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Origen y evolución del idioma español – Parte 3, final
Por Armando Maronese - 31 de Agosto, 2012, 14:31, Categoría: Gramática - Idioma
El particularismo lingüístico rioplatense - El 24 de febrero de 1946, Juan Domingo Perón obtuvo un rotundo triunfo en las urnas. El 56 por ciento de los electores votó su candidatura presidencial. En los mítines, Perón no trataba a los adversarios políticos de tontos y desgraciados, que hubiera sido lo razonable, sino de pastenacas y chantapufis, o sea, lo mismo dicho en alguna de esas jergas porteñas tan comunes entonces. Los opositores políticos eran unos
contreras y quienes apoyaban al peronismo, los grasas. Fórmulas de indudable
éxito que entonces lo podían llevar a uno a la Casa Rosada. Los
peronistas veían en ellas la expresión popular, desgarrada y arrogante de un
líder al estilo de los viejos caudillos criollos. A poco de ganar las
elecciones, en la paredes de Buenos Aires aparecían pintadas como "Le
ganamo a lo dotore". Los doctores eran, como puede suponerse, gente poco
peronista y poco amiga de la grasa. En sí misma, la oratoria peronista
no era nueva. Seguía una tradición muy antigua y muy arraigada en el Plata, una
especie de plebeyismo lingüístico que consistía en ganarse la voluntad de las
masas procurando hablar como hablaban ellas. Había algo de artificio en el procedimiento,
pero era útil. El peronismo debió su éxito propagandístico a estos particulares
usos (en la parte que le corresponde). Igual que en la campaña presidencial de
Eisenhower, en 1952, se ganaban las presidenciales con el lema "I like Ike",
en la Argentina
de los años cuarenta, un chantapufi o una tratativa (negociación) bien puestos,
le venían muy bien al político populista. En esto, no habían cambiado mucho
las costumbres argentinas típicas del siglo XIX. Sarmiento describió así el
país: "Había, antes de 1810, en la República Argentina
dos sociedades distintas, rivales e incompatibles, dos civilizaciones diversas:
una, española, europea, culta, y la otra bárbara, americana, casi indígena; y
la revolución de las ciudades sólo iba a servir de causa, de móvil, para que
estas dos maneras distintas de ser de un pueblo se pusiesen en presencia una de
otra, se acometiesen y, después de largos años de luchas, la una absorbiese a
la otra". La primera sociedad solía integrar el partido unitario y la
segunda, el federal. El unitario se distinguía por sus
modales finos, su comportamiento ceremonioso, sus ademanes pomposamente cultos
y su lenguaje altisonante y lleno de expresiones librescas. Para los unitarios,
los federales eran unos gauchos o jiferos, o sea, unos bárbaros. Para los
federales, los unitarios eran unos cajetillas, o sea, unos afeminados. El
político federal Juan Manuel Rosas advirtió que podía atraerse las simpatías de
la gente del pueblo, y ejercer su influencia sobre ella, precisamente hablando
como un gaucho. Y así lo hizo. El escritor Lucio V. Mansilla
recuerda que aquellos años el lenguaje se pervirtió y circulaban "vocablos
nuevos, ásperos, acres, no usados". Curiosamente, a pesar de su gusto
confesado por las clases populares, el desprecio de los federales por los
indígenas era absoluto. Los consideraban salvajes. No se tomaron el trabajo de
asimilarlos y, por la vía militar, los fueron eliminando o provocaron su huida
hacia otras zonas. De modo que el problema lingüístico que el indigenismo
hubiera podido crear a la nueva república -buena parte del cual se lo habían
planteado los misioneros españoles de antaño-, desapareció por tan expeditivo y
violento método. El plebeyismo idiomático
reapareció en los años presidenciales de Nicolás Avellaneda, en 1880, cuando se
produjo la revolución de Carlos Tejedor. En la llamada "resistencia"
de Buenos Aires, el fervor localista fue tan grande que en los cuarteles, según
Ernesto Quesada, testigo de los hechos, "convivió la juventud patricia con
el compadraje y la chusma, tropa y oficialidad fraternizábamos y se establecía,
como vínculo democrático común, el de un término medio equidistante en
indumentaria y lenguaje". Según el propio Quesada, la circunstancia ayudó
a que en el habla diaria se imitara el rasgo popular, haciéndolo
deliberadamente caló y descuidado, pues había que demostrar que se era parte
del pueblo y se exageraban los rasgos lingüísticos atribuidos a eso, al pueblo.
