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Heredero se busca
Por Alfredo Leuco - 2 de Septiembre, 2012, 18:27, Categoría: Opinión
Un estilo de liderazgo que aborta la gestación de
sucesores. El riesgo de elogiar o condenar por conveniencia. ¿Por
qué Cristina fracasó en el parto de su propia herencia política? ¿Cuál es el
límite del pragmatismo radicalizado carente de ideología de un gobierno que
fuga hacia delante como un ejercicio de autodefensa? La muerte de Néstor Kirchner
destruyó el plan original de operaciones. Aquel día también sepultaron el
célebre esquema del “4x4” para completar 16 años de kirchnerismo matrimonial. Ese
agujero negro desnudó que en la virtud del tipo de construcción del liderazgo
patagónico, también estaba su defecto. Concentran tanto el poder que no lo
pueden transferir. Ningún sumiso colaborador puede suceder a una mano de
hierro. No hay nadie tan bueno como ellos para merecer semejante regalo. El
vacío de autoridad presidencial que dejó Fernando de la Rúa, generó la demanda social
de un gobierno fuerte y para eso los Kirchner son mandados a hacer. Son
especialistas en verticalismo, y ése es el costado más peronista que tienen.
Usan y abusan del poder sin culpas y venden su autoritarismo como la única
forma de subordinar a las corporaciones. Y
algo, o bastante, de razón tuvieron, a juzgar por el éxito. Jamás desde 1983 a la fecha hubo una
persona tan poderosa como Cristina Fernández de Kirchner. Sus órdenes son
deseos para la mayoría del país organizado, con excepción de un sector del
sindicalismo y del periodismo. Al resto de las entidades lograron domesticarlas
y hacerlas bailar al ritmo de su música. Les marcan la agenda: YFP, Ciccone,
voto a los 16. Y ante hechos del mismo contenido, ellos se encargan de bendecir
a los buenos y de perseguir a los malos sin que se les caiga la cara de
vergüenza. Hay
ejemplos todos los días y en todos los planos. Si las protestas combativas le
toman las escuelas y las calles a Macri, Scioli o De la Sota, es parte de la lucha
por la liberación y de la necesaria politización que debe empezar en el jardín
de infantes, como los pioneros cubanos, diría Hebe Bonafini. Sólo falta que, en
lugar de saludar con el tradicional “Seremos como el Che” de la isla, griten:
“Seremos como El”. Si
los que hacen un acampe frente al ministerio de Alicia K o cortan la Panamericana, son
trabajadores desocupados que reclaman indignados por la miseria que cobran de
los planes y por la discriminación humillante a la que son sometidos porque
tienen la mala suerte de vivir en municipios opositores, en ese caso aparece la Gendarmería para
reprimir con un Rambo llamado Sergio Berni a la cabeza. Esos
militantes pasan a ser “irracionales”, manipulados tanto por Hermes Binner como
por Jesús Cariglino, como si ese concubinato ideológico fuera posible. “Esta
protesta tiene contenido político”, decreta Berni por decisión de Cristina K. Y
lanza los perros, los carros hidrantes y los aprietes. La Cámpora con los docentes kirchneristas porteños dicen
que “Macri es la dictadura” y se proclaman censurados. La buena política es la
que hacen los del palo contra Macri. Y la mala política es la que los
piqueteros hacen contra Cristina K. Está clarito. Los integrantes de Barrios de
Pie y la Corriente
Clasista y Combativa, entre otros, estuvieron veinte horas en
Campo de Mayo, uno de los lugares más tenebrosos del terrorismo de Estado. Se
pueden invertir los protagonistas y la farsa aparece claramente. ¿Qué
hubieran dicho los cristinistas si Macri, Scioli o De la Sota hubieran detenido
durante toda una noche a los dirigentes docentes en un cuartel, ícono del
genocidio? Ni
qué hablar si el tenebroso proyecto X lo hubiese piloteado el Fino Palacios o
la ley antiterrorista (verdadera afrenta a los desaparecidos), hubiese sido
motorizada por Ricardo Casal. Que
los mismos valores sean adorados o condenados de acuerdo con quién los encarne,
es un motor de fracturas sociales muy profundas. Genera insurrección moral. Lo
que hacen los míos siempre es legal y revolucionario. Y lo que hacen los tuyos
siempre es ilegal y golpista. Esa irracionalidad es un terreno fértil para la
violencia. Una
unidad básica del barrio del Once, esta semana, pintó amenazante en las
paredes: “Si la tocan a Cristina, hay justicia popular”. ¿Qué es justicia
popular para los muchachos camporistas? ¿Por qué “popular” y no simplemente
“justicia”, como para que haya igualdad ante la ley? Son
blindajes dogmáticos muy peligrosos heredados de lo peor de los 70. En aquella
época, justicia popular era una forma de justificar los asesinatos. Ajusticiar
a alguien era convertirse en ejecutor de los deseos más profundos del pueblo.
Luz roja de alerta para estas locuras. Porque entre los enemigos irracionales
del cristinismo hay mentes minúsculas que también creen que el revanchismo y la
justicia por mano propia es “su” justicia popular. Ya comprobamos dolorosamente
que con el ojo por ojo terminamos todos ciegos. Deberían
tener cuidado a la hora de glorificar mecanismos suicidas y antidemocráticos
desde el poder. Una cosa es condenar la teoría de los dos demonios, porque
efectivamente no se puede comparar ni igualar las dimensiones del terrorismo
del Estado con el foquismo criminal. Está claro: no hubo dos demonios. Pero
tampoco hubo un demonio y un ángel, como muchos dinosaurios montoneros quieren
autocelebrar. Por
eso pasan cosas absurdas. Cristina K acusa de lo que la acusan. Habla de
prácticas totalitarias, de los que quieren un país fascista y del estalinismo
que amordaza cuando es precisamente lo que gran parte de la oposición viene
denunciando respecto de su gobierno. En esta columna, el domingo pasado se hizo
un llamado para que el debate político renunciara a utilizar esos términos que
siempre se pronuncian con el dedo en el gatillo y olor a pólvora. No es un
gobierno fascista el de Cristina ni el de Macri. Y no son golpistas los que
critican duramente a esos dirigentes. Un país más justo no debe obligar a nadie
a vivir de rodillas. Salvo a los golpistas y corruptos de verdad. El
sectarismo, el castigo implacable hacia la propia tropa, el personalismo
absoluto que no permite que se desarrollen otros dirigentes, el temor que
genera la mínima disidencia interna y la falta de rebeldía de los que viven de
un sueldo de funcionario, sirvieron para conducir con autoridad. Cristina K se
aferró con fuerza al timón y eso le dio buenos resultados. Los
que se atrevieron a opinar distinto fueron arrojados por la ventana. Y esa
señal, en lugar de regar la tierra para que florezcan mil flores, fue como
pisar todos los brotes. De
ningún obediente salen los nuevos liderazgos. De ningún esclavo surge el
heredero K. Ese lugar está vacante. Es el principal fracaso de Cristina
Fernández de Kirchner. Por Alfredo Leuco |