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La Argentina del miedo
Por Nelson Castro - 10 de Septiembre, 2012, 0:49, Categoría: Opinión
Amenazas oficiales para casi todos. Peralta se sumó a la lista de gobernadores
maltratados por el poder central. Aprietes a Techint. Temor vs. respeto. Primero le tocó a Daniel Scioli con su
periplo mendicante a fin de que el Gobierno le diera los fondos para pagar el
medio aguinaldo. Luego le llegó el turno a Mauricio Macri y el problema fueron
los subtes. A continuación, el blanco fue José Manuel de la Sota a causa de la disputa
con la Anses
por los fondos que le debía girar a Córdoba para el pago de las jubilaciones.
Ahora le llegó la hora a Daniel Peralta, el gobernador santacruceño. Santa Cruz representa el ejemplo del
“modelo” creado y manejado por los Kirchner: una provincia endeudada, con gran
injerencia del Estado en la economía, un manejo político feudal y abundancia
del capitalismo de amigos. A eso llama el kirchnerismo un modelo “exitoso”. Desde que Néstor Kirchner dejó la
comarca para acceder a la presidencia, ningún gobernador pudo hacer allí pie firme.
El primero que sufrió eso en carne propia fue Sergio Acevedo, que supo ser
titular de la SIDE
en los días en que Kirchner hablaba de la transversalidad, quien el 16 de marzo
de 2006 debió renunciar cuando se negó a ser un títere del entonces presidente.
A Acevedo lo sucedió su vice, Carlos Sancho, que sí aceptó ser un títere del
Gobierno central. Tras Sancho llegó Peralta. Su actual gestión ya arrancó mal cuando
los representantes de La
Cámpora en la
Legislatura provincial se le pusieron en contra. Los que
conocen la política de Santa Cruz lo tomaron como lo que era: un alerta. Ahora
todo está claro. La
Presidente ya no lo quiere más. Exige ahí a alguien de La Cámpora. La pregunta
entonces es: ¿aguantará Peralta? A diferencia de alguno de sus predecesores, el
gobernador parece dispuesto a resistir. Así que deberá prepararse para
aguantarse algún aviso propagandístico denostando su gestión, producido por
orden del Gobierno y emitido en Fútbol para Todos. El episodio dejó al desnudo la aceitada
maquinaria de una operación en la que se utilizó el multimedios oficial y
paraoficial, que dio aire a la denuncia acerca de la existencia de una red de
espionaje montada desde la
Gobernación para efectuar tareas de seguimiento a la Presidente con fines
desconocidos, lo que suena a mucha fantasía. Para su proyecto de permanencia y
descendencia política, Fernández de Kirchner necesita que La Cámpora comience a hacerse
de alguna gestión provincial a fin de que, con los recursos del Estado,
construya poder. Ese es el plan, y Santa Cruz sería ideal como punta de lanza.
¡Qué mejor que un feudo que se maneja desde la Rosada! En los “Aló Presidenta” de la semana, se
avanzó un poco más en el camino hacia el chavismo que el Gobierno viene
desandando con prisa y sin pausa. Se repitieron conductas que forman parte de
una planificación a la que contribuyen las más de cien personas que trabajan en
la Secretaría
de Medios. Así, las largas actuaciones de Fernández de Kirchner tienen cada vez
más de perorata que de anuncios concretos, en la que se mezcla información
cierta con información errónea, y en la que se emiten afirmaciones que no son
verdaderas. No es verdad la afirmación de la Presidente de que los
medios no reflejan las buenas noticias que ella proporciona en sus apariciones.
No es verdad que no utiliza la cadena nacional para ventilar aspectos de su
vida personal o familiar. En realidad, para aspectos de su vida personal o
familiar, no sólo utiliza la cadena nacional sino también los recursos del
Estado. Esto, en realidad, no es de ahora sino que ya ocurría en tiempos en que
Kirchner era presidente. Por otra parte, la Presidente utiliza la
cadena nacional para vilipendiar al que piensa distinto, para amedrentarlo y
para avisarle que lo ha mandado a investigar por la Gestafip. Hay que reconocerle a Fernández de
Kirchner que en esta tarea tanto de acumulación de poder, así como también de
búsqueda del poder “eterno”, viene siendo ayudada eficazmente por sectores de
la oposición que todos los días demuestran estar en cualquier cosa. El Gobierno
hasta se divierte viendo cómo con cada una de sus iniciativas divide a sus
opositores y los mete en un laberinto en el que dejan al desnudo su confusión.
El proyecto de habilitar el voto a partir de los 16 años, es el último capítulo
que ha demostrado la vigencia de esa penosa realidad. En la semana hubo, además, dos
afirmaciones que resumen el concepto de poder con el que la Presidente lleva
adelante su gestión. Por su contundencia y por su significado presente y
futuro, es imprescindible no olvidarlas. La primera de esas definiciones la dio
el viceministro de Economía en 6,7,8, el esquicio oficialista con aires
“goebbelianos”. Dijo allí Kicillof: “Habría que bajar el precio de la chapa y
fundir al señor Rocca, pero no lo vamos a hacer, aunque habló mal de nosotros”. Es claro, pues, que para el Gobierno
cualquier crítica es pecado mortal. Esta definición, además de ser imprudente
–qué empresario extranjero o local estará atraído a invertir su dinero en un
país en donde un funcionario amenaza con fundirlo–, denota un pensamiento
propio de un régimen totalitario. Seguramente habrá cosas para objetarle a
Techint, pero si Paolo Rocca no hubiera osado criticar aspectos de la política
económica no padecería hoy la ira oficial. El otro concepto lo dio la Presidente cuando dijo
que “hay que temerle a Dios y un poquito a mí”. No está claro si se
quiso equiparar a Dios, pero que haya habido funcionarios que aplaudieron
jocosamente esta advertencia, es patético. No hay registro de que en un acto en la Casa Rosada,
funcionarios festejen el estar bajo la dominación del miedo hacia quien
desempeña la primera magistratura del país. En la Argentina, miles de
personas dieron sus vidas detrás del ideal de un país en donde la libre
expresión del pensamiento fuera un derecho absoluto. Por ello es que resulta
increíble escuchar a la
Presidente, que se dice un adalid del pensamiento
progresista, ufanarse de que le teman “un poquito”. Se les teme a los
dictadores; se les teme a los déspotas; se les teme a los tiranos. En cambio, a
los verdaderos estadistas se los respeta. La Argentina del miedo a
expresar un pensamiento distinto al del Gobierno no es ya un eventual riesgo
del futuro, sino una penosa e inquietante constatación del presente. Por Nelson Castro |