Entonces se cantaban coplas como ésta: El castellano me esgunfia, no me cabe otro batir que cantar la copla en lunfa porque es mi forma é sentir. Esgunfiar viene del italiano
sgonfiare, "desinflar, desanimar", y la lunfa es el lunfardo, una
jerga que apareció en los barrios bajos bonaerenses y cuyas expresiones son una
mezcla complicada de italianismos, galicismos, anglicismos y lusismos, todo
revuelto, y que se difundió por conventillos (casas de vecindad) ,
piringundines (verbenas) y ambientes del hampa. Las letras de los tangos se
nutren de ella. En el barrio bonaerense de la Boca, como consecuencia del gran número de
inmigrantes que entraron en Argentina desde 1857 -unos quince mil al año hasta
1946-, se gestó otra jerga italohispana: el cocoliche. Esta jerga ha tenido
menos fama que el lunfardo, porque para este último, dado el anhelo que sentían
algunos argentinos por diferenciarse lingüísticamente, no ha faltado quienes lo
definían como "el genuino lenguaje porteño", consideración
evidentemente exagerada. De aquellos días data el desaire
que Juan María Gutiérrez le hizo a la Real Academia. En 1879, los ilusos académicos
creían que le hacían un honor nombrándolo miembro correspondiente de la docta
casa. Gutiérrez destapó su argentinismo contestándoles que podían esperar
sentados, porque no aceptaba tamaño honor. Es más, ¿Qué podía ofrecer él, un
bonaerense, a una academia española? Para Gutiérrez, el habla de Buenos Aires
estaba en constante efervescencia gracias a la aportación de los dialectos
italianos, del catalán, del gallego, del galés, del francés y del inglés -se
conoce que allí no se hablaba nada llegado, por ejemplo, de La Mancha-, y todas esas
voces "cosmopolitizaban", con palabras de Gutiérrez, la tonada
bonaerense. Era inútil pretender fijar tales corrientes según moldes
académicos; por lo menos él no se sentía con ánimos. Su amigo Juan Bautista
Alberdi, daba entonces la siguiente recomendación: igual que Dante (observen:
otro italiano), en su día llevó la lengua hablada en Florencia a los inmortales
versos de la Divina
comedia, los escritores porteños debían reflejar en su prosa el castellano
modificado que se hablaba en Buenos Aires, en vez de tener la vista puesta en
los diccionarios que venían de Madrid. Otros autores, como Rafael Obligado o
Alberto del Solar, no pensaban así y defendían el valor de una lengua común,
sin casticismos que la interrumpieran. El caso es que polémicas de este
tenor, se han prolongado hasta mediados del siglo XX. El día que a Américo
Castro se le ocurrió escribir un libro, poniendo el grito en el cielo sobre lo
particulares y descuidados que eran los argentinos al hablar, y previendo que
de seguir así se iban a apartar de la corriente hispánica general –transcurría
el año 1941-, Jorge Luís Borges le contestó, en un artículo titulado "Las
alarmas del doctor Américo Castro", lo siguiente: "En cada una de sus
páginas abunda en supersticiones convencionales [...]. A la errónea y mínima
erudición, el doctor Castro añade el infatigable ejercicio de la zalamería, de
la prosa rimada y del terrorismo". Pero Castro no estaba entonces tan
descaminado: que se sepa, la única voz que en las altas instancias idiomáticas
ha defendido alguna vez el "derecho a la incorrección" predicaba, no
por casualidad, desde la
Academia Argentina en el año 1943. Las altas instancias porteñas no
dejaban de ser sorprendentes: un locutor de radio, cuyo mérito dicen que era la
verborrea, llegó a alto cargo del Ministerio de Educación. Una vez allí, seguía
hablando como si estuviera delante de los micrófonos con finezas como utensillo
(en vez de utensilio), áccido (en vez de ácido), dejenmelón (en vez de
déjenmelo), sientensén (en vez de siéntense) y cumpleaño, rompecabeza, "es
usted un héroe, señorita", etc., etc.; visto lo visto, el académico Luís
Alfonso habló sobre la conveniencia de estudiar el idioma para quienes tenían
responsabilidades en cargos públicos, a lo que el aludido contestó: "No es
urgente hacerlo. Total, el idioma no va a desaparecer por dejar de
estudiarlo". El desgarro idiomático argentino,
junto a la manía de una lengua nacional apartada de la norma común española,
cedieron y con ello, el último frente de unas guerras idiomáticas que se habían
iniciado en los albores de la independencia americana. Hecho el balance,
resulta que Argentina no sólo ha dado extraordinarios escritores antiguos y
modernos, -incluso en pleno fervor separatista dio figuras como Domingo
Faustino Sarmiento o Estanislao del Campo-, sino que desde mediados del siglo XX
se iba a convertir en un foco editorial importante, cuyas publicaciones se han
