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Últimas sombras del andrajo social
Por Gustavo Adolfo Bunse - 16 de Agosto, 2012, 1:54, Categoría: Opinión
Es
improcedente que por despreciar o criticar en forma abierta a una persona de
esta catadura moral, le quieran tirar a uno la teoría imbécil de sacralización
de la democracia. Ella no es una demócrata. No lo es en absoluto. Y
es totalmente legítimo desear que abandone el poder de inmediato, para que
pueda cesar ya mismo el daño que diariamente está infligiéndole a la República. Es legítimo, antes
bien, pararse frente a la casa rosada y gritarle ladrona. Y
el corporativismo político, al menos en el resto de los partidos, debería
desaparecer ante la vista de las tropelías que ella comete con el mayor
desparpajo y a la luz del día. No
estoy hablando aquí de un golpe, ni de una sedición, aun cuando el pueblo tiene
derechos constitucionales claros de librarse con sus propias manos de un
engendro de esta naturaleza. Ella no es una demócrata…, más grave aún. Es
precisamente ella la que descuartiza y despelleja a diario, la mínima
credibilidad social, no sólo en la dirigencia política sino -aun peor- en el
sistema democrático como instrumento idóneo para mantener en el pináculo de la
dirección del Estado, a este tipo enfermo de parásitos de la escoria social.
La República Argentina, con enorme viento a favor pero con números artificiales
escandalosos en su intimidad y con una increíble impunidad, aún si creciera se
desbarrancaría sin remedio…, Sólo por ella. La
descripción muy profunda y cruda del país en términos relativos y absolutos,
expresándose con la mayor objetividad, se parece a una narración fingida. Es
una especie de relato simbólico, armado ad hoc para transmitir una experiencia.
Absteniéndose de caer en el escepticismo fácil, esa descripción tendría que ser
más o menos así: La Argentina es hoy, sin dudas, un país que pese a su tamaño
territorial, no tiene ya la menor significación, ni en el producto bruto
internacional, ni en el interés mundial, y ni siquiera en la atención lateral
geopolítica del bloque occidental. Sin
ser el peor de todos los países y aún con bastante recorrido por delante, en su
caída actúa como si tratara de acercarse a los estados que son el peor sumidero
de residuos morales de todo el mundo. Es “ella” quien la arrastra de la mano
como un andrajo social. Tiene,
sin embargo, todavía, innumerables consuelos en países como Sudán, Somalia,
Liberia, Angola o Haití, por cuanto allí reina el caos y la desolación casi
como normas desde su fundación, casi como preceptos constitucionales desde sus
nacimientos como seudo Estados. Por eso, ella nos lleva como ganado a poner el
hocico en esos morrales. Le aterra hacernos ver las grandes potencias. Allí se
sentiría tal como es. En las Republiquetas, da cátedra sofística. Es
mucho más que evidente, que en el país se ha perdido la llamada certeza íntima.
Es ella quien ha plagado la vida política de inciertas y sospechosas utilidades
temporales, ninguna de las cuales ha servido para determinar la viga maestra de
un rumbo definitivo. De todas las situaciones históricas durante gobiernos
democráticos se viven aquí, por estas horas, los momentos que parecen más
vesánicos y maliciosos de nuestra vida constitucional. El
panorama de hoy la muestra cada 48 horas en el mismo atril destilando veneno,
pues jamás ha dicho un discurso de afecto libre de injurias o amenazas. Ignora
el plexo de su investidura al frente del Estado y desde esa almena fulmina
vidas o haciendas de particulares, en un despliegue de la desproporción que la
encuadran en claro abuso de poder. Un
insondable desierto político en derredor suyo, ya hace prefigurar que todas las
iniciativas de dirigismo que han nacido a la sombra de su ideología, van a ser
cohonestadas y puestas a cristalizarse 3 años más. Parejamente
con todo lo anterior, un innegable y peligroso proceso de disgregación social
se encuentra hoy mismo en pleno desarrollo en nuestra Argentina, y se
corresponde con un fenómeno persistente de carcoma de la moral individual y
colectiva, impulsada desde la mente perversa de esta indecente aferrada al
pináculo del poder. Una
sistemática fragmentación social ha sobrevenido y se ha instalado como una
neblina. Fue a partir de la dinamitación diaria, lisa y llana de toda
credibilidad y de toda previsibilidad, hechos estos que, en principio por causa
absoluta de ella, han contaminado ruinosamente la fe pública. Por
todos estos motivos, sin exagerar aquí ninguna perspectiva, la desazón y el
