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La historia del TAJ MAHAL
Por Armando Maronese - 14 de Febrero, 2008, 12:55, Categoría: General
Amor constante más allá de la muerte. Monumento Musulmán del siglo XVII, construido por el emperador Shah Jahan (época del dominio Mogol).
El Taj Mahal está ubicado en Nueva Delhi, en la región de Brij Bohoomi, a tres kilómetros de la ciudad de Agra, una de las más antiguas de
A la muerte del próspero emperador de Agra, Jahangir Nur Jahan, en 1627, y después de varias conspiraciones palaciegas, fue proclamado sucesor Asaf Uddaula, que subió al trono con el nombre de Shah Jahan. La segunda esposa de Shah Jahan se llamaba Mumtaj Mahal, había nacido en 1592 y era de origen persa. Según la tradición, fue devota compañera del emperador. Jamás interfirió en los asuntos administrativos y políticos, pero Shah Jahan tenía muy en cuenta sus opiniones que solían ser acertadas.
En 1631, durante el segundo año de su reinado, Shah Jahan partió con sus tropas hacia Decan, para combatir al insurrecto Khan Lodi. La emperatriz lo acompañó en la campaña, pero durante la marcha fatigosa y larga enfermó de gravedad después del parto de su hijo nº 14. Nada pudieron hacer los médicos del emperador. Una noche, Shah Janah, abatido, se inclinó sobre la moribunda y le dijo con lágrimas en los ojos: ¿Cómo puedo demostrarle al mundo cuánto te amo, Muntaj? Con voz débil, ella le respondió que construyéndole una tumba única y hermosa. El
¿Qué más podré hacer para decirte, mi querida Mumtaj, que nada llenará el vacío que me has dejado? ¿Qué puedo ofrecerle al tiempo para que vuelva a darme la oportunidad de decirte cuánto te amo?
Tú, Mumtaj, seguirás siendo mía ya que te llevo dentro de mí. Debo seguir diciéndote cuanto te extraño y debo hacerlo de una manera eterna. Con delicadeza, como tus besos. Con precisión, como tus abrazos. Con la simetría de nuestros cuerpos, tan unidos como el cielo sobre el mar.
Me has dado tu cuerpo muchas veces, me han dejado saberte de memoria: tu voz, tus ojos, la fuerza de tu útero, tus gritos de madre fuerte...de leona hasta el final. Y ahora te tengo aquí, callada para siempre, a oscuras dentro de mi oscuridad y recordándome lo que siempre somos: pasajeros breves en un túnel de una sola salida, necesitados de perdurar en la memoria de alguien, intentando plasmar la inmortalidad de una perla que nadie posee..., el Taj Majal.
Mi querida compañera de siempre, sólo me has dejado tu olor de mujer, repleto de jazmines, aromatizado de sándalo. Me encargaré de guardar el reflejo de tus ojos en bloques de malaquita, trozos de madre perla, lágrimas de lapislázuli, jade, coral, turquesa y amatista. Le robaré los colores a la naturaleza para construir tu imagen, lo haré¡ ...Pediré que comiencen a guardar rayos de luna para que representen tu piel, la delicadeza de tus pasos. Así lo haré: ¡ Inshalah ¡
Nunca pensé que tu partida me doliera tanto, me tapo los oídos porque el viento sigue trayéndome tu canto, y me tapo la boca porque no quiero que nadie me escuche llorar. Mi Mumtaj Mahal, mi compañera de siempre, ¿cómo llenar tu ausencia? La llenaré dándole al mundo una pequeña muestra del inolvidable y gran amor que tú me has dado...
Durante diez años, veinte mil obreros trabajaron en las obras del Taj. Se trajeron los materiales desde sitios lejanos (la malaquita, por ejemplo, se importó de Sudáfrica, y el lapislázuli de Afganistán). Toneladas de piedras de mármol fueron transportadas de Agra a través de la selva. Hoy se estima que fueron gastados cerca de dos billones de rupias en el mausoleo de Mumtaj Mahal y en los edificios, fuentes y jardines adyacentes.
Los años finales de Shah Jahan transcurrieron a la sombra del infortunio. En 1659 fue hecho prisionero por su hijo menor Auragzeb, que ordenó asesinar a casi todos sus hermanos. Shah Jahan fue encerrado en el fuerte de Agra. Allí permaneció incomunicado por espacio de siete años.
El
El Taj Mahal ha sido descrito, fotografiado, pintado como pocos edificios del mundo. Pero ni las palabras, ni la pintura, ni la fotografía, pueden dar una idea cabal de su imponente belleza, libre de la cárcel del tiempo.
Armando Maronese . |