distribuido por todo el mundo hispánico. Se ha explicado la razón del
particular desapego al idioma apelando al genio de los argentinos, a cierta
soberbia heredada de los españoles, a una afirmación de su plenitud vital; se
han querido ver razones humanas en la notable inmigración que recibió la zona,
procedente de los más diversos países europeos y que propició la mezcla de
lenguas muy distintas; se han querido ver razones históricas en el hecho de que
el Virreinato del Plata fuera el último constituido y, por tanto, el de menor
apego a España. Habrá un poco de todo. Lo cierto es que, todavía en los años
cuarenta, el nacionalismo argentino seguía blandiendo la bandera de la lengua,
con cierto éxito en algunos sectores de la opinión pública y en instituciones
como la escuela, donde los niños debatían si Argentina tenía, o debería tener,
lengua propia y cómo denominarla. Era el último resto ideológico de unas
guerras idiomáticas iniciadas en los años de Bolívar y San Martín. Amado Alonso
le dedicó un trabajo clásico al caso. La diversidad lingüística en
España - Cuando se pronuncia el nombre de un determinado país, se suelen asociar a
éste ciertos estereotipos fosilizados, por su uso y por su abuso, en el saber
popular. La simplificación que conlleva el tópico, conduce a una imagen
uniforme y deformada de las complejas y variadas realidades que puede ofrecer
cualquier Estado que atesore una larga Historia. De este modo, podría parecer
que en España todas las personas gozan de la siesta, beben vino o sangría,
comen paella, gustan de los espectáculos taurinos y hablan español. No se puede
afirmar que la anterior sentencia sea totalmente falsa, tampoco que sea cierta,
sino que no se ajusta a la realidad, y la realidad en España es un concepto
plural que requiere muchos más matices que los que en este artículo se pueden
ofrecer. En las líneas que aquí empiezan no se hablará de gastronomías o de
costumbres, pero sí de esa parte esencial de la cultura que suponen los idiomas,
y de cómo las lenguas están fuertemente ligadas a la identidad de los
colectivos humanos, identidades que, por otra parte, son difícilmente
comparables. Los españoles hablan español, pero
no sólo español; una gran parte de la población es bilingüe y, en algunas
ocasiones, trilingüe. El castellano, en un avance histórico continuo alcanzó
todos los rincones de la geografía española, cruzó los mares y se alojó en
lugares muy lejanos de la
Península Ibérica, especialmente en América, donde crece con
vigor enriqueciendo el importante acervo de los hispanohablantes. Esta lengua
castellana o española, los dos nombres responden hoy en día al mismo idioma, se
realiza gracias a una gran riqueza de dialectos y variedades, de algunas de
estas formas de hablar tratará este escrito, pero se ocupará especialmente de
las otras lenguas que conviven en las tierras españolas. La palabra "dialecto"
motiva, con frecuencia, actitudes defensivas y puede herir algunas
sensibilidades, extraña reacción en tanto que todos hablamos algún dialecto,
puesto que la lengua es siempre una entidad abstracta que engloba los distintos
modos en que ésta se produce. No pretendo aquí avivar esta polémica y utilizaré
la palabra "lengua" en su sentido más amplio, al entender que cuando
se habla de un idioma estándar se hace referencia a un objeto sólo existente en
los manuales y diccionarios, pero no en la vida cotidiana, en la que nos
comunicamos con nuestras propias variedades de algún idioma distinguible de
otros. En la actualidad son cuatro,
cuando menos, las lenguas más habladas en España: tres tienen su origen en el
latín, español, catalán y gallego; la cuarta es más antigua y su origen no ha
podido ser determinado; se trata de la lengua vasca o eusquera (euskera en
vascuence). A éstas cabe añadir el aranés, dialecto del gascón hablado en el
Valle de Arán, que también recibe un tratamiento de lengua cooficial en su
territorio. Por otra parte, el aragonés y el leonés son dos grupos de hablas
que, procedentes del latín, no llegaron a adquirir el reconocimiento de lenguas
y hoy son considerados dialectos del español. Con anterioridad a la llegada de
los romanos ya se hablaba en el Norte de la Península Ibérica
el vascuence, único idioma que resistió la intensa romanización del territorio
peninsular; el Sur estaba ocupado por los turdetanos; los íberos habitaban el
Este y, hacia el siglo VII a.C., los celtas se asentaron en la zona de la
actual Galicia, las regiones altas del Centro y amplias zonas del Sur. Es fácil
pensar que hubo otros pueblos, todos ellos con sus propias lenguas. Con la