empeoramiento del clima social, son los únicos horizontes definibles hoy en el
espíritu de cualquier ciudadano, aún en sus mejores horas de optimismo. La
esperanza verdadera, motor de cualquier vida honesta, sólo forma parte de una
especie de apelación a los ensueños que más pueden ser fabulados o mentidos por
cualquiera, y acaso sólo por una candorosa tendencia al voluntarismo que
siempre aflora como contrapeso fácil de la desolación. Uno
tiene la sensación de que todos nosotros esperamos, sin saber que cosa se puede
esperar, por cuanto todo por delante, sin excepción, es casi una perfecta
utopía. Imaginamos erróneamente, que “más bajo no se puede caer” porque nos
embargan frecuentemente algunos arranques de un optimismo absurdo que no
logramos apoyar en ninguna proyección concreta, fuera del infinito túnel negro que
ya no deja ver si en realidad avanzamos o retrocedemos. Tenemos
miedo de ser tachados de agoreros, pues como esto mismo es un diagrama sin
salida y pues como quien esto escribe no tiene la solución, es frecuente que
todo se quiera disfrazar de ironías, de indolentes expresiones y del
encogimiento de nuestros hombros y sobre esto vale la pena para hacer una
reflexión: Hay
una tendencia yo diría casi mística, a exigirle al prójimo lo que podríamos
denominar la “buena onda”. La parábola de la inviabilidad en ese caso, sólo da
espacio para cuentos llenos de mentiras piadosas. Un
escéptico por lo general es un alarmista, un catastrofista, un negativista,
alguien del que conviene alejarse y alguien sobre quien cuando no ocurra lo que
él advirtió, deberán caer miles de castigos sublimes por habernos hecho entrar
en una duda que nos ocasionó un estado de zozobra o nos quitó el sueño. Es
verdaderamente injusta esta proclividad social, transida por un único
fundamento que es el hastío y acaso anestesiada por los apaleos en los
sucesivos desencantos. Necesitada pues de creer en algo, rechaza a quien avisa
algún peligro y condena a quien osa enfocar el devenir en modo sombrío. Y así,
la consecuencia es una predilección insólita por bajar la guardia o por
descreer absolutamente de un peligro que se avecina, desechando de un modo absoluto
la mínima prevención a tales escenarios. Dramáticamente
sospechamos, que aquí no hay ningún mecanismo objetivo para que alguien pueda o
quiera ponerle coto al descarrilamiento interminable que sufrimos. Que no
existe ninguna señal para que algo cambie en serio. A
veces, con una resignación inadmisible y otras veces con una impotencia rayana
en un impertérrito sometimiento, nos deslizamos mansamente hacia la perfección…
perfección del concepto de agonía. Es como si pensáramos que cualquier solución
“posible”, fuese a llegar mágicamente de la mano de algunas otras personas. Hablar
de la eventual recuperación cultural o de las futuras expectativas del arte o
de la ciencia, resulta tan ridículo y anacrónico en este país frente a las
terribles prioridades que impone el terremoto presente, que se debe aceptar que
hemos perdido lastimosa y conscientemente –incluso-, la construcción
inexcusable de la base de viabilidad social de las futuras generaciones. Todo
aparece ante mis ojos como una gran pena en la contemplación de un escenario
que va a seguir su rumbo autodestructivo, y que no va a cambiar ni por los que
son optimistas, ni por los rezos u oraciones de los creyentes. Mucho
más grave que lo anterior: hasta resulta ridículo hablar en estos días de la
necesidad de resolver los problemas de salud, de tres mil quinientos hospitales
desvencijados y en estado de pauperización en el interior del país. Sólo se
puede hablar hoy del estrago en los cimientos. De la necesidad de construirlos
de nuevo. De armar todo desde “cero”, por cuanto nada de lo que se apoye en
este tembladeral va a quedar en pie. Se va a caer por no tener apoyo o quizás
porque lo va a tirar abajo ella y sus depredadores del país que sobreviven a su
sombra, en 3 largos años que les falta para irse. El
sumidero de residuos morales no tiene, entonces, por qué cambiar. Nada se ha
hecho objetivamente para que cambie. Así va a seguir y nadie ha de llegar para
ayudarnos como tantos creen en forma ingenua. Al contrario, un desquicio mayor,
como he dicho, es el único horizonte esperable. La
solución, con la herramienta democrática y no con otra, es separar a los
depredadores y evitar que lleguen otra vez al pináculo del poder. Enjuiciarlos
y encarcelarlos. No hay otra herramienta. Así como va, el país transita con
ella las últimas sombras… Las últimas sombras del andrajo social… Por Lic. Gustavo Adolfo Bunse |