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Origen de la inflación en Argentina: El Peronismo
Por Roberto J. Wilkinson - 9 de Septiembre, 2012, 2:12, Categoría: Peronismo: régimen, caída e historia
La Historia del peronismo. La obsecuencia (1952-1955) (Planeta) Cuando Perón
tomó las riendas de su segundo período presidencial, el panorama económico
distaba de ofrecer las halagüeñas perspectivas que alfombraron sus pasos
iniciales como gobernante. La inflación, un fenómeno antes desconocido en el
país y que había estallado precisamente durante su primer mandato, se
agigantaba hasta constituirse en el principal motivo de preocupación para el
equipo de economistas de su gabinete. "No todas
eran rosas en el huerto del Señor -admitió Alfredo Gómez Morales, que fuera
ministro de Finanzas-; los problemas se sucedían sin pausa y faltaban
soluciones. Lo que más nos obsesionaba era librarnos del fantasma de la
inflación." Como los de mi edad recordarán, Gómez Morales había
capitaneado el equipo encargado de corregir los errores de Miguel Miranda, el
mago de las finanzas que en los dos primeros años de gobierno fue el taumaturgo
de una ilusión que prometía a los argentinos un gran standard de vida en
incesante aumento. Según el economista Carlos García Martínez, "ese
período, que naufragó en 1948, se caracterizó por su fe en creer que los
decretos y las disposiciones tienen la facultad mágica de crear la riqueza y el
bienestar social casi de un día para el otro". Miranda apostó
a la industrialización acelerada y a la tercera guerra mundial. Diego Luis
Molinari, embajador viajero, reforzaba este error con una sentencia: "La
posguerra no durará seis años". En los tramos de la contienda mundial
anteriores al golpe de 1943, el ejército había lanzado críticas contra Raúl
Prebisch, entonces gerente general del Banco Central, por no haber invertido
parte de las reservas en comprar abastecimiento para superar un período tan
crítico. Prebisch explicaba entonces que es muy difícil adivinar el estallido
de una guerra y, por otra parte, conviene más ahorrar divisas que gastarlas. La estrategia
de Miranda fue diametralmente opuesta a la de Prebisch: con los 1.600 millones
de dólares que el país disponía, se compraron los ferrocarriles y casi todas
las empresas de servicios públicos que estaban en manos extranjeras. Repatriar
empréstitos significó una hemorragia de 800 millones de dólares. Miranda
adquirió además maquinarias, equipos industriales y material de guerra para
reequipar a las Fuerzas Armadas. A la vez guardó en los silos dos cosechas de
maíz y lino, porque las ofertas europeas no pagaban precios convenientes. Pero
el Plan Marshall inundó a los pueblos del Viejo Mundo con trigo y maíz
regalado. "Y hubo que tragarse el cereal que teníamos guardado", se
lamentó siempre Gómez Morales. Para García
Martínez hay un punto de partida preciso: "La inflación -dice-,
considerada como fenómeno de naturaleza endémica, comenzó en la Argentina en 1945".
Y lo sostiene con cuadros estadísticos, "donde la magnitud del aumento en
el costo de la vida -señala- surge límpido y claro de esas cifras. Es
suficiente hacer notar que en una década, de 1945 a 1954, el costo de
vida experimentó un alza superior al 500 por ciento, mucho mayor que el habido
entre 1914 y el quinquenio 1940-44". Carlos F. Díaz Alejandro observa, a
su vez, que "la tasa de inflación en la Argentina se despegó de
la tasa de Estados Unidos y Europa occidental a partir de 1949". Y Juan
Carlos de Pablo lo explica claramente cuando señala: "Durante la primera
mitad de la década del 40, la
Argentina sufrió un proceso inflacionario al igual que muchos
otros países. La diferencia fue que a partir de 1948 la inflación desaparece en
el resto del mundo desarrollado, pero no en nuestro país. Desde ese
momento la inflación es de origen nacional. Y esa inflación neutralizó
cualquier aumento de salarios que el gobierno decretaba con suma facilidad. En
1952, el nivel del salario real de un peón industrial bajó el 25 por ciento con
relación a 1948. Para un obrero especializado, el descenso fue del 30 por
ciento. Era la contrapartida de la euforia 1946-48, cuando el ingreso nacional
creció un 26 por ciento. Una visión de todo el ciclo revela, sin embargo, que
1946-52 estuvo caracterizado principalmente por la existencia de una ocupación
plena. Guido Di Tella y Manuel Zymelman analizaron este fenómeno ocupacional:
"El porcentaje de trabajadores empleados en la industria se elevó del 21,3
por ciento en 1945; al 28,3 en 1949 y cayó al 25,1 en 1952". En el sector
agrario la balanza se inclinó del 34,7 por ciento en 1945 al 25 en 1952. En ese
mismo lapso, la ocupación en servicios se elevó del 44 al 49 por ciento; esto
es "de una rama de ocupación más productiva a otra menos productiva".
Perón apeló al
recurso de otorgar aumentos masivos de salarios, y a la vez fijar precios
máximos en niveles anteriores a dicho incremento general. "El mito de la
omnipotencia estatal -sentencia García Martínez-, se esconde detrás de estos
ingenuos intentos de alcanzar de la mañana a la noche un amplio bienestar por
simples disposiciones gubernamentales." Sin combatir con armas reales el
proceso inflacionario, el gobierno intentó detener su inevitable secuela
inmediata: el alza de los precios. Volvió la batalla contra el agio y la
especulación, iniciada en 1946 con la famosa "campaña de los sesenta
días", la que llevó esta vez a la cárcel a decenas de pequeños comerciantes.