ocupación romana se inició un proceso de unificación idiomática que implantó el
latín en casi todo el territorio. El latín hablado por los habitantes de la Península era el llamado
latín vulgar, con influencias de las lenguas anteriores. Hacia el siglo V se produce la invasión
de los germanos que adoptarían el latín y ejercerían una nueva influencia en el
idioma de los romanos. Con posterioridad, la ocupación de los árabes obligaría
a los cristianos a retroceder hacia el norte de la Península y asentarse en
los territorios más resguardados y con un acceso más difícil, en estas zonas
del Norte y debido a la incomunicación entre ellas, la lengua iría
evolucionando de forma diferente en los distintos núcleos de resistencia y
daría lugar a las diferentes lenguas españolas derivadas del latín, de Este a
Oeste: catalán, aragonés, castellano, leonés y gallego. El avance de los
cristianos hacia el Sur extendió las citadas lenguas que continuaron su
evolución con evidentes influencias de la lengua árabe. A partir del siglo X
empezaron a escribirse textos en las distintas lenguas, que se convertirán en
la prueba evidente de su independencia respecto del latín y entre ellas. La situación actual de las lenguas
habladas en España es muy desigual, el español es hablado en todo el territorio
nacional y, además, desde la
Transición a la
Democracia, en el último cuarto del siglo XX, se ha producido
un proceso de reconocimiento y recuperación de las distintas identidades
culturales y lingüísticas que, con evidentes dificultades, han resistido la
presión de la que fue durante mucho tiempo única lengua oficialmente
reconocida. Las siguientes líneas intentan esbozar algunas circunstancias de
cada uno de estos idiomas. El catalán - Se considera que el catalán
hablado aparece entre los siglos VIII y IX. Los primeros textos escritos en
catalán que están documentados, datan del siglo XII. Son el "Liber
iudiciorum", traducción al catalán de un código de leyes visigodas, y las
"Homilies d’Organyà", primer texto escrito directamente en catalán,
en el que se comentan algunos pasajes de los Evangelios. El idioma catalán fue
la lengua de la Corona
catalano-aragonesa, potencia mediterránea en constante expansión durante la Edad Media. Entre los
siglos XIII y XV fue llevada a las Islas Baleares y a Valencia, Cerdeña,
Sicilia, Nápoles y Grecia. La producción literaria culta en catalán sufrió una
decadencia desde el siglo XVI hasta el XVIII aunque nunca se dejó de hablar. A
partir del siglo XIX se inicia una nueva etapa de esplendor literario y
normalización, que dará paso a la fijación de las normas de esta lengua durante
el siglo XX. En la actualidad, la lengua
catalana se habla en cuatro estados europeos: España, en las comunidades
autónomas de Cataluña, Islas Baleares, Comunidad Valenciana, Aragón y Murcia (la
llamada "Franja" de Aragón, constituida por las zonas próximas a
Cataluña de las tres provincias aragonesas, y en el Carxe, territorio próximo a
la Comunidad
Valenciana); Andorra, donde es la única lengua oficial;
Francia, en cinco comarcas integradas en el Departamento de los Pirineos
Orientales; Italia, en l'Alguer o Alghero, ciudad de Italia, en la isla de
Cerdeña, provincia de Sassari. Se estima que la lengua catalana
es entendida por nueve millones de personas y hablada por más de siete
millones, lo que la convierte en la séptima lengua europea en cuanto al número
de hablantes. En 1861, Manuel Milà i Fontanals,
estableció la división dialectal del catalán en dos grandes zonas, occidental y
oriental, basándose en criterios fonéticos principalmente. El catalán oriental
agrupa cuatro dialectos: rosellonés, central, balear, alguerés y sus
correspondientes subdialectos. El catalán occidental se subdivide en catalán
"norte-occidental" y valenciano. En la Comunidad Valenciana,
por razones políticas, el catalán se denomina valenciano o lengua valenciana de
forma oficial. El gallego - La lengua gallega se formó en
la zona comprendida entre el norte y el sur del Río Miño. En el siglo XII la
zona del norte fue otorgada a doña Urraca por su padre, Alfonso VI de Castilla
y León, quien asignó la zona del sur, desde el Miño hasta el Tajo, a su otra
hija, doña Teresa. La extrema rivalidad entre ambas, ocasionó la posterior
independencia de Portugal y la frontera entre los dos reinos favoreció la
progresiva escisión del gallego-portugués en dos lenguas distintas a partir del
siglo XV. Durante el siglo XIII, el gallego-portugués, fue la lengua de la
poesía junto con el provenzal. Por esta razón, Alfonso X, que propició un
impulso definitivo de la lengua castellana, escribió sus composiciones poéticas
