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El frente para la mentira
Por Antonio Caponnetto - 25 de Agosto, 2012, 21:09, Categoría: Opinión
Política bastarda - Por avanzada que esté la guerra semántica, disolviendo y
tergiversando el valioso patrimonio de los significados esenciales, todavía
nuestra lengua permite llamar degenerada a la persona de condición mental y
moral anormal o depravada, a la que suelen acompañar por lo común algunos
peculiares estigmas físicos. A la vista de lo que dice y obra la
presidente y más aún, de cómo ejecuta sus decires y obrares, no encontramos ya
un término más calibrado que el que acabamos de proferir para diagnosticar el
mal que la envuelve. La verborragia compulsiva y mendaz se le
ha vuelto hábito; el exhibicionismo de su talante mandón, rodeada de
obsecuentes lo tiene como rutina; las prácticas del rencor ostensible y de las
venganzas personales son cada vez más reiteradas; el cinismo de su logomaquia,
la crueldad con sus adversarios, el destrato con sus sirvientes o el
monotematismo de sus autoreferenciales elogios, constituyen su fisonomía
ordinaria. Ha perdido completamente el sentido del
ridículo, y casi hasta el del decoro. Las alteraciones intempestivas del humor
la acompañan de manera visible, constituyendo el penoso caso clínico que la
psiquiatría suele denominar trastornos del afecto. Maníaca y furiosa,
victimaria y victimizada a la vez, llorosa y riente, melodramática y chacotera
de baja estofa, incurre de continuo en lo que los lógicos llaman falacias y los
sufridos psicólogos fuga de ideas, propia de los pacientes con furores y
tirrias desbordados. Confundiendo lo privado con lo público y
lo partidocrático con lo estatal, resulta cada vez más el monigote que la
remeda televisivamente, que ella misma. Y para que el cuadro degenerativo sea
completo, el propio esquema corporal –que tanto dice cuidar-, ha comenzado a
dar señales inevitables del morbo que la domina y aturde. De resultas, y a fuerza
de zafiedad cuanto de ausencia absoluta de toda gravitas, su figura se aleja
más de la propia de una señora, para recordar la faccia bruta de su difunto
esposo. Ejemplos de políticas de generaciones se
acumulan a granel ¿Cómo no habría de llamarse de este modo al uso de las
oficinas recaudadoras estatales para castigar a quienes testimonian el
descalabro; o la grotesca operación destituyente de ese infeliz felpudo que
gobierna la provincia de Buenos Aires; o la convalidación del torvo clan
sionista que desfalca Tucumán; o la amenaza con la prisión a aquellos
sindicalistas que hasta ayer les llenaron las urnas de papeletas roñosas, y que
de ser culpables deberían compartir juntos las mismas rejas; o el recurso a los
matones morenianos para disciplinar las operaciones comerciales; o las
escandalosas conductas de jueces prostibularios y sodomitas que fallan a favor
del gobierno; o la manipulación de la cadena nacional para felicitar a una
quinceañera maleducada, desautorizar públicamente a la directora de su colegio
o zaherir a un abuelo, cual si fuera el enemigo del pueblo, por comprar un
puñado insignificante de dólares? Pero un caso singularmente significativo
probará la naturaleza cabal de la degeneración que protestamos. Un día de la
primera semana de julio, Cristina recibió gozosa y exultante a un haz de
personajes prostibularios, a quienes en virtud de las recientes leyes por ella
impulsadas, se les concedió la nueva “identidad” sexual, elegida
caprichosamente acorde con sus desvíos contra natura. La degenerada dejó
explícitamente en claro la felicidad que tal acto le causaba, prodigándose en
ternezas para con aquellos seres tenebrosos, tenidos ahora por paradigmas. Al día siguiente, empero, en ocasión de
recibir a Monseñor Oscar Ojea, completó el gesto ultrajante del Plan Divino.
Conversando con el prelado llamó “hermosísimo acto por la igualdad” al que
había festejado el día anterior con aquellos mutantes aborrecibles; se atrevió
a asegurar la conformidad de Dios ante tamaño pecado, y en el colmo del
meditado desquicio le dijo al obispo: “menos mal que no estuvo ayer, si no me
excomulgaba”. Prescindiendo ahora del repudio que
deban merecernos estos pastores cobardes, temblorosos ante la tiranía,
cómplices por debilidad y omisión de sus graves desmanes, e incapaces de bajar
el báculo punitivo contra las testas de los infames, la frase cristínica revela
cuánta y cuán clara conciencia tiene del castigo eclesiástico que le
correspondería por profanar sistemáticamente el Decálogo, combatiendo con odio
y a sabiendas contra el Orden Natural y el Sobrenatural. Prueba inequívoca de
que no hay atenuantes en su perfidia, sino el agravante infausto de quien actúa
con pleno conocimiento de que se está apartando voluntariamente de la Barca, burlándose del timor
Domini y desafiando la merecida excomunión. La sordidez de esta política
antimoral llegaba así a su vértice más repugnante y atroz. Seguiremos en batalla contra la
despótica degenerada y su séquito, sin importarnos la desproporción de fuerzas,
porque hay algo que nos amedrenta muchísimo más que las consecuencias que
puedan seguirse de esta posición irreductible y frontal, y es el acostumbrarnos
a tener por patria un cubil. Opongamos a los degenerados el antídoto
valiente y efectivo de la regeneración. “No sacrificaré”, decían escueta y
enérgicamente los primeros mártires, cuando eran obligados bajo tormentos a
rendir culto a las falsas deidades. No ceses en tal empeño, compatriota. No
sacrifiques en el altar de estos protervos. No claudiques ni te fatigues en la
marcha. La Cruz
y la Bandera
son tus báculos firmes, y si el horizonte que pisas es la tierra agrietada, el
norte sigue siendo el Cielo que no sabe de fisuras, intacto en su lumínica
grandeza. Hazte de plata y espejea el oro que se da en las alturas, y
verdaderamente serás un argentino. Por Antonio Caponnetto |