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Por Nelson Castro - 12 de Agosto, 2012, 0:22, Categoría: Opinión
El peronismo ofrece largas historias de choques entre
gobiernos nacionales y bonaerenses. Laberinto Scioli. La
traumática relación entre el presidente y el gobernador de la provincia de
Buenos Aires es un clásico del peronismo. El coronel Domingo Mercante –a quien
Eva Perón bautizó con el apodo de “el corazón de Perón”–, fue un hombre de
extrema confianza del fundador del PJ. Mercante fue gobernador desde 1946 hasta
1952. Su relación con Perón y Eva Duarte fue excelente hasta la reforma
constitucional de 1949. El punto de mayor interés de esa reforma era, para
Perón, la reelección. Y receló de Mercante, al que acusó de querer sucederlo. A
partir de ese momento, Mercante cayó en desgracia y en 1953 fue expulsado del peronismo. En
1974, durante la tercera presidencia de Perón, se produjo otra situación
conflictiva. La gota que rebasó el vaso fue el trágico intento de copamiento
del Regimiento 10 de Caballería Blindada de Azul. Perón reaccionó con furia,
una de cuyas consecuencias fue la renuncia forzada del gobernador Oscar
Bidegain, a quien se lo acusó de ser tolerante con la subversión. Bidegain fue
reemplazado por su vice, Victorio Calabró, un dirigente de la UOM. En
1990, el gobernador era Antonio Cafiero, que encabezaba la renovación peronista
que había sido derrotada en la interna por el binomio Menem-Duhalde. A pesar de
esa caída, las aspiraciones presidenciales de Cafiero no habían cedido. Nació
entonces la iniciativa de reformar la Constitución provincial, con el objetivo de
permitirle acceder a otro mandato. Menem operó fuerte para que eso no
prosperara. Y lo logró: en una consulta popular triunfó el “no”.
Fue
luego el turno de Duhalde, quien renunció a la vicepresidencia para postularse
a la gobernación y terminar de desplazar de ese territorio al cafierismo. Puso
como condición para dar ese paso, la creación de un fondo extra aportado por la Nación a los fines de hacer
frente a las infinitas necesidades de la provincia. Duhalde llegó con la idea
de que en 1995 él sería el candidato presidencial del peronismo. Esa idea murió
el día que Menem le anunció la reforma de la Constitución, con la
cláusula de la reelección incluida. Ello
obligó a Duhalde a buscar la reforma de la carta magna provincial, para que se
le abriera la posibilidad de ser reelecto y así sustentar sus aspiraciones
presidenciales. La ruptura definitiva entre el presidente y el gobernador se
produjo en 1998, cuando Duhalde se plantó y dijo que no apoyaba el deseo de
Menem de buscar su re-reelección, hecho no contemplado por la Constitución. Ya
en tiempos del kirchnerismo, las cosas no fueron muy diferentes entre Néstor
Kirchner y Felipe Solá. Kirchner siempre consideró a Solá como alguien ajeno a
su proyecto. No obstante, ante la falta de una alternativa mejor, pensó en él
como candidato a la gobernación en 2007. Para ello debía forzar a través de la Corte Suprema
bonaerense, una rebuscada interpretación de la Constitución
provincial que le permitiera a Solá presentarse a un tercer mandato. Esta
maniobra murió tras el triunfo de monseñor Joaquín Piña en el plebiscito de
Misiones, por el que se rechazó la iniciativa del gobernador Carlos Rovira de
buscar la reelección indefinida. Ante esa circunstancia, Kirchner sacó de la
galera la candidatura de Daniel Scioli, quien, a esa altura, se aprestaba a
comenzar su campaña por la
Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Es decir que “Scioli
gobernador” fue un invento de necesidad y urgencia de Kirchner. Cristina
Fernández de Kirchner nunca quiso mucho a Scioli, a quien no ha perdido ocasión
de humillar cada vez que ha podido. La gestión del actual gobernador nunca fue
brillante; la de sus predecesores tampoco. La provincia de Buenos Aires, que
viene siendo gobernada desde hace 25 años por el peronismo, no conoce otra
realidad que la de la crisis permanente. Por
lo tanto, detrás de este conflicto hay algo más: es la lucha por el 2015. En
esa lucha, Scioli ha pasado a ser el enemigo del kirchnerismo, lo que unos días
quedó evidenciado una vez más, a través de una multiplicidad de voces que se
escucharon ejecutando una misma partitura, en la que no sólo se criticó su
gestión sino que, además, se lo descalificó. Públicamente
lo hicieron el presidente de la
Cámara de Diputados, Julián Domínguez, el senador Aníbal
Fernández, el diputado Carlos Kunkel y el intendente de Lanús, Darío Díaz
Pérez; privadamente, muchos más. En ese marco, el acérrimo enemigo que Scioli
tiene metido en su gobierno, Gabriel Mariotto, tuvo su “Resolución 125” cuando le hizo saber al
gobernador que el proyecto de ley de declaración de la emergencia económica, no
contaba con el apoyo del kirchnerismo. Lo
que se observa en la provincia de Buenos Aires tiene mucho de intervención
federal. Hay una clara decisión del Gobierno nacional, de imponerle a Scioli la
agenda en un verdadero operativo de pinzas del que también participa el
políticamente resucitado ministro de Planificación, Julio De Vido, quien se
reúne en su despacho con intendentes bonaerenses, a los que les exige lealtad a
la Presidente
como condición sine qua non para recibir los fondos destinados a la continuidad
de la obra pública. Como se ve, todo “muy democrático”. La
conferencia de Scioli fue una mezcla de su sempiterno y ya inconducente
“sicristinismo” y de gestos que, en los códigos del kirchnerismo, son de una
insoportable rebeldía. El más claro, la conferencia de prensa abierta a las
preguntas de los periodistas. Para la Presidente y su círculo áulico ese es un pecado
mortal. Otro: para la
Presidente, los problemas son inventos de los medios; en
cambio para Scioli representan la realidad. Por otra parte, la ausencia de
Mariotto lo dijo todo: entre el sciolismo y el cristinismo ya no hay otra cosa
que el desamor. “Vamos
por todo”, es el lema guía del kirchnerismo. A las pocas horas del resonante
triunfo electoral de Fernández de Kirchner, hubo un mensaje de texto atribuido
al actual jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina, cuya pobrísima presentación
ante la Cámara
de Diputados obliga a preguntarse qué le pasó y dónde quedó todo lo aprendido
en su paso por las aulas universitarias en las que descolló como alumno
brillante, que decía “ahora vamos por todos”. Abal
Medina se enojó con la difusión de ese mensaje diciendo que había sido mal
interpretado. Los casos de Scioli y Moyano demuestran, sin embargo, que el
“vamos por todos” representa el pensamiento real de un gobierno que hace del
unicato un dogma. Por Nelson Castro |