en gallego-portugués por ser este idioma el de mayor prestigio para la
composición en verso. Tras esta época de esplendor sufrió siglos de decadencia,
aunque no se dejó de hablar, y resurgió en el siglo XIX con los escritores
románticos. El gallego es hablado por más de
dos millones de personas y su proceso de normalización ha provocado una
controversia entre quienes defienden la situación actual de la lengua y quienes
desearían una mayor aproximación al portugués. Esta última lengua tiene
presencia en territorio español, en algunas zonas fronterizas de Castilla y
Extremadura. El vascuence o euskera - La lengua más antigua entre las
que se hablan en España, cuenta con casi un millón de hablantes. Su territorio
ocupa la mayor parte del País Vasco y la mitad norte de Navarra y se extiende
hasta Francia, en el Departamento de los Bajos Pirineos, donde alcanza los cien
mil hablantes. Su situación es muy diferente a la
de las otras lenguas citadas: En primer lugar, su origen es
incierto, algunas teorías proponen un parentesco con las lenguas caucásicas que
se hablan entre Rusia y Turquía, otras estudian su relación con algunas lenguas
africanas. Ninguna de las dos teorías puede basarse en pruebas aceptables y el
origen de este idioma sigue constituyendo un enigma. Sí se sabe que no es una
lengua indoeuropea y que se hablaba antes de la romanización de la Península en una amplia
zona del Norte, entre Cantabria y el Valle de Arán, como mínimo
("Arán" es un topónimo de origen vasco. "Aran" significa
valle). En segundo lugar, el euskera no
tiene la tradición literaria secular de las lenguas romances. Los vascos
utilizaron el castellano como lengua de cultura durante mucho tiempo y el
euskera estuvo durante siglos encerrado en un ambiente familiar y rural. La recuperación de la lengua,
iniciada durante el siglo XIX, impulsó una literatura que va tomando fuerza y
que cuenta ya con prestigiosos autores. Siete son las variedades del
euskera, a partir de ellas se ha unificado el llamado euskera "batua"
que actualmente se enseña en las escuelas del País Vasco. El aranés - El Valle de Arán es una zona
situada en la parte central de los Pirineos, en la provincia catalana de
Lérida. La población censada se halla en torno a los 7.000 habitantes. La
situación del valle, orientada hacia Francia, y su difícil acceso durante
siglos desde Cataluña y Aragón, favorecieron la conservación de la lengua
aranesa que, en realidad, es un dialecto del gascón. La lengua de Oc pertenece al grupo
de lenguas románicas o neolatinas y está constituida por cinco grupos
dialectales: el provenzal, el lemosín, el languedocino, el auvernés y el
gascón. De los cinco grupos, el más alejado del catalán es el gascón. El gascón
es un conjunto de dialectos, desaparecidos algunos, hablados en la Gascuña francesa. El
aranés es uno de esos dialectos, pero su aislamiento y el hecho de que no se
haya perdido, le confieren un tratamiento legal de lengua, así es reconocido
como idioma oficial del Valle de Arán por el Estatuto de Autonomía de Cataluña,
que también reconoce la autonomía y las instituciones propias del Valle
(Conselh Generau d'Aran). El aranés es la lengua de
enseñanza en todos los centros de educación infantil y primaria del Valle de
Aran. La población autóctona del Valle de Arán habla, por tanto, tres lenguas. Respecto al español, cabe recordar
que es la lengua oficial de toda España y cooficial en aquellas comunidades
donde se hablan los otros idiomas peninsulares que han sido reconocidos en sus
correspondientes estatutos de autonomía. Tiene varios dialectos en el
territorio español, entre ellos: el aragonés (recluido en los valles próximos a
los Pirineos), el leonés, el bable o asturiano (en realidad se trata de un
conjunto de dialectos muy próximos entre sí, llamados bables, hablados en
Asturias); y dialectos meridionales como el andaluz (conjunto de hablas que
tienen rasgos comunes), el canario, el extremeño (dialecto con base castellana
e influjo leonés) y el murciano (dialecto con base castellana, pero con muchos
rasgos de aragonés y de valenciano). Por otra parte, la línea divisoria entre
las zonas norte de Aragón y Cataluña presenta una zona de hablas catalanas y
aragonesas de transición, entre las que se puede destacar el benasqués. Para concluir, se debe mencionarse
el caló, variante del romaní, hablado por las personas de etnia gitana y los
dialectos árabes hablados en los territorios africanos de Ceuta, Melilla y en
aquellas zonas que están acogiendo un gran número de inmigrantes norteafricanos
durante los últimos años. Por Armando Maronese
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