Los romanos tenían tres palabras para describir el equilibrio de una república bien ordenada. La primera de ellas era potestas , "potestad legal". La potestas aludía a la facultad de emitir órdenes que tenían los magistrados cuando actuaban en el marco de la ley. La segunda palabra, auctoritas , se refería a lo que hoy traduciríamos por la "autoridad moral" que irradiaban los magistrados y los ciudadanos de conducta ejemplar. La tercera de ellas, imperium , era el mando militar.
El significado originario de imperator f ue, simplemente, "general", y por eso cuando la República Romana cedió el paso al Imperio Romano a fines del siglo I a.C., este cambio de denominación señaló que Roma había dejado de ser una auténtica república para convertirse en un régimen militar.
En tiempos de la República Romana, desde sus orígenes en el siglo VI a.C. hasta su apogeo en el siglo II a.C., la potestas , la auctoritas y el imperium funcionaban como un engranaje bien aceitado. Los magistrados ejercían su potestas en el marco de leyes bien definidas y estrictamente aplicadas. Grandes personalidades como Cincinato, los Escipiones o Catón el Censor eran admirados por su patriotismo y su integridad moral, por su auctoritas , de un modo que hace recordar el prestigio de Mitre, Sarmiento, Pellegrini o Alem en la primera etapa de nuestra vida constitucional. Finalmente, las legiones romanas aseguraban el imperium de la República contra sus enemigos "externos" porque en el interior de ella predominaba la "concordia", la paz interior de una república equilibrada.
En el siglo I a.C., sin embargo, el orden republicano comenzó a desbarrancarse. Fue en su transcurso que empezaron a difundirse, entonces, otras palabras. Una de ellas, licentia , "licencia" o "libertinaje", aludía a la proliferación de los actos de corrupción impulsados por el amor al dinero. Otra, seditio , "sedición", se refería a la actuación de caudillos que, en vez de guerrear contra los enemigos externos, guerreaban entre ellos. La palabra anarchia , "anarquía", pasó a describir por fin el caos de las guerras civiles que terminaron con la República Romana. Se había perdido el equilibrio entre la potestas , la auctoritas y el imperium, que convirtió a la República Romana en un ejemplo fascinante para los creyentes en la democracia.
Los dos excesos - Cuando se rompe el equilibrio entre la potestad, la autoridad y el imperio, las repúblicas oscilan entre el defecto y el exceso de poder. Basta recordar lo que pasó entre nosotros. Después de cuarenta años de excesivo "imperio", en cuyo transcurso las Fuerzas Armadas alteraron el admirable orden republicano que había llevado a nuestro país a la vanguardia de las naciones entre 1853 y 1930, la resistencia a los militares no se tradujo en los años setenta en la restauración del orden democrático sino en la seditio, que encarnaron los Montoneros. En un primer momento, bajo la presidencia del general Lanusse, el gobierno militar intentó combatir el terrorismo subversivo bajo la potestas de una Cámara Penal. En 1973, sin embargo, el presidente Cámpora amnistió a los guerrilleros, quienes en lugar de reinsertarse en la democracia como querían Perón y Balbín, reincidieron en la sedición a partir de los asesinatos de Aramburu, Vandor, Rucci y tantos más.
Este exceso de un lado trajo otro aún mayor del otro porque las Fuerzas Armadas, una vez que retomaron el poder en 1976, recurrieron al imperio sin freno de la represión. Pero en 2003, cuando los descendientes de los Montoneros llegaron al poder, tampoco buscaron el equilibrio de una nueva concordia sino el desequilibrio que prolongaba en el tiempo su ideología originariamente sediciosa. Desde ese momento hasta hoy, la Argentina ha vuelto a oscilar entre sus dos excesos.
Como argumento para no imponer su potestad legal sobre los grupos sediciosos que se manifiestan cada día con mayor audacia en la usurpación del espacio público, el gobierno nacional dice rechazar lo que él llama "la criminalización de las protestas sociales". Pero una protesta que desborda el marco de la ley deja de ser "social" para convertirse en "criminal". Si alguien la "criminaliza", entonces, son sus propios promotores.
Por otra parte, el Gobierno, al proclamar el derecho de los protestatarios a desbordar la ley, excluye de este criterio al parecer liberal a sus adversarios. Adviértase, si no, cómo la provincia de Santa Cruz tiende a convertirse en un distrito cerrado, autoritario, donde el "imperio" del gobierno local impide hasta que sus habitantes conozcan las emisiones de televisión que no le son favorables.
¿Cómo haremos los argentinos para recuperar el orden democrático, eludiendo este dilema al parecer insoluble entre la anarquía de las manifestaciones sediciosas de un lado y los excesos represivos del otro? ¿Cómo deberíamos hacer para apaciguar a esos dos enemigos mortales que son la anarquía y la represión?
Neuquén como dilema - Cuando el gobernador Sobisch pretendió restablecer el orden en Neuquén, tenía todos los puentes y las rutas de la provincia cortados. ¿No era lógico entonces reconducir a los sediciosos en dirección del respeto al orden legal? Pero la ejecución de este criterio en principio aceptable fue distorsionada mediante el asesinato del docente Fuentealba, producido por un agente que debería haber sido expurgado previamente de la fuerza policial en función de sus antecedentes criminales.
Neuquén repitió así en unos pocos días el mismo dilema que la Argentina sobrelleva desde hace años. Si Sobisch se hubiese sometido a la acción de los sediciosos, en su provincia reinaría la anarquía. Pero el modo como quiso ponerle coto a la sedición se tradujo en un exceso abominable de la represión, mostrando así el perfil dramático que ha adquirido en nuestro país el largo combate entre los anarquistas y los represores.
La meta que hoy debiera movilizarnos es la recuperación del equilibrio republicano. No bien se apunta en dirección de ella, empero, surgen preguntas incómodas. ¿Tienen por ejemplo nuestros políticos la auctoritas que les permitiría recuperar el respeto de la sociedad? Que la doctora Carrió haya convocado a un grupo de personas cuyo común denominador no es la ideología sino el prestigio moral, ¿no está diciendo a las claras que reponer la auctoritas es una prioridad insoslayable? Que los casos de corrupción no ya del menemismo sino también de funcionarios actuales se multipliquen a la vista de todos, ¿no habla también de la generalización de la licentia , de una crisis moral generalizada? Que las leyes se violen arriba y abajo con alarmante frecuencia y que salga a la vista el empeño de destruir a las Fuerzas Armadas en casos como el radar ausente y el drama del Irízar, ¿no nos dicen que no sólo la auctoritas sino también la potestas y el imperium se nos han vuelto precarios?
Pero, en tanto que la República Romana sucumbió después de haber alcanzado su grandeza, sería ilógico que la República Argentina sucumbiera antes de ella porque nuestro país todavía presiente, como lo advirtió Ortega y Gasset, "un destino peraltado". Ese destino, aún nos espera. No deberíamos contentarnos por nuestra parte sólo con esperarlo. La misión de nuestra generación es apurarlo.
Por Mariano Grondona
15 de abril de 2007