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El día de la dignidad
Por Jorge R. Enríquez (*) - 22 de Septiembre, 2012, 20:00, Categoría: Opinión
Nos sorprendió a todos. Aún a quienes
sospechábamos que sería una manifestación importante. Pero la magnitud que tuvo
la protesta del jueves 13 de septiembre constituyó un hecho histórico, que
superó largamente las previsiones de quienes por mail, por Facebook, por Twitter
o por otras redes sociales, convocaban a participar de esa movilización. Podemos prever, a veces, las grandes
tendencias, pero es casi imposible acertar en el corto plazo cuándo cierto fenómeno
masivo se producirá, sobre todo si es inorgánico, si no tiene líderes, si sus
consignas son múltiples, si no hay un hecho específico muy notorio que lo
desencadene. Esta aparición de buena parte de la sociedad
en la escena pública es la punta de un iceberg. No surge de la nada. Hay
corrientes subterráneas que podemos intuir, que incluso podemos cuantificar
como lo hacen las consultoras serias, pero el momento, el modo y la magnitud de
sus manifestaciones tienen siempre algo aleatorio. Fue lo que ocurrió el jueves 13. Cientos de
miles de personas, en la Ciudad
de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza y muchas ciudades del país, salieron
a las calles a protestar. Fue una movilización pacífica, serena, hasta alegre. ¿Cuáles fueron sus reclamos? El gobierno, que
quedó groggy, trató de instalar la idea de que eran unos ricos que protestaban
porque no podían comprar dólares. Esa restricción es, sin duda, arbitraria,
pero es sólo un aspecto menor de las exigencias más generales: Libertad, República,
Justicia Independiente, No a la Corrupción, Seguridad. En
una palabra, Constitución. Claro, todas consignas "destituyentes".
Algunas horas antes se había celebrado el Día del Montonero. El 13 de
septiembre bien podría ser llamado el Día de la Dignidad. La sociedad se está despertando de su
prolongado letargo. No encuentra cómo canalizar positivamente lo que quiere. La
fragmentación y debilidad de los partidos políticos es un obstáculo a la
construcción de una alternativa. Pero rechazar lo malo es una forma de empezar.
Ya llegará un segundo momento, el de la generación de una alternativa
republicana de gobierno, plural, abierta, tolerante, que nos saque del marasmo
y lidere el camino al desarrollo. El gobierno no sale de
su estupor. Sus reacciones a las grandes movilizaciones del jueves 13 fueron
variadas, contradictorias y, en todos los casos, muy poco inteligentes. Primero trataron de
negar lo que sucedía. La cadena casi monopólica de medios oficialistas, tanto
estatales como privados no exhibió las manifestaciones durante las primeras
horas. Se la quiso tapar con un acto de la presidente en San Juan, en la
"nacional y popular" fábrica Lacoste; después, se la mostró
fragmentariamente, con tomas que procuraban relativizar su masividad (algunos
canales mostraban calles poco menos que vacías); se la desnaturalizó con
titulares burdos, vinculados al dólar; y finalmente se la analizó con
"consultores" como el inefable Artemio López o el criptico Ricardo
Foster. Después vinieron las declaraciones de algunos de sus voceros. El Jefe de Gabinete
dijo que los que habían protestado eran quienes sólo pensaban en Miami. Es muy
probable que más del 90% de las personas que salieron a las calles no conozcan
Miami, ni viajen con frecuencia al exterior, como lo hace la alta burguesía
kirchnerista. Ironizó que los manifestantes no habían pisado el pasto, para no
embarrarse. Si fue así, esa gente merece nuestro respeto y admiración. Esa es la Argentina que
necesitamos: la de personas que no pisen el césped de las plazas. Dicho en
términos más amplios, la de personas que cumplan la ley. ¿Cómo puede concebirse
que uno de los más altos funcionarios del país ridiculice a quienes cumplen las
normas y respetan la convivencia civilizada, mientras el propio gobierno
organiza a barras bravas y forma escuadrones partidarios con delincuentes? La señora de Estela de
