mismo. La
fórmula del omnipotente Luís XIV. Su última proeza fue mandar al exterior e
inscribir a su nombre la impresionante fortuna de varios cientos de millones de
dólares (seiscientos millones) que pertenecían a la provincia. Hasta ahora no
se ha efectuado una transparente rendición de cuentas. No se sabe por dónde
circularon los dólares, cuánto perdieron o ganaron los depósitos. Es un
trayecto tan misterioso como el tenebroso viaje al que fue sometido el cadáver
de Eva Duarte. Cuando Duhalde convocó a elecciones
presidenciales, Kirchner era el gobernador con más dinero para hacer la
campaña. Un sector democrático del país, representado entonces por López Murphy
y Elisa Carrió, no logró unirse en una sola fórmula y Kirchner accedió a un
angosto segundo lugar. Carlos Menem no se atrevió a otra vuelta y Kirchner
quedó elegido. Pero lleno de resentimiento, porque asumía con un anémico porcentaje
de sufragios. No demoró mucho en soltar su
temperamento destructor (de todo menos de su fortuna). Fue desagradecido con
Eduardo Duhalde, que le obsequió los votos e influencias que le permitieron
llegar al segundo sitio en la carrera presidencial. Además, Duhalde ya había
superado lo peor de la crisis desatada en 2001, acompañado por Lavagna, su
eficiente ministro de Economía. Le entregaba un país en marcha, que ascendía
hacia una buena cicatrización de sus heridas. También llegaba un fabuloso viento
de cola. Pero el veneno de la épica kirchnerista
no presta atención a esas minucias. Néstor Kirchner carecía de políticas de
Estado, no le interesaba el beneficio de su país, sino el propio. Desde Santa
Cruz evidenció que su meta, siempre, era saciar su adictiva hambre de poder y
de las fortunas que el poder brinda. En lugar de sentirse un servidor del
pueblo, el pueblo debía servir a sus ambiciones. "El Estado soy yo",
le recordaba un sincero Luís XIV. Sólo cabe mencionar algunos de los daños
que produce su veneno, ahora convertido en epopeya. Conviene empezar por la
ingratitud. Es un instrumento poderoso, porque aterroriza en especial a los
cercanos. No sólo apartó a Duhalde, sino que humilló enseguida a su
vicepresidente Scioli porque se reunía con empresarios. Scioli lo hacía para
poner paños fríos y ayudar, pero no había solicitado permiso. Entonces, sin
anestesia lo despojó de toda otra función que no fuera tocar la campanilla del
Senado. Néstor Kirchner odiaba que algún
ministro, secretario, gobernador o intendente se sintiera seguro, porque le
rebanaba un pedazo de su poder total. No le tembló la mano al echar a Béliz o
desprenderse de Lavagna o sacar de su puesto a cualquiera que se le ocurriese.
Después Cristina Fernández de Kirchner siguió sus enseñanzas (las peores, se
debe consignar), repartiendo guadañazos a diestra y siniestra según sus
cortoplacistas amores y perspectivas. Néstor Kirchner convirtió el
"escrache" en un nuevo recurso político de doma. Desde el atril
señaló a empresarios, empresas, periodistas, sacerdotes, militares, políticos y
otros ciudadanos a los que buscaba someter. La gilada -como el mismo Perón
solía llamar con humorismo a sus seguidores más fanáticos-, se ocupaba después
de convertir la amenaza en un acto concreto. Otro componente notable del veneno
kirchnerista es la prédica del odio. El consejo de Perón en el sentido de que
"para un argentino nada es mejor que otro argentino" fue convertido
en lo opuesto. Gracias a la épica kirchnerista ya no se pueden reunir familias
enteras ni grandes grupos de amigos porque estalla la confrontación. Ahora hay
elegidos y réprobos, progresistas y reaccionarios, izquierda y derecha que ni
pueden dialogar. El oficialismo decide quiénes son unos y otros. Quienes
disienten -cualquiera que fuesen sus méritos-, deben cargar el sambenito
inquisitorial de calificativos degradantes. La corrupción se ha vuelto septicémica.
El modelo consiste en profundizarla. Nada importante se hace para disminuirla.
Desde lo alto se dibuja el camino. Si la yunta presidencial ha conseguido
amasar una fortuna que no se podría fundir en varias generaciones, quienes se
acercan a ella esperan lograr lo mismo, o un poco, aunque sea. Las fuerzas
(¿paramilitares?) de Milagro Sala, provocaron analogías con las Juventudes
Hitlerianas. Estas últimas, sin embargo, por asesinas y despreciables que hayan
sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y
otras locuras. Los actuales paramilitares
kirchneristas, y La Cámpora,
y El Evita, y Tupac Amaru, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han
estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse
poderosos o meter la mano en los bienes de la Nación. Muchos de
los blogueros que se ocuparán de insultar este artículo, lo harán por la rabia
que les produce un desenmascaramiento y el temor de perder sus mal habidos
ingresos. Asombra que tan poca gente (primero Él y
Ella, ahora sólo Ella) haya conseguido armar una tan poderosa legión de
autómatas. Es patético ver cómo gente grande aplaude y sonríe ante el mínimo
gesto que se manda la
Presidente mientras actúa por cadena nacional. Sometió a
millones de argentinos, de los cuales una pequeña porción obtiene beneficios
caudalosos y la mayoría debe conformarse con los subsidios de la mendicidad. En
realidad, la épica kirchnerista no quiere terminar con la pobreza porque
necesita de los votos que se retribuyen por subsidios y otros favores. La reforma de la Constitución es otro
frasquito del veneno -no el último- traído desde Santa Cruz, y que los
traidores de la democracia pretenden hacer beber a la ciudadanía. Pero ¡ojo!:
hay algo peor que la reelección indefinida. Es terminar con el actual y débil
Estado de Derecho. "Ir por todo" requiere una Constitución que
permita a los actuales dueños del poder hacerse del cuerpo y el alma del país.
Hacerse dueños de "todo". Ese es el veneno. Ese es el proyecto. Por Marcos Aguinis
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