La mayoría de ellos eran almaceneros, a quienes se aplicaron severos castigos
que afectaban tanto sus intereses comerciales como sus derechos civiles. "Hubo
sanciones desmedidas contra nuestros afiliados", se quejarán los
directivos del Centro de Almaceneros. Una lista proporcionada por esa entidad
refleja hasta qué extremo se cumplió la ley contra el agio y la especulación
durante el gobierno peronista, cuyas penas máximas consistían en la clausura
definitiva del negocio, una inhabilitación comercial de seis años a su dueño,
arrestos de noventa días en la cárcel de encausados y las multas
correspondientes. Cuando se trataba de extranjeros (y esto ocurrió
frecuentemente en el caso de los almaceneros, en su mayoría españoles) el
proceso incluía el pedido de aplicación de la ley 4144, de residencia. Entre los
casos más famosos de aquellas campañas se cuenta el de José Bello, cuyo negocio
instalado en Bacacay 3500, del barrio de Floresta, fue clausurado
definitivamente "por vender queso de rallar a 8 pesos con 70 centavos,
precio correspondiente al doble crema, en lugar de ofrecerlo a 8 pesos como
corresponde". Bello debió
pagar 30.000 pesos, cumplir tres meses de encierro en Villa Devoto y estuvo a
punto de ser deportado a España. Lo mismo le ocurrió a su compatriota Mariano
Gómez, instalado en Arenales 3002, "por haber confundido los precios de
las yerbas Cruz de Malta y Flor de Lys". Una diferencia de 35 centavos en
el precio de los quesos gruyére y roquefort costó a José Manuel Martínez, de
Tucumán 400, una multa de 100.000 pesos, y el exceso de 15 centavos en una
porción de medio kilogramo de dulce de membrillo determinó a José Antonio
Taborcias, de Nazarre 2800, la pérdida de su carta de ciudadanía y una sanción
de 50.000 pesos. Plan de emergencia - "El período 1946-51 fue pródigo en realizaciones y
parecía que la prosperidad creada por el gobierno era virtualmente
inextinguible. Se vivía una euforia en la que se sobrestimaban los recursos del
país y se subestimaban los problemas. Esto no permitió ver la situación
económica en su real dimensión, en la que factores externos e internos
precipitaron una crisis", explicó Antonio E. Cafiero, el ministro más
joven del gabinete y también el mejor dispuesto a poner en marcha un plan de
estabilización y desarrollo, para sacar al país de la crisis que comenzaba a
ahogarlo al iniciarse la segunda Presidencia. Cafiero llegó al gabinete por
sugerencia del canciller Jerónimo Remorino, para reemplazar a Roberto Ares en
la cartera de Comercio Exterior. [...] Los
factores de perturbación que, según Cafiero, precipitaron la crisis en 1952,
serían estos: "El Plan Marshall, la pérdida del poder adquisitivo de
nuestras divisas, la inconvertibilidad de la libra esterlina y la conferencia
internacional de materias primas (que impedía la suba de nuestros precios),
entre los factores externos. A ellos se sumaron dos sequías de magnitud no
conocida en el país, las que arruinaron dos cosechas completas, las de 1949-50
y 1951-52. Y cuando yo llegué al gabinete, en 1952, me encontré con un plan
económico que Perón había puesto en vigencia en febrero de ese año, con medidas
destinadas a conjurar la crisis. Esta se verificaba a través de un pronunciado
déficit en la balanza de pagos y una inflación de caracteres muy agudos, que no
iba acompañada de un crecimiento proporcional de la riqueza". La explicación de Cafiero - Todos esos factores existieron, pero también es cierto
que la política económica implementada en 1946, había sido la gran causante de
la crisis que hubo que empezar a corregir en 1949 hasta desembocar en el plan
económico de 1952. La aplicación del mismo sería luego explicada en el libro
que Cafiero publicó en 1961, donde dice lo siguiente: "Las medidas de
emergencia adoptadas, se dirigieron fundamentalmente a propiciar una conciencia
popular de austeridad en los consumos, fomento del ahorro y aumento de la
productividad general. Campeó en su
planteo el firme convencimiento de las autoridades, de que sin la colaboración
del pueblo era inútil esgrimir fórmulas salvadoras. Correspondía a la población
asumir la decisión de aceptar los sacrificios que imponía la situación y
consolidar con ello la independencia económica y la justicia social consagrada
por la acción del peronismo, o bien, abandonar toda aspiración de desarrollo progresista
y retroceder a los tiempos de la colonia económica". Entre esas medidas de
emergencia figuraban, por ejemplo, la restricción de la faena de animales que
no habían llegado a su madurez: el destino de una matanza semanal a las cámaras
frigoríficas para exportación, y la prohibición del consumo de carne en hoteles
y restaurantes en esos mismos días. Para compensar
el fracaso de la cosecha de trigo, fue sustituida la importación necesaria con
una mezcla de mijo y centeno, que hizo desaparecer de la mesa familiar el
clásico pan blanco. El que se comía, era de color gris oscuro, llamado
simplemente negro. Dr. Roberto J.
Wilkinson Fuente: ln20010603planeta |