Carlotto observó, con intención peyorativa, que los manifestantes estaban bien
vestidos. Qué lástima que esta mujer, que debería defender los derechos
humanos, sea hoy un instrumento más de un gobierno corrupto. Demuestra, además,
una supina ignorancia de la realidad y el apego a viejos esquemas perimidos. Salvo los marginales,
hoy las personas, especialmente los jóvenes, se visten de manera similar. ¿Y
qué habría de malo en que estuvieran bien vestidas? Algunos tenían trajes o
sacos, porque salían de sus trabajos. Nadie los llevó en camiones, ni les tomó
lista; nadie fue para que no le sacaran un plan social. Para el Secretario de
Cultura, Jorge Coscia, los manifestantes llevaron a sus mucamas para que
tocaran la cacerola por ellos. Eso no sólo es una falacia que demuestra el
profundo atraso conceptual del gobierno actual, que mira la realidad con las
anteojeras de 1945, sino que es un comentario lesivo a la dignidad de las
mucamas. Se quiere acotar este fenómeno a una expresión de la clase media, a la
que se vitupera. ¡Pero si el 80% de los argentinos se consideran de clase
media! Los que no, lo son aspiran a
serlo. ¿O no saben estos
brutos que una de las mejores cosas que tuvo la Argentina es una vasta
clase media? ¿Cuál es el pecado de ser de clase media? ¿Y ellos de qué clase
son? De la clase de los privilegios y de las fortunas mal habidas. ¿Con qué
autoridad moral juzgan a quienes piden libertad, República, división de
poderes, honestidad? Los argumentos
oficialistas contra la movilización, además de ser invectivas "ad
hominem" (insultos como "bien vestidos", "respetuosos de la
ley", "prolijos", "de clase media"), trataron de
criticarla desde otros ángulos. Se dijo que había sido
organizada por los grandes medios "monopólicos", cuando los propios
medios independientes nada habían informado sobre la convocatoria, salvo
marginalmente. La horizontalidad de la iniciativa es algo que resulta
inimaginable en un sistema regimentado, en cuyas marchas se toma lista. Se dijo que era
"política", como si este adjetivo fuera una mala palabra, justo en un
gobierno que se jacta (falsamente) de haber recuperado la política. Y claro que
lo fue. Política, no partidaria. Porque es político, en su más alto sentido, el
reclamo de libertad, de República, de Constitución, de federalismo, de decencia
en el ejercicio de la función pública. ¡Cómo no van a ser políticas esas
demandas, que hacen a la esencia misma de la "polis"! Se llegó a decir que
había sido "violenta", llena de "odio", siendo que se trató
de una fiesta cívica pacífica y familiar. El insólito Coscia sostuvo que el
kirchnerismo sabía "ganar" la calle y que no permitiría que la
tocaran a Cristina. Nadie pretende tocar a
la señora de Kirchner. Y quienes marcharon el jueves 13 no quisieron
"ganar" la calle, porque ni la calle ni la Plaza de Mayo les pertenecen
a nadie en particular. Manifestarse en el espacio público, en forma pacífica y
festiva, no es ganar la calle. Es ejercer un derecho constitucional, cuyo libre
desarrollo no es una concesión graciosa del príncipe o, en este caso de la
princesa. Se dijo, asimismo, que
la marcha no era espontánea. Si por espontáneo se entiende algo que se les
ocurre a cientos de miles de personas al mismo tiempo, se trata de un fenómeno
muy raro, que se verifica pocas veces, y sólo luego de algún acontecimiento
específico que lo desencadene. Pero la manifestación
fue espontánea en cuanto no tuvo un órgano formal que la convocara, no tuvo organización,
no tuvo líderes, no hubo discursos, y se fue generando de un modo absolutamente
libre. La sociedad argentina
está en estado de alerta. Ha señalado con contundencia que no tolerará la
profundización del autoritarismo. La protesta no tiene padres. Ojalá que tenga
muchos hijos! Por Dr. Jorge R. Enríquez (*) (*) El autor es abogado y periodista Viernes, 21 de septiembre de 2012 twitter: @enriquezjorge
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